Jorge Chávez
27/07/17
Ojos que no leen, corazón que no siente
Hoy me salgo un poco o un mucho de las locuras políticas y me sumerjo en las locuras existenciales de la vida, aquellas que casi todos vivimos en alguna etapa y que preferimos callar por ser parte de nuestra intimidad emocional pero que al leer en otros vivencias parecidas nos son de enorme ayuda en la conformación de nuestras experiencias pasadas vistas en forma retrospectiva y ya con la frialdad y paz que brinda el paso inexorable del tiempo.
Mi vida en los medios aquí en Matamoros inició con un segmento llamado “Ojos que no leen, corazón que no siente”, en dicho segmento comentábamos un libro semanalmente y fluyen en mí los recuerdos de aquellos años en que inicié mi afición por la lectura. Hoy puedo afirmar que bajo cierto nivel de optimismo todas las experiencias, buenas y malas abonan en nuestra vida para transformarnos positivamente. Una ruptura amorosa en mis años mozos me llevó a mi grato encuentro con los libros. Gracias a esa experiencia que en su momento me pareció, como bien diría el nobel de literatura Gabriel García Márquez, todo un cataclismo existencial en la que el placer y el dolor brotan y se entrechocan en el rostro como dos olas contra una misma roca; yo pude conocer la narrativa de los escritores rusos Fiódor Dostoyevski y Leon Tolstoi, este último se quedó tatuado en mi vida por dos poderosas razones, ser el primer narrador que me hizo llorar con su macro novela “Guerra y Paz” y a raíz de que mi prima hermana Valeria Mijares, muy querida por mí, tenía fincada su residencia en una calle con ese nombre en la colonia Contry La Silla en la ciudad de Monterrey, N.L.
El incursionar verdaderamente en el generoso y amplio mundo de los libros nos hace entrar, algunas veces en un sincretismo de diversas índoles, es decir nos obligamos a combinar distintas teorías, actitudes u opiniones que nos pueden llevar a entender de una forma más amplia y a detalle este mundo tan lleno de estimulantes contrariedades. De usted depende apreciado lector no perderse en los abismos filosóficos que muchos libros ofrecen, en esta línea de pensamiento se recomienda no leer a Friedrich Nietzsche hasta no tener buenos fundamentos de vida.
Con el tiempo la lectura dejó de ser un lujo para convertirse en un recurso, una forma de auxilio para enriquecer mi léxico, es decir, ampliar mi arsenal de palabras para poder comunicarme óptimamente contigo, amigo lector. La oración de mis ojos es que jamás Dios y la vida nos priven de la enorme bendición de conjugar en nuestra existencia la grata fascinación del verbo leer. A cada uno su senda; y también su meta, su ambición si se quiere, su gusto más secreto y su más claro ideal. El mío estaba encerrado en la belleza de la palabra leer, tan difícil de definir a pesar de todas las evidencias de los sentidos y los ojos.
Hoy me siento quijotescamente responsable de la belleza que una buena lectura puede brindar al mundo, y sino al menos, al rumbo donde vivo en este mundo. Por medio de los libros, y de la cultura en general agregaría mi amigo Parga, toda miseria, toda brutalidad, debe suprimirse como otros tantos insultos a la hermosa humanidad, a veces incapaz de dormir pero en un acto de resiliencia y de anhelo de mejora constante, soñando sin cesar en una vida mejor siempre, a veces dominados por una sensación de impotencia frente a la desmesura del mal que advertimos alrededor nuestro, ese cerco del crueldad e ignominia tan extendido y tan avasallador que parece quimérico enfrentarse a él y tratar de derribarlo o cambiarlo. Los vicios son anomalías humanas perecederas si tenemos voluntad de superarlas.
Me preocupa, dentro de esas anomalías humanas que brillan como objetos de exhibición los ignorantes exóticos en todas sus versiones posibles, la fealdad moral de un político fantoche con patriotismo de oropel que jamás altera su indiferencia desdeñosa, hoy en día seres a los que el poder y la impunidad han vuelto monstruos, igualmente la fascinante personalidad de un doctor instruido lleno de pesimismo que nos seducen de una o de otra forma sin saber muchos que su falta de veracidad es el rasgo más evidente de su testimonio con la esperanza puesta en la irrealidad.
Ya por esos rumbos, en busca de lo ideal, instigado por la narrativa de las novelas leídas, la verdad de las mentiras diría Mario Vargas Llosa, debemos entender que en el día a día de cada ser humano, está eternamente obligado, en el curso de su breve vida, a elegir entre la esperanza infatigable y la prudente falta de esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad ya que finalmente todo es síntoma de una vida y quizá de esta forma nos estemos concediendo una suficiente cantidad de futuro.
El tiempo hablará con la lectura.