Rafael Loret de Mola
26/08/15
*De Males “Incurables”
*Versiones Encontradas
*Presidentes Enfermos
La demagogia es el mal mayor entre los dirigentes y jefes de Estado en el orbe. En ausencia de liderazgos sólidos, bien avenidos, sobran la palabrería hueca, la retórica fácil y la propensión terrible a simular las decisiones tomadas con interpretaciones segadas dispuestas para confundir a la opinión pública y descalificar a los críticos. Por desgracia, desde la llegada de ernesto zedillo ponce de león –minúsculas, por entreguista, y a quien llamamos, precisamente, el “gran simulador” publicando una obra con este título aún bajo los auspicios de Grijalbo en 1998-, la ruta hacia la antítesis de la democracia proclamada se ha ido ensanchando.
A falta del cambio prometido se nos vendieron lugares comunes y salidas falaces, incluyendo los chascarrillos de Vicente Fox, para hablar, entre otras cosas, del “freno” que el Legislativo imponía al ejecutivo panista, desde el 2000, con la idea de retornar hacia la senda del “mayoriteo” camaral favorable al presidente en turno, una manera de exaltar el autoritarismo, tan solo cambiando de colores partidistas, ante la incapacidad manifiesta para debatir con ánimo de modificar algunos criterios contrarios a las voces mayoritarias representadas en el Congreso. Esto es: la propuesta del señor fox, electo sin impugnaciones mayores pese a la queja de un sector del priísmo dolido, fue la retomar las costumbres del poder que él rechazó, durante su campaña, para encaramarse en la silla presidencial. Lo mismo hacían los antiguos caudillos de la posrevolución.
Así, poco a poco, fuimos perdiendo igualmente la larga y sostenida lucha a favor de la soberanía nacional que nos legara el inmenso Benemérito. Marginada, como decíamos en nuestro espacio de ayer, la Doctrina Estrada –maravilloso documento en pro de la autodeterminación de los pueblos, redactado por el canciller Gerardo Estrada, en los tiempos del maximato, integrante del gabinete de Pascual Ortiz Rubio-, fuimos perdiendo el gran valladar de la razón contra el intervensionismo de las potencias del norte así como la pretendida y paulatina privatización de la administración y manejo del petróleo –estatizado en 1938 por una decisión patriótica de Lázaro Cárdenas del Río-, se propone restar al patrimonio nacional este bien con el cual nos hemos protegido del acecho de las naciones poderosas ávidas de retornar a nuestro territorio ara saquearlo.
En esencia es lo mismo: vulnerar nuestra mayores defensas –soberanía y riqueza del subsuelo-, para posibilitar con ello los afanes expansionistas de los Estados Unidos y el retorno de quienes, siempre, se han creído los conquistadores de México desde allende el mar sin percatarse de que nuestro país, como tal, emergió desde 1810 y logró su consolidación en 1867 tras la victoria de Juárez sobre las fuerzas de ocupación francesa atemorizadas por la estratégica y momentánea vinculación diplomática con los vecinos del norte: de allí la difamación permanente de la obra juarista por cuanto se refiere al Tratado McLane-Ocampo que jamás fue operativo, como el propio estadista, el más grande de la historia patria, calculó. Ganó la República, sí, pero a un costo muy elevado.
Por ello es preocupante no sólo el desconocimiento de la historia de los actuales dirigentes políticos, incluyendo al presidente peña nieto, sino igualmente la propensión a vender lo nuestro para obtener regalías momentáneas comprometiendo el futuro. Lo mismo sucedió bajo el salinato trágico cuando el secretario de Hacienda, Pedro Aspe Armella, se auto-exaltó al anunciar que se había alcanzado un superávit en la economía gubernamental gracias al alza de los precios del crudo, precisamente –no prevista en principio., y, sobre todo, a consecuencia de la oferta ominosa de decenas de empresas paraestatales, sobre todo Telmex, que luego sirvieron para impulsar hacia el olimpo de las grandes fortunas a los compradores quienes acabaron por imponernos tarifas lesivas, mayores a las de cualquier parte del mundo, por servicios básicos de comunicación; y cuando se fracasó, por ejemplo en cuanto a las concesiones para usufructuar las principales autovías construidas “en solidaridad”, la opción fue el “rescate” de los millonarios a costa del patrimonio general. ¿Hacia allí marchamos otra vez? Cuidado: ya viene otra crisis y el dólar sube y sube.
En materia diplomática, volvemos sobre el punto, el canciller actual, José Antonio Meade Kuribreña, de ideológica indefinida –hace unos días consulté con un destacado panista cuál consideraba que era la filiación del personaje y sólo se encogió de hombros como respuesta-, entre el panismo de calderón y el priísmo de peña y el mañoso Manlio, el de la cerviz empinada, ha dado fin a cualquier intento de reciprocidad, base fundamental para normar las interrelaciones entre las naciones, siguiendo el paso de sus predecesores –sobre todo el infausto Jorge Castañeda Gutman, fue secretario de Relaciones Exteriores al servicio de fox y sus apetencias personales, pero igualmente Patricia Espinosa Cantellano, bajo el calderonismo encapsulado-, quienes fueron incapaces de defender los valores esenciales puestos en sus manos, lo mismo para expulsar al cubano Fidel de una reunión “cumbre” de jefes de Estado –en Monterrey-, que para asimilar los golpes bajos de poderosos, ambiciosos y mitómanos encumbrados como los venezolanos, tanto el extinto Hugo Chávez Frías como el actual mandatario Nicolás Maduro Moros, un clon del primero con ansias de ser considerado en la misma dimensión.
Hace dos años, como muestra, un avión particular mexicano fue derribado por la fuerza aérea venezolana con el argumento de que formaba parte de la red del narcotráfico… sin explicar cuál era su cargamento ni verificar la sospecha antes del incidente aun alegando que se le conminara a aterrizar. Tal debería confirmarse por tratarse de un acto hostil que, de tratarse de una nación poderosa como los Estados Unidos, podría dar lugar a una guerra bilateral con extensiones peligrosísimas. No es lo deseable, claro, como tampoco lo es la pobreza de una reacción humillante, que jamás pasa de las notas de protesta y la petición de explicaciones, siempre con cargo contra la solvencia moral y política del gobierno mexicano.
Imaginemos qué respuesta se habría dado de haber sucedido lo contrario: la caída, por ataque, de una aeronave venezolana en territorio mexicano. Más allá del poderío militar de un país u otro, seguramente la reacción de los sudamericanos hubiese puesto en juego, primero, las relaciones bilaterales con nuestro país; y, después, sin que pudieran esgrimirse razones de fondo, una beligerancia aguda con finales inopinados e impredecibles. Tal nos lleva, de nuevo, a discutir sobre la debilidad estructural de nuestro gobierno, lo mismo de las fuerzas armadas por ahora rebasadas en los puntos neurálgicos de la República, en fase de derrota ante el acoso interior… y exterior. Nada puede ser más grave.
¿O será que el mal mayor, con avance inexorable en el cuerpo político de nuestra patria, sea la evidente vulnerabilidad en ausencia de instrumentos para defender lo que es legítimamente nuestro? Si es así, la dimensión de los riesgos debe apuntarse como apocalíptica con los cuatro jinetes merodeando desde el norte y destruyendo cuanto ven y ambicionan. Lo dijimos en nuestro espacio de ayer.