Los Hechos

José Inés Figueroa Vitela

9/02/15

Llegó a considerarse lógico, natural, hasta obligatorio, que quien alcanzara las miles del poder o se relacionara con este, amasara escandalosas fortunas, se hiciera de ostentosas propiedades y dilapidara a granel con parentelas y amistades.
El diezmo alcanzó niveles de “naturalización” y la máxima de “al que parte y reparte le toca la mayor parte” se hizo ley en las esferas públicas convirtiéndose en reto para las nuevas generaciones desbordando la “mesura”.
En esa carrera de ambición y desfachatez se conocieron casos donde el diezmo se invirtió y ya los “proveedores” recibieron por pago la décima parte de las facturas y los “adjudicantes” se quedaron con el 90 por ciento provocando la sangría institucional y la simulación en el cumplimiento de las responsabilidades públicas.
Ya entonces no se trataba de satisfacer una necesidad comunitaria o institucional sino de facturar y ver a quien le quedaba el mayor rédito.
Y no se trató de una corriente político-partidista en el poder; los ejemplos abundan entre los unos y los otros si bien no hacia la generalidad, entre muchos de los variados rumbos para animar el escándalo y lamentar todos las consecuencias.
Hoy desde la vecindad del norte siguen dosificándonos “primicias” de escandalosas cuentas y propiedades de quienes por décadas encontraron allende el Bravo el refugio de sus haberes de cuestionada procedencia e ilógico destino.
En tribunales suizos, en su tiempo, obró en autos la declaración del ex Gobernador EMILIO MARTÍNEZ MANAUTOU, cuando de una gira por Matamoros voló a Miami llevando 40 millones de dólares para entregarlos a un corredor de arte como “inversión productiva” que luego fue a litigio internacional “por fraude”.
Acciones de esa naturaleza se hicieron ordinarias, insistimos, hasta los casos escandalosos de la gran crisis inmobiliaria norteamericana de la primera década del siglo cuando más capitales salieron de los políticos mexicanos adquiriendo importantes propiedades allá.
El fenómeno alertó al Tío Sam por variados motivos de orden doméstico e internacional en sus políticas imperialistas; hoy además de recuperar para sí el control de su espacio y economía pareciera interesado en incidir en el destino electoral de sus vecinos del sur.
Ello aparece tan complejo como difícil de probar más allá de la luz que arrojan las consecuencias de las acciones aplicadas en tiempo y espacio.
Aquí y ahora para efectos propios lo que trasciende es “qué vamos a hacer con eso”.
Resultará natural que la paisanada enchufada a los dineros públicos andarán buscando dónde guardarlos, menos en los bancos y bienes raíces allende el Bravo.
Lo más saludable sería que transitaran ya al nuevo orden y se apegaran a vivir –con los suyos- al producto lícito –o justo que no es lo mismo- de su trabajo, ciertamente no tan holgado contra el principio juarista de “la justa medianía”.
¡¿Qué dice el público?! Preguntaría Don Francisco. Qué dicen los presuntos implicados.
Los tiempos electorales por los que transitamos resultarán referente histórico cuando del antecedente resultó en las campañas el pretexto por excelencia para desviar caudales.
La simulación, el saqueo, el engordar de “tripas de mal año” hoy no solo apuntan a la derrota en las urnas; también será ocasión para el repaso puntual de quienes siguen viviendo en el pasado… y para inexorable juicios de futuro.
La “vida en rosa”, sibarita y desparpajada, financiada por el tesoro común tiene una cita puntual con el censo y el consenso ciudadano.

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