Veneno Puro

Por Rafael Loret de Mola

25/03/2018

«En México, las distancias entre quienes mandan y cuantos obedecen es mayúscula»

*Sepulturero del Futuro
*Secuestros Marginados

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En la célebre obra, “México Bárbaro” de John Kennet Turner, se cuenta con apego a los hechos y una técnica de investigación impecable el drama de los indios yaquis de Sonora, entre otros, demostrándose que el numen del estallido de 1910 fue, sin duda, la desigualdad social. No es extraño el aserto en nuestra historia: ya habíamos contado que, de acuerdo a peritos hispanos –quizá preparados para librarse del estigma de sus asesinos predecesores-, la destrucción de Teotihuacan había sido consecuencia directa del dilema permanente entre los explotados, quienes se cansan de vivir a las sombras, y el pequeño círculo de gobernantes, sacerdotes y guerreros de alcurnia. El mismo vendaval que destruyó a los imperios egipcio, griego y romano luego de centurias dominantes por el paso de los “caballeros” dispuestos a defender sus patológicas razones con la fuerza de las armas.
Esto es: en México, las distancias entre quienes mandan y cuantos obedecen es mayúscula y sin que jamás se haya respetado el principio republicano fundamental: el de la soberanía popular imperante sobre los grupos fácticos de poder. De esta “útil” ignorancia se derivan todos los grandes males de nuestro país, desde el ostracismo silencioso, al que he llamado “sepulturero del futuro” y “el mejor compañero de la corrupción” entre otras definiciones, hasta la exaltación de la riqueza como única ruta el pro del estatus dentro de una comunidad inmersa en su propia hipocresía. (Ni siquiera los Obispos, salvo excepciones que confirman la regla, se atreven a compartir la mesa con sus servidores por razones de “buen gusto”).
Hace tiempo, en mis días en San Miguel de Allende –la maravillosa ciudad colonial que quisiera recordar con más cariño si no fuera por la cercana presencia de la maldad en mi hogar; me dicen que no debo hacer referencia a mis emociones personales pero, a estas alturas, me he ganado el derecho de hablar cuanto me da la gana-, un heredero ricachón, quien jamás ha trabajado para ganar un peso, se extrañó que uno de mis colaboradores se sentara al lado mío, y en la misma mesa que compartía con el millonario, y antes de preguntarle sobre lo que comería, le soltó:
–A éste no le muestres la carta; ¿no ves que no está acostumbrado? Mándenle un tazón con frijoles y con eso le basta.
Iba a responder la majadería cuando el noble humilde se carcajeó y replicó:
–¿Sabe usted? También puedo comer carne y no me hace daño; en cambio a usted, se le atoran los frijoles.
El heredero tuvo el buen tino de no responder esperando que yo actuara; y se sintió muy molesto cuando, a cambio, le dí unas palmadas en la espalda. Y luego, en la plática, el sujeto engreído e incómodo por la presencia de alguien no perteneciente a su nivel social no cesó de hablar de la necesidad de votar por otro partido, ya no el PRI sino el PAN, estábamos en las vísperas de los comicios, para así evitar el hambre de tantos campesinos maltratados. El fariseísmo llegaba muy alto en su rancho en donde servía a la decena de empleados, como se había acostumbrado en la casa de sus padres, sólo lo proveniente de una inmensa olla… con frijoles y retazos de hueso. Su familia, claro, devoraba platillos exóticos europeos y norteamericanos.
Por las Alcobas
Todo parecía irle estupendamente –especulando con bienes inmuebles-, hasta que llegó la hora de encontrarse, como si no hubiese pasado el tiempo, con la barbarie del México actual: lo secuestraron, a él y su mujer estadounidense ya fallecida, a ella la dejaron libre instantes después, y lo mantuvieron siete meses en una suerte de ataúd en circunstancias muy parecidas a las que padeció Diego Fernández de Cevallos de mayo a diciembre de 2010 bajo la indiferencia notoria del gobierno panista de Calderón. Lo mismo sucedió al respecto de los falsos “accidentes” en donde perdieron la vida Ramón Martín Huerta, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake Mora, el primero cercanísimo a los Fox y los segundos en condición de secretarios de Gobernación al ser muertos.
Bastó con exaltar su “heroísmo” –si hubiese sido tal no estaríamos hablando de meros accidentes porque entonces hasta el trailero que muere en una carambola tendría condición de hijo distinguido de la nación-, a través de funerales de Estado, para rendir culto perentorio a los difuntos y seguir la senda del olvido. Por algo la familia de José Luis Santiago Vasconcelos, ex zar antidrogas y de hecho cremado dentro del avión de Mouriño, se negó a la parodia.

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