Rafael Loret de Mola
12/08/15
*De los Infiltrados
*Los diez Intocables
*Las Cocinas de peña
Es común ya que cuando se convoca a “manifestaciones pacíficas”, de cualquier nivel e importancia, aparezcan marginalmente grupos de vándalos, perfectamente organizados, dispuestos a sabotear las protestas a costa de romper vidrios, realizar saqueos a comercios, perturbar a los turistas en los hoteles y golpear a quienes se pueda a la vista de granaderos y otros genízaros. La “moda” se hizo más evidente desde el primero de diciembre de 2012 cuando el entonces ex candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, accedió a fijar su postura ante el nuevo gobierno –nadie dirá ahora que no tenía razón aunque no simpaticemos con el personaje-, comprometiéndose a evitar una confrontación con las huestes oficiales listas para entrar al terreno de las agresiones mutuas.
Los nuevos “halcones” –como aquellos que el Jueves de Corpus de 1971 remataron a decenas de heridos, estudiantes rebeldes, en los hospitales, para sellar así al ominoso régimen de echeverría-, pululan por las oficinas públicas y aprovechan cualquier desliz para hacerse presentes. Por ejemplo, aquel día, señalado para la asunción presidencial de peña nieto, no había cabeza en la policía metropolitana porque el jefe de la misma había pasado a integrar el gabinete presidencial en calidad de Comisionado Nacional de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb.
Sin una fórmula definida, y con el aún jefe de gobierno, Marcelo Ebrard Casaubón, en sus últimos días de gestión, los agentes metropolitanos se replegaron y los atacantes, ya sin necesidad de máscaras, exhibieron nuevas maneras de atacar a los policías con todo y sus escudos y blindajes: les arrojaban barriles incendiados hacia los pies y lo mismo lanzaban palos en llamas por arriba de los cascos, métodos medioevales cuya eficacia no se ha extinguido, por lo visto, en las calles conquistadas por los subversivos. Esto es: no eran improvisados sin elementos con capacitación bastante para poner en jaque a las llamadas “fuerzas del orden” que se olvidan, siempre, de su origen para servir a los malos gobiernos; cuando menos, en lo general, porque hay excepciones como en todos los renglones –torcidos- de la vida.
Ahora, los infiltrados, a sueldo de corporativos gubernamentales o incluso consorcios privados que ven en riesgo sus prioridades ante el acecho de una comunidad indignada, no sólo se reducen a la conquista de las avenidas y las rúas, las casetas de cobro o incluso los bloqueos urbanos –como los sufridos en Monterrey no hace mucho-, sino igualmente se prolongan hacia los conocidos “hackers”, cuyos conocimientos cibernéticos los hacen creer pretenciosamente que son unos genios en potencia como Steve Job o Billy Gates, dispuestos a piratear cuentas, enviar pornografía con virus para hacer caer a los morbosos e incautos, detener los cursores y reventar las computadoras personales ante la desesperación de los usuarios. Por desgracia, nuestra dependencia de estos “ordenadores” –como les llaman en castellano-, y demás artilugios de la era moderna, desde los Iphones, Ipods, tablets o simplemente celulares de nueva generación, es ya casi total. De hecho, no concebimos que en el pasado, no muy lejano, pudiéramos subsistir sin tanta carga electrónica. Hoy, en cambio, miles de jóvenes y también adultos adaptados, no pueden dejar sus aparatitos ni cuando se reúnen con el presidente de la República a quien se le ha perdido el respeto.
Si otrora preocupaba la influencia de la televisión como desintegradora de la vida familiar, hoy es la cibernética la que se ha apoderado febrilmente de nuestro interés y, en ocasiones, hasta de nuestra conciencia. Pese a ello, la comunidad ha encontrado salidas viables para ejercer su derecho a la libertad, coartada por los miserables autócratas, extendiendo la influencia determinante de las “redes sociales”. Sin ellas, por ejemplo, habría sido imposible convocar a un PARO NACIONAL, el 14 de octubre próximo, con el ánimo de mostrar el músculo colectivo que intenta recuperar su sagrada jerarquía soberana señalada por el artículo 39 de la Carta Magna.
Sin embargo, los antídotos están de moda y se venden muy caro. Y los grupos con cierta influencia, digamos los oficiales y las dirigencias partidistas, usan los instrumentos más elaborados –Ricardo Anaya Cortés, panista, los citó ante el asombro de quienes ni siquiera habíamos escuchado sobre las nuevas vías electrónicas que dejan atrás a Facebook, Twitter y otras-, para intentar manipular a la colectividad si bien ésta se defiende, hasta ahora muy bien, gracias a la capacidad de poder fotografiar o vídeograbar escenas comprometedoras para las autoridades en ejercicio pleno de la libertad; no sin riesgos, por supuesto.
Tal parece que vivimos, en este momento, una guerra paralela a la que se desarrolla entre las mafias por diversas entidades del país –veintidós cuando menos-. Bauticémosla como “cibernética” si les viene bien pero es correcto: la protesta ciudadana, en México específicamente pero también en otras latitudes, se extiende y radicaliza a través de Internet y por distintos sistemas de navegación. Los internautas, por ello, reclaman cualquier tipo de regulación oficial que tienda a reducir sus espacios y criterios de acuerdo a los intereses de la clase gobernante… y, por lo visto, tienen razón.
Desde luego, el riesgo es extremar posiciones al grado de ejercer una psicosis masiva que se convierta en una especie de “terrorismo virtual” amedrentando, por ejemplo, a los votantes o a cuantos pretendan dar un solo paso fuera de las redes para extender protestas y acciones. También, y esto es acaso más grave, la pedofilia y la pornografía en general han encontrado en esta ruta de comunicación una verdadera mina de oro a costa de enloquecer a nuestros niños (as) y hacerlos rehenes permanentes de su precocidad cada vez más temprana. Luego llegan, sin remedio, las consecuencias.
Pese a todo ello, la mayor parte de los internautas se sienten más libres contando con sus espacios. Y en las redes es posible hilar propuestas que seríamos incapaces, por temor, a realizar en las calles en donde sería casi imposible llegar a dos, siete o veinte millones de personas a latente inconformidad contra los malos gobiernos –el federal y los estatales- que estamos padeciendo en México.
De allí que no faltan quienes se infiltren en nuestras páginas para confundirnos. Ahora mismo, como muestra, se busca confundir a la sociedad pensante modificando la fecha del PARO NACIONAL -14 de octubre-, mencionando otras para sembrar inquietud y zozobra o ridiculizar a cuantos continuamos organizando una protesta con alto grado de simbolismo y también de efectividad: al declarar la soberanía popular por encima de los mandatarios, podremos exigir que la colectividad fije las nuevas reglas ante el inevitable DERRUMBE de un sistema corroído y corruptor hasta niveles jamás imaginados.