Ma. Teresa Medina
31/10/16
Gobiernos sin poder
La percepción que se tiene de la rimbombante democracia mexicana, radica que en 16 años de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto ha puesto en el poder a una inmensa mayoría de personajes convertidos en minipolíticos.
Dejemos por un momento el trillado tema de la corrupción, no porque sus efectos dejen de ser alarmantes inclusive en términos porcentuales frente al presupuesto federal y al mismo Producto Interno Bruto (PIB).
La cuestión es que hoy tenemos alcaldes, gobernadores y presidentes de la República incapaces de imponer el orden social, maniatados por una parafernalia legaloide que esgrime “derechos humanos” y “transparencias”, acabando por anularles a estos funcionarios (electos por el voto popular) su capacidad de ejercer cabalmente el ejercicio del poder.
Un fenómeno que no ocurría de esta forma antes del 2000, cuando ningún mafioso, por poderoso que fuera, desafiaba a la autoridad de Los Pinos ni provocaba el tenso desfile cotidiano (y sumamente costoso) de militares y policías federales en diversas regiones del país.
Dejamos de ser una nación antidemocrática pero con políticos capaces de privilegiar la paz y controlar cualquier brote de violencia, permitiendo que la ciudadanía transitara confiadamente por las carreteras y caminará a sus anchas por las calles de todas las ciudades, sufriendo acaso la delincuencia común y corriente, vista desde siempre como “normal”.
En tanto ahora sólo tenemos poderes públicos hasta incapaces de ejecutar las órdenes de aprehensión contra peces gordos, llámense políticos corruptos como grandes narcotraficantes, sino es por complicadas negociaciones clandestinas como las que se pactan con varios ex gobernadores “ocultos” en sitios donde bien saben donde ir a detenerlos.
Aquí vuelve a surgir forzosamente el tema de la corrupción que ha desatado una buena parte de este desastre que despoja a nuestros gobernantes de sus capacidades ejecutivas y los somete al escarnio popular.
Eso desencadena que en la política mexicana se vivan tocando extremos. De gobernantes autoritarios que por lo menos proporcionaban una tranquilidad real a la sociedad a gobiernos democráticos a los que todo se les ha salido de control, rompiéndose el equilibrio del que Platón sostenía que debe gobernar predominantemente lo racional sobre lo irracional.
Abundando, el filósofo griego, que los gobiernos deben quedar en segundo plano, concebidos como “servidores de las leyes” y competentes “de persuadir y convencer (a los ciudadanos) de la justeza de la legislación y del ordenamiento de la vida política, pues es sumamente importante y necesario que se obtenga su aprobación”.
Resulta, sin embargo, que tales artes son, ya todo mundo lo sabe, desconocidas para la mayor parte de los políticos mexicanos, ocupados en amasar fortunas mediante el saqueo y los negocios turbios, mientras el país entero se debate en una ola de criminalidad.
Si algo de respeto existía de parte de la sociedad hacia los gobernantes antes de que iniciara el siglo 21, hoy ya no queda nada. Otro extremo que debilitó enormemente a la clase política y exacerbó la incredulidad social, encareciéndose impensablemente la democracia por culpa de individuos que nada saben de gobernar aunque sí de mentir.
¿Quién no sospecha, por ejemplo, que Enrique Peña Nieto dejó escapar a Javier Duarte?
¿O cuántos se creen el cuento de que el nuevo procurador general de la República, Raúl Cervantes, una vez designado por el Senado como Fiscal General y con un mandato autónomo de nueve años, no protegerá los intereses de su amigo el actual Presidente de la República?
La improvisación de funcionarios de los nuevos gobiernos estatales es otro fenómeno que por la ignorancia de éstos acrecienta su arrogancia y paraliza sus gestiones, teniendo que aprender que los gobiernos como las empresas deben tener servidores públicos de carrera y una amplia curva de experiencia, conocedores del entramado gubernamental y de todos sus movimientos.
Lamentablemente eso está sucediendo. La pregunta es en cuánto tiempo aprenderán los nuevos funcionarios inexpertos o desconocedores de estas latitudes políticas y de sus bruscas oscilaciones.
Mientras eso se da, la nítida expectativa ciudadana, de la que tanto se ha dicho, no está dispuesta a esperar demasiado. ¿Cuánto tiempo tardarán en atenderla?
En fin, pronto veremos qué harán los minipolíticos acotados por la democracia y los diversos poderes fácticos. Recuérdese que en 2018 el voto, como dicen, “nomás está queriendo”. Igual contexto aguarda a los nuevos gobiernos estatales a los que las exigencias sociales no tardarán mucho en convertírseles en crisis si su lentitud, derivada de su novatez, se sale de los límites esperados.
¡Excelente inicio de semana!