Dentro de un hospital de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por su sigla en inglés), investigadores utilizan la réplica de un bar bien surtido para probar un nuevo medicamento que podría ayudar a quienes beben en exceso a reducir la ingesta de alcohol.
La idea es que una vez sentados en el bar-laboratorio poco iluminado, los voluntarios tengan el deseo de beber por el estímulo enviado a su cerebro a fin de determinar si una píldora experimental les contrarresta esa necesidad.
Las bebidas verdaderas están bajo llave en la farmacia del hospital, que está lista para enviarlas a fin de que el olor cause tentación y para probar la seguridad del medicamento entre quien haya bebido de cualquier manera.
“El objetivo es crear un ambiente casi real, pero controlado muy estrictamente”, dijo el investigador Lorenzo Leggio, líder del experimento, quien prueba cómo la hormona ghrelina, que despierta el hambre en las personas, influye en el deseo de consumir alcohol y si puede ser útil bloquearla.
A pesar de los buenos propósitos anuales de dejar de beber, los desórdenes por consumo de alcohol afectan a 17 millones de personas en Estados Unidos, y pocas reciben tratamiento.
No existe una terapia eficaz, por lo que los NIH han impulsado la búsqueda de medicamentos que ataquen el ciclo adictivo en el cerebro en diversas formas, y para saber cuáles opciones funcionan mejor en determinado tipo de bebedor.
“Los alcohólicos se dividen en muchos tipos”, explicó el doctor George Koob, director del Instituto Nacional contra el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo y quien ha difundido en una página de internet (www.niaaa.nih.gov) nuevos parámetros que explican quién está en peligro y cuál puede ser la ayuda.
Ese instituto afirma que un nivel de “bajo riesgo” implica que el sujeto beba como máximo cuatro copas en un día y 14 en una semana si es un hombre, y tres al día y siete a la semana si es mujer.
La genética influye en la vulnerabilidad de un individuo para que caiga en el alcoholismo. También hay factores ambientales, como acostumbrarse a beber cierta cantidad de copas, sin mencionar la adaptación de los circuitos en el cerebro.
El tratamiento puede variar, desde rehabilitación con hospitalización y programas de 12 pasos, hasta terapia conductual y los pocos medicamentos disponibles en la actualidad.
Koob, que se especializa en neurobiología del alcohol, afirma que el paciente necesita una combinación de todo y finalmente “un cambio de hábitos”.
Sin embargo, según cifras de un reciente estudio, menos de un tercio de las personas que necesitan tratamiento lo reciben, y de éstas, menos de 10 por ciento toma medicamentos.