4/11/15.- Hay una larga y muy divulgada historia sobre el derrotero del cadáver de Eva Perón. Una historia de ribetes insólitos, pero que, se ha dicho, sintetiza con particular precisión los persistentes enconos que marcaron la historia de la Argentina de los últimos 70 años. Ese relato es rearmado por enésima vez, ahora por Pablo Agüero, el director de Eva no duerme, película que acaba de exhibirse en el Festival de Mar del Plata. El punto de vista elegido por Agüero es inquietante: el del almirante Emilio Eduardo Massera, personaje clave de la última dictadura, encarnado aquí por Gael García Bernal, quien ya había trabajado con Agüero en Salamandra, film coprotagonizado por Dolores Fonzi.
El popular actor mexicano no sabía mucho del asunto hasta que decidió sumarse a la película. Y ahora que está terminada, dice que hay en ella «momentos de una mala comedia setentera de clase B; toda esa fascinación religiosa y mística con el cuerpo de esta mujer terminó por generar episodios inverosímiles. Creo que la aparición de la muerte desarticula la concepción racional que tenemos. Lo que me atrajo de la propuesta de Pablo es que se permitió revisitar la historia de una manera muy libre, contestataria, tomando partido. Eso es lo interesante de esta película: Agüero, claramente, toma partido. Y no se agota en el revisionismo histórico, también consigue hacer una película de aventuras muy entretenida».
-Pasaron quince años de tu explosiva aparición con Amores perros. ¿Cómo ves aquel momento desde el presente?
-En ese momento estaba más verde, con menos recursos, con menos aptitudes. Pero también había algo emocionante en todo eso. Era muy joven, tenía apenas 20 años… Verme de joven me resulta extraño. No tenía idea de lo que iba a pasar con la película. Me acuerdo de que les pedí a los productores que me den un VHS para verla con mi familia. Era una película chica, ni siquiera sospechábamos que iba a ser el boom que fue. Lo más importante es que arranqué sin ningún camino preestablecido y pude armar uno propio. Puedo decir que siempre hice lo que quise, aunque suene presuntuoso. Preferí eso a ser un exiliado de mí mismo.
Eres hijo de actores. ¿Estabas condenado a dedicarte a esto?
Era bastante obvio, sí. Crecí en un entorno que lo hizo previsible. Mis padres me llevaban a ver teatro en una época en la que existía una fuerte cultura del under. Eran obras con poca difusión y era divertido tratar de enterarse de lo que había. Me gustaba meterme en ese mundo de los adultos. Y sentía empatía con los actores con los que me cruzaba. No me gusta la parte frívola de la profesión, siempre intenté mantenerme alejado de eso. Me interesa el aspecto sociológico, el trabajo de investigación. Ésa es mi jugada. Poder llevar diferentes vidas con cada uno de los personajes es algo realmente envidiable.
¿Qué cosas tomas en cuenta para aceptar un trabajo?
Me llegan muchas propuestas. Decido, sobre todo, lo que no voy a hacer. Para mí, trabajar en películas pequeñas y desordenadas o en grandes producciones es más o menos lo mismo; hice las dos cosas. Una buena película se hace igual, tengas o no tengas dinero: con el mismo rigor, con el mismo esfuerzo, gracias al mismo acto de fe. Lo que sí necesito es hacerme amigo de la gente con la que trabajo. Un guión me importa menos que las personas con las que voy a encarar un proyecto. He trabajado con guiones completamente amorfos y las películas han salido de todas maneras muy bien. Y también elijo en función del tiempo que tengo. Quiero estar con mis hijos, dedicarme a mi vida privada. Puede sonar trillado, pero le doy mucha importancia a la vida afectiva. Hace unos años, José Saramago vino a Guadalajara para una lectura conjunta de sus textos que hicimos en la Feria Internacional del Libro. Fue muy divertido porque yo nací ahí y tengo una familia gigante viviendo en la ciudad. Saramago los conoció y se divirtió muchísimo. Mis parientes son ruidosos, extrovertidos; era un contraste muy fuerte con ese portugués mesurado y silencioso. En un momento se me acercó y me dijo: «Serías un imbécil si te perdieras esto».
¿Hay alguna película de todas las que hayas hecho, aparte de Amores perros, que te haya marcado especialmente?
Diarios de motocicleta me hizo sentir que mi hogar era más grande, y eso es bien bonito. Estoy eternamente agradecido a esa película. No tiene que ver sólo con el resultado de mi trabajo, eso muchas veces es un accidente. Tiene que ver con haber conocido a mucha gente de América latina haciendo la película. Me reafirmó la idea de seguir trabajando en la región, porque se supone que, si te va bien, terminás queriendo ir a trabajar a Hollywood. Está claro que mis trabajos más fuertesserán en castellano, y fue esa película la que me ayudó a reafirmar esa convicción.
También trabajaste con Brad Pitt, con Charlotte Gainsbourg…
Con Brad Pitt no me tocó ninguna escena en Babel, pero nos cruzamos en el set un par de veces y estuvo muy amable, muy buena onda. Con Charlotte hicimos una película muy linda, La ciencia del sueño, y me volví íntimo al instante. Seremos cómplices de por vida. Somos como primos, jugamos un jueguito muy divertido juntos y lo pasamos genial.
Ahora que están tan de moda las series televisivas, ¿te parece que la producción latinoamericana puede alcanzar la calidad de las de Estados Unidos?
No veo tantas series. De las que vi, me gustó mucho The Wire. Pero, en todo caso, creo que la región tiene muy buenos narradores. La Argentina es un gran ejemplo en ese sentido. Con Canana Films, la productora que tengo con Diego Luna, hicimos Niño santo, una serie de 14 capítulos protagonizada por un grupo de jóvenes médicos que son enviados a una aldea remota para vacunar a sus pobladores, que sufren una epidemia desconocida y son devotos de un culto misterioso encabezado por un curandero. Es buen ejemplo de lo que podemos hacer. Me parece que, más allá de los temas de producción, la clave es no hacer lo mismo que ya hacen los norteamericanos. Es igual que en el cine: ¿para qué hacer una comedia romántica del estilo de las de Julia Roberts si ya las hacen bien ellos?
El Universal/El Bravo