Rafael Loret de Mola
15/04/2018
*Palabras y Silogismos
*Reinado de Autócratas
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No es una casualidad que los ordenamientos de mayor calado universal sean breves y precisos: los “diez mandamientos”, por ejemplo, o el “libro rojo de Mao”, desde la perspectiva extrema. Suele ocurrir que el exceso de legislación tienda a confundir al conglomerado y a convertirlo en permanente rehén de las interpretaciones, casi siempre favorables a quienes ejercen el poder y señalan las líneas a seguir. Podríamos, a partir de esta evidencia, establecer un silogismo: a mayores enredos más vulnerabilidad colectiva y mayores espacios para la manipulación política. Hay excepciones, claro, pero éstas, como suele decirse, confirman la regla.
De la misma manera, una sociedad sometida a la excesiva presencia de la autoridad, que interviene por todo y para todo, esto es casi sin dejar espacios para las iniciativas individuales –o lo que es lo mismo, para el usufructo de la libertad-, no puede considerarse plena ni feliz. Y, desde luego, el peso gubernamental asfixiante dista mucho del ideal democrático en el que se ejerce la soberanía popular a través de los mandatarios, esto es de quienes obedecen los designios del mandante, el colectivo en este caso, y no al revés. En México los términos suelen aplicarse en sentido inverso exaltándose los simbolismos oficiosos. Digamos que tal es una tradición acendrada desde los espejismos “revolucionarios”.
La propensión de nuestros gobernantes a reformar y elaborar nuevas leyes sólo choca con la resistencia a formular una nueva Constitución por una premisa fundamental: los más de seiscientos parches impuestos a la misma, por lo general para favorecer las tendencias sexenales colocando el sello del Ejecutivo en turno. De allí que el cuidado texto de los Constituyentes de Querétaro se convirtiera, sobre todo durante los lapsos de mayor frenesí retórico por el “cambio” en un amasijo de intenciones mal definidas y también confusas como consecuencia de las iniciativas presidenciales aprobadas al vapor, al calor de una complaciente mayoría intransitable, o por efecto de las negociaciones soterradas con sabor a chantaje.
Se han dado, en este sentido, absurdos monumentales como el que anida en el artículo 82, determinante para el arraigado presidencialismo y por largo tiempo candado xenófobo para separar a quienes nacieron en suelo patrio de aquellos que se nacionalizaron después, para habilitar a los “hijos de padre o madre mexicanos” como aspirantes a la silla grande y descalificar, por tanto, a quienes cuentan con sendos progenitores mexicanos. Por supuesto, nadie ha reparado en el error y no ha sido motivo de debate alguno. Dicen que el sentido de la normativa se entiende aunque esté suscrita otra cosa. Cosas de léxicos y sintonías políticas.
Por las Alcobas
Cuando la autoridad es excesiva el pueblo revienta de ira pero poco puede hacer para revertir los abusos. Observemos lo que pasa en los eventos populares, en los deportes y los toros por ejemplo. Los árbitros se sienten y son absolutos y se creen infalibles. No hay forma para querellarse contra algunas de sus decisiones ni de modificarlas aun cuando se demuestren los errores cometidos, así hubieran sido por ingenuidad o falta de visión. ¡Y no se diga los jueces de plaza tantas veces empeñados en tirar al traste el espectáculo taurino!
No hace mucho, un abogado amigo me decía al observar la torpeza de la autoridad a la hora de regir una corrida:
–Los toreros debieran partir plaza llevando un amparo en el bolsillo de la chaquetilla. Digo, siquiera, para no sufrir las vejaciones de la ignorancia.
Lo dicho: a más regulación y mayor presencia autoritaria, menor democracia. Abundaremos.
Dicen que el sentido de la normativa se entiende aunque esté suscrita otra cosa. Cosas de léxicos y sintonías políticas.