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ORBE


Ma. Teresa Medina

30/12/16

Trump, verdades que duelen (y que casi matan)

No son pocas las ocasiones que he dicho que Donald Trump, el magnate de 70 años que el viernes 20 de enero tomará posesión como el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, suele expresar verdades dolorosas que sus adversarios “confunden” de ocurrencias.
En un mundo hastiado de políticos sumamente cuestionados por su incompetencia, este personaje que llegó de muy atrás y sorprendió (aparentemente) a todos al derrotar a Hillary Clinton, ha sido severamente criticado por sus constantes declaraciones, para muchos controversiales, aunque se sabe son ataques orquestados desde la dictadura totalitaria mundial.
Por ejemplo, al gobierno mexicano que preside Enrique Peña Nieto le dolió en el alma, mejor dicho en sus intereses privados que tienen en vilo al país, que Trump, antes de convertirse en presidente electo de la nación más poderosa del orbe, advirtiera de la construcción del muro fronterizo.
Y lo que es más: que su costo debería ser pagado puntualmente por México, ladrillo por ladrillo.
El alarido de nuestra vulgar e inepta clase política fue de proporciones planetarias.
¿Cómo va a pagar México semejante barda, sólo porque a un loco deslenguado se le ocurre?
El karma de los corruptos que se han enriquecido brutalmente a expensas del pueblo mexicano, apareció sin aviso. Y todavía, lo que es más grave, sin haber muerto tantos de ellos la ley de esa causa y efecto se hizo presente.
Buenísimos para ver la paja en el ojo ajeno, les cuesta una enorme dificultad admitir que esas reacciones son las consecuencias de todas sus fechorías, vilezas y depravaciones que mantienen en la miseria a las dos terceras partes de la población mexicana, expulsada en gran número al otro lado del río Bravo.
Apurados ahora, también temen que otro “orate”, Andrés Manuel López Obrador, arribe a Los Pinos en 2018, y junto con su colega gringo, metan orden en sus respectivos países.
Lo cierto es que Trump no es el culpable directo del muro que planea levantar, incluso por más que se diga que rompería con todas las elegantes reglas diplomáticas y hasta con la natural libertad migratoria que no precisamente indica que los pueblos pueden moverse hacia donde se les pegue la gana. ¿Cierto?
Una cosa es la anarquizante cultura inoculada a las masas y otra es el derecho internacional que erige fronteras y regula el tráfico migratorio. De otra manera, si se me permite el ejemplo, todos invadiríamos casas, terrenos, ranchos y propiedades sin respeto alguno y sin mayores consecuencias legales derivadas de nuestro atrevimiento.
Por si la estirpe que pésimamente gobierna México aún no se percata del desastre en que está convertida la nación (incluyendo el 20% de aumento a las gasolinas), tapada de reformas que no convencen a la gente y siempre postergan a la eternidad sus beneficios, lo primero que debe hacer es reconocer que la desgracia que se vive es de su autoría. De nadie más.
Resulta que la última novedad es que Trump trasciende que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es sólo un club de personajes que asisten a sus instalaciones sólo para pasársela bien.
Muy parecido a lo que Facundo Cabral decía, que había individuos que para escapar del aburrimiento de su familia llegan a la presidencia de su país.
Y van de nuevo las verdades que no pecan, pero como duelen y casi matan a los receptores que les queda el saco, hecho a sus medidas.
Un atajo de sujetos llamados ostentosamente “diplomáticos”, que nada diploman, mientras el mundo es testigo horrorizado de las peores deformaciones: masacres y hambrunas.
Y ellos tan frescos y quitados de la pena incumpliendo con la sociedad del mundo y con su hora decisiva.
Y no porque el que lo haya dicho sea el futuro presidente de la capital mundial no le asista la razón, por “extravagante” y “loco” y “autócrata” que se le juzgue. Pero la tiene.
De regreso a México. No vayamos tan lejos: del dinero público que por cientos de miles de millones robaron en despoblado los gobernadores, ¿quién dará cuenta? Desde el pasado y hasta el momento, nadie. La impunidad gobierna. No hay soluciones, sólo retórica. Gritan y quieren corregir a otros, gruesas cortinas de humo con las que despiden el 2016.
¡Feliz Año Nuevo!

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