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OPTIMUS
Jorge Alberto Pérez González
23/10/2016
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Ladrando para adentro
*Crónica de los primeros 14 días*
Es sábado, pero lo más importante es que es el primer día de trabajo de la alternancia, el novel y noble funcionario de primer nivel se levanta a las 5 de la mañana y mientras se baña, piensa mucho sobre cuál corbata deberá llevar, sale rumbo al encuentro con su halagüeño futuro, se despide de su fiero perro guardián, que ladra sin cesar, -como si fuera aspirante republicano-, a todo aquel que se acerca a la barda de su casa.
No tuvo tiempo de despedirse de los hijos, su mujer ni se inmutó, antes de llegar al café de la esquina de la plaza principal, ensaya en los semáforos en rojo ante el espejo retrovisor, la sonrisa que él supone aparecerá en los diarios al día siguiente. Es un día especial para un ser especial.
Los “cafetólogos” lo reciben con algarabía; -Licenciado yo siempre lo supe-, -Felicidades hermano-, -Que huesote-, pero él no escucha nada, solo muestra una mueca que parece una sonrisa ensayada, su mirada está fija en el palacio de enfrente.
Ocho de la mañana en punto y hace su entrada triunfal, su oficina alberga un promedio de 8 personas por metro cuadrado, la mitad de ellos diligentes, la otra mitad atemorizados, la barbilla del novel y noble funcionario de primer nivel se levanta aproximadamente 15 grados.
Hay mucho que hacer, organizar las tareas, recibir a los amigos de toda la vida y prepararse para la primera junta de gabinete que seguramente será convocada a la brevedad, por ello se encierra con los más experimentados de la dependencia, para que ipso facto preparen un programa de acción basado en lo que regularmente hacían antes de que él llegara.
Los viejos se sienten tomados en cuenta, los nuevos se sienten desplazados.
El domingo fue igual, todos en la oficina a las 8 en punto, había que participar de la primera gira de la primera autoridad y eso conlleva abandono de hogar, pero es lo que el pueblo está esperando por años y el reclamo popular se debe atender.
El lunes 3 llega puntual, la oficina se llena, son muchas las urgencias y pocas las sillas ocupadas por dos, él ya no revisa su celular, los mensajes se acumulan y tarda horas en contestarlos, su esposa no le manda ninguno, pero su hija adolescente le escribe: “Papa, te extraño, el fin de semana nos iremos mi hermano y yo al otro lado a pasar el fin de semana a la casa de la abuela”.
La rutina siempre es la misma durante los siguientes días, ya no ve televisión pero consulta las noticias en su teléfono inteligente y se entera que Bob Dylan gana el premio de literatura y piensa, -que bueno que no se lo dieron a un milenial, los Generación X somos mejores-, sin percatarse de que Dylan nació en 1941.
El día 13 recibe la orden tajante, hay que cortarle la cabeza a todos los que estaban antes de llegar, la orden es superior y de acción inmediata. Aunque piensa en los que le ayudaron a hacer su primer presentación y sabe que tienen familia que mantener, no hay para donde hacerse, así que notifica a todos que se acabó el contrato que nunca existió y antes de las 11 de la noche, hora en que regularmente se iban todos los días previos, comenzaron a empacar sus escasas pertenencias particulares y a amontonarlas en una caja de archivo de cartón, vigilados eso sí, muy atentamente, por quienes al día siguiente ya no tendrán que compartir silla de escritorio.
El día 14 a las 5 de la mañana, lo sobresalta la noticia de que habían sido encontrados seis individuos con las manos amputadas y éstas a un lado conservadas en una bolsa de plástico, entre dientes masculla: ¡Que insensibilidad, que criminalidad, que violencia!
A las 8 de la mañana sólo han llegado unos cuantos de los nuevos empleados, pero piensa: es viernes, así que no le da importancia, se entretiene viendo el color de las paredes que no le gusta e instruye a su flamante y orondo secretario particular, para que gire un oficio a Servicios Generales a fin de que pinten de inmediato todo lo que no le gusta.
A las 4 de la tarde ya no hay nadie en su oficina, sale y observa que los escritorios están vacíos, recorre otras oficinas y encuentra el mismo espectáculo desolador, su gentil secretario le recuerda, – Jefe, es viernes-.
Recuerda que sus hijos se fueron a casa de la abuela, pero al no tener más que hacer, el novel y noble funcionario de primer nivel se dirige a su morada, donde el perro está muy entretenido, LADRANDO PARA ADENTRO.