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ORBE


Ma. Teresa Medina

8/07/16

Lo que anuncia el siglo XXI

Cuando el 1 de diciembre de 2012 el abogado Enrique Peña Nieto dirigía desde el patio central de Palacio Nacional su primer mensaje a la nación como Presidente de la República, anunciando las llamadas doce decisiones de su nuevo gobierno, incluyendo la propuesta de reforma educativa, el pueblo creyó que en el horizonte del país aparecían nuevos tiempos.
La deteriorada confianza social sobre las instituciones de la República parecía renovarse y fortalecerse con las buenas noticias de quien había sacado al PAN de Los Pinos y derrotado con estrecho margen a Andrés Manuel López Obrador, concluyendo la docena trágica que poco a poco se desvanece de la noble pero irresponsable memoria social.
Palabras más, palabras menos, Peña Nieto, que horas antes había rendido protesta como presidente de los Estados Unidos Mexicanos ante el Honorable Congreso de la Unión, expresaba:
“Siento una emoción profunda, en la que se enlaza nuestra historia con la esperanza de un futuro mejor para nuestro gran país”.
Agregaba: “Los mexicanos tenemos un legado prehispánico, colonial, independiente, revolucionario y democrático. El pasado para nosotros es identidad y fuente de inspiración y así lo seguirá siendo en mi gobierno”.
A la distancia de tres años y siete meses de su debut como primer mandatario de la nación, y de haberse enfundado la banda presidencial, don Enrique extravió o incumplió su primera promesa.
Nunca llegó la esperanza de un futuro mejor.
México no parece un gran país.
Tampoco parece ser de los mexicanos.
Ni su pasado es -como lo había dicho emocionado- identidad y fuente de inspiración.
La historia de su mandato es de sobra conocida, a la par de los reducidos niveles de aprobación pública que en la escala del 0 al 10 lo ubican en 4.4, la más baja de la historia contemporánea para un presidente de México, superando a Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón.
Un rechazo que, de acuerdo a una encuesta del periódico Reforma, asciende al 66 por ciento de mexicanos que reprueban su gestión, y cuyos resultados deplorables parecen ser peores a los obtenidos por Ernesto Zedillo en el “Error de diciembre” (de 1994) y los más de 120 mil homicidios (aproximadamente una muerte violenta cada 30 minutos) y 26,121 desaparecidos en el gobierno de Felipe Calderón.
¿Qué fue lo que pasó para que la imagen de Peña, tan espectacular al inicio de su sexenio, cayera al abismo?
“Saving México”, anunciaba la revista Time en su portada del 24 de febrero de 2014: “Ahora las alarmas sobre México están siendo reemplazadas por aplausos”, mencionaba la prestigiada y centenaria revista norteamericana.
Pero, “Salvando a México” habría de durar poco, casi como un abrir y cerrar de ojos, hasta el arribo del desastre y la confusión, de los actos abiertamente deshonestos y cínicos, de la ausencia de equilibrios políticos, de la crisis petrolera, de la mala administración, de la falta de diálogo, de la represión contra la CNTE y de otros líderes como el doctor José Manuel Mireles, de la intromisión gubernamental en varios medios de comunicación y el despido coaccionado de varios periodistas, y de una promesa renovadora destruida por un PRI-Gobierno soberbio al que las mentadas de madre no le hacían mella y que le importó nada el clásico de que “el futuro lo aclara todo”.
No son pocos los analistas que interpretan al inquilino de Los Pinos en una absoluta falta de ubicación política: es decir: sabe que está, pero ignora cómo y dónde está.
Los aplausos volvieron a ser alarmas, y el fugaz héroe de Atlacomulco se hunde en un penoso proceso de desprestigio que lo despoja de tan grande honra, acusándolo de provocar casi cuatro años mortíferos cuyo saldo cercano ronda los 70 mil homicidios dolosos.
¿Tiene salida un gobierno federal cuyo partido político para colmo acaba de perder 7 de 12 gubernaturas y el control político del 54 por ciento del país?
La respuesta negativa parece irremediable. Y el siglo XXI indica claramente que la oposición (PAN y MORENA, principalmente) gobernará alternadamente la nación a partir del 2018, rescatándola de una brutal escalada de violencia, creando las condiciones de gobernabilidad indispensables para generar escenarios productivos y sociales.
El gobierno federal priísta instaló reformas que ahora marcharán a la inversa, pues nunca consideró que el pasado enorme de las costumbres es imposible revertirlo por decreto en el presente, sin dejar gravísimas consecuencias en el futuro.
¡Feliz fin de semana!

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