Se ciernen amenazas sobre la ‘ciudad santuario’ de Austin


13/03/2017 – Austin, Texas.- Los latinos en Austin están más activos que nunca. Es una batalla por la supervivencia de sus estadías en Estados Unidos que se libra en las calles, en medios de comunicación y en pasillos de oficinas gubernamentales. Y no es para menos: la ciudad cálida que los acogió está a punto de convertirse en territorio hostil.

En la capital de Texas, considerada una ciudad santuario para migrantes —donde carecer de documentos no es un obstáculo para prosperar—, las reglas podrían cambiar en cualquier momento. Las implicaciones son mayúsculas en una urbe donde, según el censo, 35 por ciento de la población es de origen hispano.

Una nueva legislación, alineada con las prioridades de Washington, podría facilitar la separación de miles de familias. La Ley SB4, aprobada por el Senado y enviada a los diputados de mayoría republicana, obligaría a las policías locales a cooperar con las autoridades federales de migración. Con el temido ICE. Sería el inicio de una auténtica ‘cacería’ de indocumentados.

Por eso las manifestaciones y mítines se han multiplicado en las últimas semanas. «Pido a Dios con todo mi corazón que esta ley no se apruebe, muchas personas van a salir perjudicadas», dice Olga Juárez, mientras sostiene una pancarta y marcha lentamente junto a cientos de paisanos en la avenida principal de Austin.

«No nos vamos a quedar callados mientras oímos el grito desgarrador de nuestras familias cada vez que migración se lleva a nuestros seres queridos», reclama Gabriela Castañeda, defensora de derechos humanos, frente al Capitolio estatal.

La preocupación es mayor, especialmente tras los operativos y redadas que durante febrero detuvieron y deportaron a 53 migrantes mexicanos en menos de tres días. «Dijeron que iban sobre los criminales, pero no es así. De los cincuenta y tantos, 26 no tenían antecedentes penales», asegura Antolín Aguirre, director de la Coalición de Migrantes en Austin.

Y aunque el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) argumenta que sus operativos tienen objetivos definidos, los testimonios apuntan en dirección contraria. La mayoría de los migrantes fueron detenidos en lapso del traslado a sus trabajos, o afuera de sus casas, en zonas mayormente hispanas, por agentes vestidos de civil que no exhibieron órdenes judiciales.

«Cuando sale en las noticias piensas: ‘Está pasando lejos de mí’, pero cuando te toca verlo es cuando dices: ‘Realmente está ocurriendo’. Tu vida ya no puede ser la misma», reflexiona Mayra Solórzano, quien vivió en carne propia el miedo de perderlo todo en un instante.

Un día reciente como cualquier otro Mayra recibió a sus vecinas para desayunar. El grupo de mujeres mexicanas solía reunirse por las mañanas en una modesta casa ubicada en el corazón latino de Austin. Pero ese día, después de dejar a sus hijos en la escuela, su colonia fue invadida por vehículos desconocidos.

«Nos llamó otra vecina y nos dijo que ICE estaba en el área, que tuviéramos cuidado. Nos asomamos por la ventana y vimos los carros. No eran patrullas, parecían normales, pero tenían vidrios polarizados», recuerda una de ellas.

Se paralizaron. Trataron de no hacer ruido y apagaron la televisión. No sabían qué hacer. «En eso me acordé que tenemos un amigo activista y le llamamos. Él nos dijo que vendría a documentar la situación», menciona Mayra.

El activista llegó 10 minutos después y —con celular en mano— se acercó al grupo de desconocidos. La conversación quedó grabada en video:

—¡No se acerque más! Puede hablar desde ahí —fue la respuesta de uno de los hombres, quien portaba un chaleco antibalas sin placa ni logotipo.

—Ok. Pues nada más estoy viendo… Hay una familia que vive aquí y tiene como sospechas y miedo. Yo les dije que iba a preguntar.

—Estamos conduciendo una investigación federal —interrumpió el hombre. —No podemos hablar de eso. Así terminó el diálogo.

«Todo el barrio estaba temeroso. Nadie pasaba, nadie salía, nadie entraba. Era un silencio total», relata Isela Castorena, una de las vecinas.

«Para Austin fue traumático. Una operación de ese tipo no se veía desde hacía mucho tiempo», asegura el cónsul de México en Austin, Carlos González. Los empleados del consulado visitan regularmente los centros de detención y así descubrieron que los casos se habían disparado.

«Habitualmente hay dos o tres mexicanos. Y de repente vimos que aumentaba a 14 y, al día siguiente, 30», señala el cónsul y concluye: «A mí me cuesta trabajo no pensar que había una intencionalidad en cómo hicieron las cosas».

A unas cuadras del consulado se encuentra la sede de Grassroots Leadership, una pequeña organización que se opone a las detenciones masivas y que opera una línea telefónica de atención. «Solíamos recibir una o dos llamadas diarias, pero cuando iniciaron las redadas, recibimos ¡mil llamadas! en un fin de semana», comparte Cristina Parker, directora de Programas de Inmigración.

Los activistas de Grassroots Leadership coinciden con el cónsul mexicano: los operativos de ICE fueron un mensaje para los hispanos en Austin. Según Parker, se trata de «una venganza» contra una comunidad que consistentemente ha votado por oficiales y políticos que defienden a los migrantes.

«Estamos absolutamente convencidos de que eligieron nuestra ciudad para las redadas por las políticas de nuestra sheriff», asegura la activista.

Se refiere a Sally Hernández, quien tomó juramento a inicios de año y está inmersa en una controversia con el gobierno estatal. La nueva sheriff ha sido firme y se niega a cooperar con los agentes de ICE sin una orden judicial.

«Cuando trabajamos juntos tenemos la fuerza para superar el miedo, la confusión y el odio que nos impiden hacer lo correcto», dijo Hernández durante su toma de protesta, en clara referencia a las políticas del presidente Donald Trump.

Su resistencia ha provocado la ira del gobernador republicano, Greg Abbott. En una carta de tres páginas, el mandatario amenazó a la sheriff con quitarle recursos y destituirla por sus políticas pro migrantes, que calificó de «equivocadas y peligrosas». Los impulsores de la Ley SB4 pretenden lo mismo: acabar con esta ciudad santuario.

Cuestionado sobre el tema, el alcalde de Austin, Steve Adler, responde: «Nuestra sheriff ha declinado participar en un programa voluntario, no está haciendo nada contra la ley».

Y tiene razón, por ahora…

El alcalde Adler confía que Austin mantendrá sus políticas de puertas abiertas. A su voz se suman cientos de migrantes que siguen protestando en las calles: «Muchas cosas habrán cambiado desde la elección de noviembre, pero algo que no cambió es quiénes somos en esta ciudad, esa es nuestra esencia».

Pero los migrantes ahora tienen otro hábito: mirar por las ventanas antes de salir. Escudriñar cada coche que ronda sus calles, cada hombre que por ahí deambula.

Agencias

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