Jorge Chávez
08/03/18
Kintsugi
El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas. Ernest Hemingway.
Usted podrá decir que la esencia monotemática me invade, me envuelve y me domina. Incluso pudiera parecer ignorante de los temas de relevancia que hay en nuestro país, y ciertamente soy un perfecto ignorante en el sentido socrático, “Sólo sé que no sé nada”. Pero en cierta medida me resisto a entrar en la espiral de lodo y denuestos en que han convertido el período de intercampañas los candidatos, Anaya, Meade y AMLO, este último en menor medida aunque su naturaleza lo lleva siempre a buscar camorra con todo mundo por todo y por nada, aunque su postura en las encuestas le dicta aquel axioma militar napoleónico que dice: “Cuando tus enemigos estén haciendo mal las cosas no los interrumpas”.
Hoy quiero abonar a su inteligencia, mi apreciado lector, un tema que le sea más útil, que alimentar su morbo para conocer la retórica sofista del Jefe Diego Fernández de Cevallos justificando el uso de su estridencia lingüística “hijos de puta” que muy campante espetó al aire en la PGR a todos y a nadie, según dijo. Eso de cantinflear no es uso privativo de un solo partido, es más bien un símbolo polivalente al que recurren todos cuando de no decir nada se trata.
Permítame, querido y dilecto lector, tratar de filosofar con Usted. En ese intento le comento, pues, que México está roto pero puede componerse. En el nivel de país que somos y en la circunstancia en que estamos, que la otrora “paz social”, queda en muchos de nosotros como un lejano y vago recuerdo en el horizonte de la historia y para los jóvenes millennials simplemente es un concepto abstracto ilegible en su vida práctica y que no sabemos si en algún lugar de un lejano futuro existirá otro gobierno que pueda usarlo en su retórica manipuladora. En ese tenor, carentes de aquella “Paz Social” y llevando los problemas de nuestro país a un nivel familiar, siendo ésta la célula más pequeña de la sociedad, para poder abordarlos con mayor simpleza un problema; de lo macro, trasladarlo a lo micro para intentar una solución práctica y sustancial, óptima y efectiva. En este contexto, estimado lector, no se requiere de mucha sabiduría para entender que la mayoría de los seres humanos, sino es que todos, hemos pasado en un contexto de familia por situaciones penosas que quisiéramos que nunca hubieran ocurrido y además que nadie se entere. Desde un embarazo no deseado hasta un hijo o hija descarriados con todas sus posibles variantes, tales como el alcohol, drogas, sexo, etc. La pregunta obligada es ¿Cómo atender estas tragedias cotidianas dentro de nuestra vida o de nuestra familia? Cuando se presentan este tipo de vientos en contra, propios de la naturaleza humana. El limitar la solución del problema a, “Que no se enteren los compadres” no sirve de mucho. Cuando una vivencia inesperada y no deseada llega a nosotros o a nuestros hijos es cuando sentimos que algo se rompe en nuestra vida. Duele y el agobio aumenta cuando nos damos cuenta que no sabemos qué hacer.
En ese tenor déjeme decirle que cuando los japoneses reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro. Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. Todos, en determinado momento del camino de la vida nos hemos tropezado y hemos caído de una forma o de otra. Déjeme comentarle querido lector que el arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi. El resultado fantástico y cautivador es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. Benditas tragedias cuando logramos aterrizar esta filosofía a nuestra vida. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
Conspicuo lector, el kintsugi añade una belleza adicional a las piezas reparadas y hace que antiguas vasijas pegadas sean aún más valoradas que las que nunca se han roto. Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado roto. En lugar de considerarse que se pierde el valor, al reparar la cerámica se crea una sensación de una nueva vitalidad. Dicho de otra forma, el tazón se vuelve más bello después de haber sido roto y reparado. La prueba de la fragilidad de estos objetos y de su capacidad de recuperarse es lo que los hace bellos.
Llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con los seres que amamos y que, a veces, lastimamos o nos lastiman. ¡Qué importante resulta el enmendar! Qué importante entender que los vínculos lastimados y el corazón maltrecho, pueden repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes. El espacio se acaba. El tema da para más.
El tiempo hablará.