Rafael Loret de Mola
27/11/2016
*El Pesimismo Pesa
*Navidades “Negras”
*Serias Diferencias
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Me decían hace unos días que mis palabras parecen impregnadas de un pesimismo negro –lo contrario del humor- y hasta catastrofista. Para defenderme un poco, y además apenada por el justo señalamiento, argüí que también me habían calificado igual cuando vi venir el atentado contra Colosio –“Presidente Interino”, 1993-, o denuncié el alcoholismo de calderón antes de que el escándalo llegara a la Cámara de Diputados. De igual manera, la alerta sobre marta sahagún evitó lo que ya se gestaba para simular una suerte de reelección de fox si bien su falta de carácter ayudó bastante. Y siempre colgándome el sambenito de ser profeta del caos. ¡Cómo si me gustara el papel!
Como testigo de tantas volcaduras de la historia, me satisfaría mucho más reseñar a los lectores preocupados del acontecer cotidiano que no hay riesgo alguno de una nueva “guerra fría” pese a la unión de fuerzas entre Rusia y China en franco desafío hacia occidente y, en concreto, al ya encanecido Barack Obama en fase de finiquito quien parece tener un gran parecido político con su colega mexicano: todavía no han podido aterrizar en la realidad ni saben conducir las naves de las cuales son timoneles, sólo eso, bajo las órdenes de un capitán que, por si se les olvida, se llama soberanía popular, maltrecha en nuestro país ante la incesante invasión de foráneos saqueadores que cierran espacios en nuestros mercados y en todos los renglones. Es una pena el desplazamiento continuo de los inversionistas locales y el arribo de toda suerte de profesionales de fuera, españoles y estadounidenses sobre todo, con salarios tres veces mayores a los pagados a sus similares mexicanos. Volvemos hacia atrás en la historia.
Ya he dicho que México, por desgracia, es la única nación en donde se aplica la xenofobia al revés: esto es en contra de los nacionales y entregados sumisamente a los extranjeros ambiciosos y ansiosos por multiplicar sus fortunas en un cerrar y abrir de ojos. ¿Cuántos de ellos han logrado resarcirse de sus pérdidas en sus países de orígenes acudiendo al saqueo de divisas desde las sucursales de “sus” bancos? Una de las medidas urgentes, que debiera toma la Secretaría de Hacienda, es la de auditar a fondo los movimientos y operaciones, lesivas para la economía nacional, de estas instituciones incapaces de pensar en los intereses de nuestra sociedad. Trabajan para la Corona como si estuviéramos en el virreinato de nuevo y no existiera México como tal sino la Nueva España. Es vergonzoso.
El optimismo, sin duda, surge de las perspectivas que se observan felices, cercanas y luminosas. Aunque aumentemos nuestra alegría un tanto artificial, se vale en el sendero de la felicidad; en cambio, cuando la oscuridad nos atrapa, siniestra y rebosante de emboscadas, las quijadas se aprietan y la búsqueda de alguna luz –al final del túnel, nos repiten sin cesar-, se antoja un deber inaplazable. Los dos caminos ya fueron recorridos por nuestros pies, como dirían los sabios mayas quienes, al sentir a la mano la hora final, retornan por última vez a los sitios que les fueron entrañables para despedirse definitivamente. Y ocurre, casi siempre, que el finiquito llega casi de inmediato, ineludible. Muchas veces no es cuestión de edades sino de la muerte de las conciencias. Por eso escribí “Hijos de Perra”, mi obra más reciente que espero no sea la última aun cuando tantos lo deseen.
No, éste no debe tomarse como un resignado canto al pesimismo; nada más alejado de mi mente. No puedo ser optimista porque, en las condiciones actuales, tal es una manera de ejercer la demagogia ante las alteradas situaciones del presente, en México y en el mundo. Como nuestro gobierno se ha caracterizado por su torpeza e inutilidad, no estamos preparados siquiera para enfrentar las altas mareas de las crisis globales que serán mayores, como los huracanes que este año fueron bastante más con sus secuelas devastadoras, al ritmo de los retos entre las superpotencias ya no sólo por el petróleo, devaluado en esta hora, sino también por el agua que tanto seguimos desperdiciando a manguerazos en la capital y en buena parte de las ciudades de nuestra maltratada República en donde el orden parece reservado para cuando se viaja a los Estados Unidos. Me indigna escribirlo.
Desde luego, hay diversas formas de ser pesimista y algunas son tan desgastantes como los tsunamis orientales. Hay muchos que al sentirse agobiados sólo bajan la guardia para morirse en vida; otros más, si se perciben perdidos, asaltan las vidas de los demás buscando compensarse de sus propios agobios sin detenerse al rebasar la línea entre el bien y el mal; y sólo algunos se plantean el mañana con la preocupación de buscar soluciones, dentro del dolor por un presente infectado, para que las generaciones que nos siguen puedan respirar mejor, en todos sentidos, y no sufrir cuanto nos destruye ahora por dentro. Estos últimos no se detienen, pese a sus quebrantos, y tratan de encontrar nuevas avenidas para la libertad aun cuando se aprecie a muy largo plazo la realización del sueño, no de las utopías que son como las drogas adormecedoras que derrumban y matan.
El pesimismo que no postra sino endurece por dentro para resistir hasta encontrar alguna ventana es la propuesta en la que este columnista cree. Lo he dicho ya: es imposible construir un nuevo edificio sobre los cimientos podridos del anterior; para poder elevarnos sobre la tierra es menester terminar con cuanto nos ha sido dañino, perjudicial y perverso, en la vida personal y en la vida de México y el mundo. No somos una isla y por ello, al formar parte de la comunidad global aunque sea como nación satélite –por más que presuman nuestros gobernantes sobre la posición de nuestro país entre las veinte economías más fuertes del mundo, demagógicamente-, los efectos de fuera, como los peores ciclones del Pacífico, pasan sobre nosotros, una y otra vez, destruyendo a su paso cuanto encuentren. Esta es la razón, y no otra, por la cual no nos da tiempo nunca de recuperarnos y seguimos arrastrando las miserias de cada año negativo.
Y no podemos ser optimistas cuando las iniciativas presidenciales –antes les llamaron “decisiones” hasta que fueron marginadas para dar entrada a reformas jamás consensuadas ni en las urnas ni en ninguna consulta-, nos conducen al pasado por la incapacidad de resolver los problemas de fondo. Sépanlo de una vez: no puede vencerse al narcotráfico porque si este flagelo desapareciera la economía nacional caería en un ¡sesenta por ciento! Por desgracia, para quienes nos oponemos a su tráfico y consumo, ya no hay remedio, como tantas otras cosas, y es necesario explorar condiciones extremas que nos otorguen algún respiro.
El pesimismo es, ahora, la crónica de la verdad. No puede ser de otra manera cuando, de hecho, por decisión unilateral y mañosa del presidente en ejercicio, se ha dado fin al federalismo para constituir una República Central con caducidad plena para las soberanías estatales y las autonomías municipales. De hecho, debiera hablarse en todos los casos de autonomía porque, al final de cuentas, los estados reconocen la Constitución General como superior y las locales están supeditadas a ésta. Pero aún con la tergiversación es claro que, cuando menos, sobre el papel cada gobierno regional y cada ayuntamiento tenía deberes específicos si bien era necesario, por la ausencia de recursos que produjo la pulverización municipal, considerar las prerrogativas del gobierno de la República para superar los pantanos de la impotencia.