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Locuras Cuerdas


No todo son elecciones

19/04/2018 – Muy apreciado lector, hoy te voy a contar algo que bien puedes acusarme de cursi, de hecho lo soy, pero creo que lo que ahora te compartiré puede remover en ti algunas fibras de tu memoria y volver a vivir por medio del recuerdo aquellos momentos pueriles de nuestra dulce e inolvidable infancia. Espero que así haya sido para ti que me estás leyendo en este momento, porque no pierdo de vista que en todo hay excepciones y si te tocó vivir algo muy diferente a una infancia plácida, pues hago mías las palabras del escritor y poeta Víctor Hugo cuando dice: Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado. Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores. Este consejo lo hago mío siempre, aun y que remotamente tenga razón para tener un rescoldo de rencor, siempre tomo la opción de no aplicarlo en mi vida corta.
Fíjese que el día de ayer tuve la oportunidad de asistir a una escuela primaria para hacer un trabajo y por la logística del mismo tuve que sentarme un momento a esperar. La Real Academia de la Lengua Española define “esperar” con seis connotaciones, yo solo aterrizaré en nuestra charla dos. La primera es, permanecer en sitio adonde se cree que ha de ir alguien o en donde se presume que ha de ocurrir algo, el otro significado es no comenzar a actuar hasta que suceda algo. Que regalo de la vida saber valorar los momentos de espera. En ese momento opte porque mi celular no fuera mi prioridad y decidí mejor asomarme a otras vidas sin invadirlas, solo para hacerme preguntas que iluminen mi existencia y poder filosofar con mi mente. El rey David acostumbraba mucho a hacer esto y en el libro de salmos en la Biblia hace una pausa lingüística que la enuncia como “Sela” cuyo significado es una pausa para esperar meditando y tratar de iluminarse con cada paréntesis existencial que la vida en su ir y venir nos concede.
En esta espera contemple la infancia de otros que, en ese momento la vida me ponía en abundancia por estar justo en el recreo de la primaria José Crispín Mainero. Veía el comportamiento de los niños, la forma como con su conducta desinhibida saboreaban ese regalo existencial llamado recreo. Corrían de un lado para otro, quizá en estricta teoría era el momento para comer pero con la conciencia inevitable del tiempo que fluye sin misericordia e inexorablemente, sabían que dicho recreo tenía una vigencia casi efímera que los llevaba a tomar decisiones sobre la marcha de su vida, había que comer y había que jugar. En su creativa mente no cabía solo una opción, era menester hacer las dos cosas, así que alternaban su dichoso tiempo, su valioso tiempo entre alimentarse y educarse lúdicamente. Querido y dilecto lector, cuando podemos entender esta lógica infantil no se te hará extraño ver en los patios de las escuelas tacos de tortilla de harina o lonches sin su dueño a lado; esto quiere decir que el titular de esos alimentos puso pausa a su deglutir porque había considerado que las prioridades se alternan y se intercalan en eso de jugar y de comer en el receso de sus clases, el cual bajo la óptica del niño es una tiránica brevedad que dura apenas un suspiro de sus aún cortas vidas.
En mi observación invasiva de ese momento suyo de ellos, me preguntaba por el mecanismo de decisiones en sus vidas; cuál es la lógica de sus universos que los lleva siempre al paraíso lúdico donde logran concretar en sus vidas uno de los pilares de la educación como lo es el de aprender a convivir. Qué interrelación hay entre sus neuronas para que su voluntad los lleve a optar por correr y luego optar por comer. Eso está en lo más profundo de su privacidad mental, quizá ni sus padres lo sepan. A propósito no escuché ningún comentario que hoy es monotemático en el mundo de los adultos en México, las elecciones del 2018. Ellos son saludables en sus mentes. Al parecer no conocen del truculento y complicado mundo de los adultos o quizá lo ubican en su real dimensión y no ocupa la prioridad en el universo de sus mentes. Respiran con libertad. Su máxima autoridad son sus padres, su maestro y el director de su escuela.
Este breve momento de espera me transportó a mi infancia, a preguntarme por qué yo corría o por qué dejaba de correr, por qué jugaba con uno y no con otros niños que hoy son adultos y que sus nombres se han diluido con el paso del tiempo, comprendí las razones del poeta que dice, hoy dista mucho de ayer, ayer es nunca jamás. El tiempo que moldea a los niños de la Crispín Mainero quizá es otro tiempo, como alguna vez alguien dijo, el agua del río pasa por el mismo cauce, pero son aguas diferentes.
El tiempo hablará.

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