Jorge Chávez
04/07/17
Panegírico a don Miguel González Medrano
Cuando un amigo se va. Alberto Cortés.
Hoy quiero hacer uso de la columna en algo muy parecido al nepotismo, si es que se vale aplicar las preferencias de los medios no solo a la familia sino también a las personas que por el trato continuo que se llega a dar nos son familiares. Me refiero a don Miguel González Medrano, (MGM). Debo reconocer que por nuestras mutuas edades ya no buscábamos nuevas amistades pero, porque así es la vida de impredecible y generosa, nos permitió en el andar de nuestros caminos tener un grato hallazgo al coincidir en nuestros tiempos, derivado de nuestra vocación periodística y del análisis político que se tradujo en reuniones y convivios que fueron gradualmente formando un vínculo que se convirtió en, aquello que podemos llamar en nuestra existencia lo propio, lo familiar y lo querido y que más que un adjetivo podemos decir que fue un grato sustantivo: una muy linda amistad. El periodismo nos fue preparando así la amistad que mantuvimos el tiempo que Dios ha tenido a bien, tan cabal y perfecta en nuestros contextos, y siempre respetando nuestras diferencias, de parecer y de generación. Puedo decir sin temor a equivocarme que era precisamente en nuestras diferencias donde residía nuestro mutuo afecto.
Un hombre que pude adjetivar como “clásico” ya que a pesar de su edad no pasaba de moda, lo mismo saludaba con afecto y respeto a personas adultas como a jóvenes, a personas de solvencia económica como de escasos recursos, a quienes políticamente coincidían con él, así como a sus antagonistas. Nunca una mala cara y siempre la mano tendida, aun a aquellos que él sabía que lo denostaban al continuar su camino después de saludarles, así es la vida y él estaba por encima de esas vulgaridades que no le mermaban el ánimo. Aristóteles asegura que los buenos legisladores han cuidado más de la amistad que de la justicia, yo agregaría que MGM procuraba amalgamar en esta etapa de su vida, esos dos conceptos y lo proyectaba no solo en el trato de quienes tuvimos el privilegio de su cercanía sino también en sus programas de radio que denomino “Café con grillos”, un espacio donde cabía todo Matamoros, que en alguna etapa de su vida llamó “su novia”.
En el caso de MGM ni las cuatro especies de relación que establecieron los antiguos, y que llamaron natural, social, hospitalaria y amorosa, tienen analogía o parentesco con la amistad sincera que ofrecía a quienes tuvimos el placer de vincularnos con él de una forma o de otra.
En su afán por la calidez y la cercanía muchas veces me dijo: Ya no me digas “Don Miguel” solo dime “Miguel”, fue un tuteo que jamás pude aplicar en nuestra relación por el respeto que su persona me inspiraba. Debido a esta petición siempre quise hablarle de “tu”; el tiempo se nos terminó, ya no habrá vida compartida para esa expresión social de igual a igual, hoy solo queda la cosecha de recuerdos de grata convivencia que tuve, dicho sea con sumo respeto en un pequeño homenaje post mortem, con mi amigo Miguel.
Si se me obligara a decir por qué disfrutaba yo mi relación amistosa con MGM, reconozco que no podría contestar más que respondiendo: porque era él y porque era yo y así lo proyectamos en nuestra dialéctica política en los análisis que cada martes hacíamos en el programa “En la mesa a las 3”. Hoy puedo decir que existe más allá de mi raciocinio y de lo que particularmente puedo declarar, diríase que nuestro vínculo en el periodismo fue un decreto de la Providencia. Lo siento mucho por los ateos que ocupan un lugar afectuoso en mi corazón.
El vínculo con MGM se alimentaba y crecía a medida que se disfruta, y mi alma adquiría en su amistad mayor finura practicándola y de esa forma pude ratificar las palabras de Cicerón que a la letra dice: La amistad no puede ser sólida sino en la madurez de la edad y en la del espíritu, dos elementos que en esta etapa de su vida MGM desbordaba en su trato cotidiano.
La muerte repentina parece un medio de expresar las verdaderas proporciones que da el amor en su faceta fraternal a los seres con quienes tratamos en forma periódica; MGM con acciones suaves de amistad reclamaba un acabado perfecto, una pura perfección, reclamaba ese dios que todo aquel que ya no está llega a ser para quienes lo apreciábamos.
Nunca olvidaré nuestras discusiones afectuosas en medio de una dialéctica acentuada como polémica para mantener la espesa línea de una ceja arqueada ante los argumentos del otro. En “La mesa a las 3”, espacio que fue causa y origen de nuestra cercanía, la vida le dio la oportunidad de una plataforma para externar esa necesidad de opinar para el bien de Matamoros en donde no nació pero reclamaba como suyo; de esa forma participaba de un sueño que lo mantenía despierto. El periodismo en MGM se convirtió en su senda; y también su meta, su ambición si se quiere, su gusto más secreto y su más claro ideal. Descanse en paz Miguel González Medrano.
El tiempo hablará.