Ma. Teresa Medina
9/01/17
¿Querrán ser insultados con finura y propiedad?
Yo no digo desde que arribara a nuestras costas Hernán Cortés, pues sería muy desconsiderada meterle 500 años al tema.
Tampoco desde la Independencia con sus dos siglos, ni la distancia de 106 años de la Revolución.
Pero sí es más razonable desde 1982, en la transición de José López Portillo y Miguel de la Madrid. Esto es, querer hacer en apenas cuatro años tantos y agresivos cambios políticos nunca hechos en 34, están colapsando al país lejos de desarrollarlo.
Por mucho que el gobierno de Enrique Peña Nieto desee lucirse y enfilar al país al nivel de las naciones más avanzadas y, según él, “esforzarse” sin importarle perder (“patrióticamente”) capital político, aquello no deja de ser una barbaridad.
Todo esto es como obligar a participar en una prueba de atletismo a un enfermo postrado por más de tres décadas, exigiéndole se levante y corra los 100 metros planos. Hágame el favor.
O también pretender un obrero darse una vida de lujos de la noche a la mañana con el salario mínimo. O una persona iletrada abordar temas complejos ante un panel de especialistas.
Las medidas que el propio Peña reconoce que nadie quiere son ciertamente necesarias, pero su implementación carece de toda lógica y sensibilidad humana.
En otras palabras, el león cree que todos son de su condición.
No se trata de medidas “impopulares” sino de impertinencias que evidencian una completa ausencia de talento político e inteligencia para enfrentar la realidad.
Hablando francamente, ¿no sería mejor y honesto que los 260 mil millones de pesos que ansiosamente buscan recaudar por el IESP (Impuesto Especial sobre Producción y Servicios) a las gasolinas, se obtuvieran confiscando los bienes saqueados por los ex gobernadores?
Ningún país o sociedad que sufra tanta corrupción puede avanzar en ningún frente, en tanto su clase gobernante no promueva cambios radicales a su sistema de procuración y administración de justicia.
Pero el fenómeno de la impunidad aquí ya se volvió un tabú. Parece ser que la consigna de no molestar a esos diositos de carne y hueso es tan sagrada que optaron por el sufrimiento del pueblo (al fin ya está acostumbrado), provocándolo a que se comporte como criminal, al cabo se le reprime y sanseacabó.
Vender la idea de que aplicar mayores impuestos a los combustibles es la única salida, sumándole la reacción de un pueblo “berrinchudo” que “se niega a crecer”, son viejos cuentos que nadie se traga.
Recordemos que una cosa es que el pueblo reaccione sin haber sido provocado, y otra que su ira se desate por una provocación premeditada.
Falso que México sea un país de personas que asuman comportamientos de niños malcriados y adolescentes rebeldes. Es en todo caso una sociedad harta de padecer a políticos que se llevan a sus cuentas bancarias los impuestos que ella paga.
Multimillonarios recursos fiscales que una vez saqueados se les da un maquiavélico tratamiento que pasa del escándalo mediático al olvido ¡y zas! aparece de la nada (pero sabemos que es del robo) un acaudalado contingente.
Distinto escenario sería que los impuestos se reflejaran en extensas regiones sin violencia, en calles planchaditas, en educación para todos (incluyendo la universitaria), en coberturas de salud verdaderamente universales, en una generación de empleos bien pagados, y sobre todo en una justicia pronta y expedita.
Eclipsadas todas estas obligaciones del Estado Mexicano, nadie aceptará de buena gana ningún argumento gubernamental por urgente y necesario que sea.
Somos una sociedad civilizada que recibe trato de salvaje. ¿De qué otra forma puede la gente hacer valer su voz sino es mediante la ira? ¿O acaso querrá el gobierno insultos inocuos expresados con finura y propiedad?
En temas amables permítame decir que el hecho que la UAT esté convertida en una universidad de profesionistas cada vez más reconocidos, se debe a la prioridad del rector Enrique Etienne por elevar el nivel académico. Competitividad que deviene en mejores oportunidades laborales para sus egresados.
¡Excelente inicio de semana!