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Locuras Cuerdas


El senador

27/09/2018 – Candidez enternecedora. A menos, claro, que consideremos las pasiones inherentes al ser humano como una forma de corrupción y que éstas intentamos simple y llanamente evitarlas, u obstaculizadas, a base de leyes que las prohíban y sancionen severamente. Aunque no podemos ir contra la naturaleza hay la inclinación a pretender regularlo todo. Hasta el cachondeo, ocasional o permanente.
Querido y dilecto lector, en este constante deseo de analizarlo todo, llego yo a la conclusión de que el vértigo de normar es tan antiguo como la civilización misma. Y agregaría con singular alegría que tan antiguo, tan ilusorio y nos guste o no, tan inútil. En la universidad recuerdo que un maestro decía con petulante insistencia que son los preceptos los que deben amoldarse a la realidad existente, y no al revés. Tengo mis reservas a este respecto. Creo que absolutamente toda ley que pretenda retacar la dinámica de las relaciones sociales en un esquema teóricamente concebido, por muy científico que pudiera ser, está destinada al fracaso de antemano. Frente a la irracionalidad de la naturaleza humana las leyes probarán ser siempre tristemente insuficientes, y agréguele, sesudo lector, los jueces, jurados y tribunales encargados de dirimir y aplicarlas, también. Y esto, virtuosa o perversamente es verdad en todos los planos y dominios.
Se me ocurre una pueril ilustración en el terreno deportivo. Desde muy chavos, sabemos que se puede jugar perfectamente al futbol sin necesidad de árbitro alguno. Esto lo puedo afirmar líricamente por las cascaritas de futbol soccer y los tochitos de americano que forman parte de los recuerdos entrañables de mi dorada y lejana infancia y juventud, los partidos de la Jardín Norte vs. la Jardín sur, prueban de modo riguroso tal afirmación. Siempre ganábamos.
Con o son árbitro, es una estridencia patética cuando las normas establecidas simplemente se ignoran o se saltan. Esto, obvio, si tiene uno la capacidad y el poder necesarios claro. Solo que a base de observar podemos expresar que el Poder acostumbra a tener ese poder. Nos guste o no, hay una regla que siempre nos rebasara a los ciudadanos comunes, y es que la correlación y disposición de fuerzas es la que manda y a esa no la modifican ni reformas políticas ni ninguna eventual prohibición de andar con devaneos sicalípticos, en el Congreso o fuera del mismo.
La pregunta obligada es, quién pidió el encargo para cazar al senador y estar oportunamente detrás de él en el momento exacto. ¿O a poco fue algo casual? No veo al periodista de El Universal mascando chicle y contemplando el espacio etéreo del Senado haciendo nada y de repente: ¡Eureka! Mira lo que está viendo el senador de Tamaulipas. ¿Para qué diantres lo harían? Cuestión que sólo puede responderse con el silencio o con un “yo qué sé” acompañado de un alzamiento de cejas, un encogimiento de hombros y una expresión lo más bovina posible.
No me creo que esta acción sea privativa del incauto senador. Amén de que en estricto apego a los hechos el senador no cometió ningún ilícito. Lo que sí podemos decir es que fue violada su privacidad. Dios me libre que un buen día alguien sepa de mis expresiones cachondas, y si dicha expresión la consideras una estridencia lingüística querido lector, entonces diré que no quiero que nadie se entere de mis expresiones sicalípticas, que te lo puedo decir con certeza perruna, todos tenemos.
No estoy abogando por el senador, él ya está grandecito y tiene el poder y la edad para defenderse solo, lo que estoy defendiendo es tu privacidad y la mía apreciado lector. Todos nos fuimos con la finta general y falsamente santurrona de criticar los hechos lúbricos que no quedaron ni siquiera en deseo explosivo y desbordante, fue solo secundar en lo íntimo, donde solo debe estar el “yo” racional y el “yo” irracional. Nadie más. Puede ser moralmente cuestionado pero en una corte internacional esta acusación jamás pasaría porque parte de una violación a los derechos del señalado. Es muy probable que los adversarios hubieron de recurrir al bárbaro exabrupto. Para afectarlo y aunque el objetivo fue cumplido, les salió mal. Muy mal. Tales excesos luego salen mal. Demasiado aparato, demasiado escándalo, demasiados actores, demasiados vínculos y demasiados cabos sueltos.
Porque la ejecución implicó tramoyas operísticas, requirió el establecer ciertas complicidades utilizando esos nexos que por la forma en que se dio debieron ser tan rigurosamente orquestados. Sólo así la intriga resultó factible ofreciendo resultados tanto al legitimar embustes como incluso podrán intentar desactivar objeciones serias. Me pregunto si esta será la nueva forma de eliminar a los oponentes políticos. Yo amo mi privacidad. El Poder no se anda con chiquitas, pero no seamos cándidos y que quede claro: Al Poder real no hay normas legales, principios éticos ni reformas políticas que lo coarten.

El tiempo hablará.

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