Rafael Loret de Mola
9/08/15
*Cumbre de Periodistas
*Desafíos Continentales
*Capital del Vallenato
A la cumbre de periodistas, no de editores ensoberbecidos ni de asociaciones que defienden los intereses corporativos y no a los trabajadores, digamos como la Sociedad Interamericana de Prensa que está atenta únicamente a las voces de los empresarios de acuerdo a las ligas de éstos con los gobiernos de sus respectivos gobiernos, la delegación mexicana, la más numerosa, llegó con el duelo en los corazones y el horror de la impotencia. No somos los únicos pero sí los más afrentados.
Hoy se inaugura el evento aunque será mañana, martes 11, cuando comience de verdad con los actos protocolarios y las decenas de ponencias de colegas de diversos países quienes intentarán dejar en la memoria no sólo sus impresiones ante los asaltos oficiales sino, sobre todo, cuantos riesgos se corren por vocación cuando las sociedades reclaman al poder y los periodistas nos volvemos voceros de las mismas y, ¿por qué no?, puntas de lanzas aplicando los análisis respectivos, labor de articulistas y editorialistas, que de verdad reflejan el sentir colectivo.
Los mercenarios no tienen cabida en este renglón y, por desgracia, son un mal que crece cada año cada que alguien extiende la mano para comprometer sus ideales a cambio del confort momentáneo del poder; esos no tuvieron cabida en la Cumbre o, cuando menos, se camuflaron lo suficiente pero habremos de desenmascararlos porque, acaso, nos dañan más que los criminales y provocan en los lectores, radioescuchas, televidentes y ahora internautas un explicable escepticismo cuando más se requiere la objetividad y, por consiguiente, la credibilidad en el trabajo periodístico.
Hay títulos de ponencias que van desde las denuncias puntuales sobre las agresiones sufridas por el gremio en cada región del mundo hasta la interrogante sobre por qué, en este mundo cambiante, los informadores ni son aceptados socialmente a excepción de quienes poseen el imán televisivo o son excesivamente publicitados por alguno de los corporativos de mayor cobertura en el mundo; es decir, en el momento mismo que forman parte de lo que es prudente considerar la “farándula del periodismo”, entre la cual se abre un abanico: desde los cronistas “rosas” hasta los mentirosos al servicio de los intereses de sus empresas y de los compromisos de éstas con la estructura oficial.
Curioso: quienes deshonran su vocación son aquellos que pueden tener sitio en los restaurantes de lujo, en las mesas de los poderosos y en las ceremonias patrioteras de cada gobierno que rinde culto, con millones de pesos y de dólares de por medio, a los rastreros y considera ruines, malvados, irresponsables y hasta infames a cuantos no caen, o no caemos, en el círculo rojo como le llamó la pareja ex presidencial, los fox, en la cúspide de una demagogia situada en el extremo contrario de la democracia prometida.
Hay quienes aseguran que, antes de la primera alternancia en el gobierno federal, en 2000, era por demás imposible criticar al presidente o señalar al ejército por sus abusos e incluso tocar a los jerarcas de la iglesia católica con el pétalo de una rosa. No es exacta la cita si consideramos que, bajo la sombra del narcotráfico en crecida imparable, se han desviado hacia el crimen organizado las persecuciones y el pandillerismo político aparenta lavarse las manos con el mayor cinismo; por ello, claro, algunos gobernadores y el presidente de una República que ya despertó, se dicen testigos asombrados de los horrores como la comunidad lo está, igualmente, ante el recrudecimiento de la violencia imputada a los grandes cárteles del narcotráfico –sigue sin entender por qué no los llamamos carteles, en castellano, y sin acento-.
Es, claro, bastante más sencillo culpar a la guerra permanente entre las peores mafias que reconocer las brutales persecuciones contra colegas independientes, “free-lances” en términos anglosajones, quienes no gozan del respaldo de las organizaciones editoriales comprometidas con el poder y hacen sus trabajos asumiendo, personalmente, todos los riesgos. A éstos se les mancilla, constantemente, sometiéndoles a la calumnia, primero, y a la total descalificación, después, para convertirlos en rehenes de cacerías oficiales sin la menor moral y con la mayor infamia.
Quienes caen, asesinados o desaparecidos –la “moda” actual-, son siempre los valerosos, quienes señalan a los delincuentes asidos al gobierno y sus vínculos con los criminales organizados que, por desgracia, ya dominan el territorio nacional; pero, además, se les infama después de muertos, considerando sus asesinatos de menor cuantía con el falso alegato de haber caído en líos de faldas, de homosexuales –con la misma homofóbica tendencia-, o de administración non santa del dinero sucio. Se les enloda para que parezcan igual a quienes acusaron y éstos reviertan denuncias y hechos bajo el peso de la manipulación.
Es indignante, entre tantas cosas, que los periodistas no puedan siquiera tipificar como delito la persecución gubernamental. Las fuentes oficiales, en cambio, cuentan con una gama de recursos para salvaguardarse incluyendo la exaltación del “daño moral” que se asume, aunque lo difundido sea cierto, por cuanto los señalados tienen “derecho” a proteger su “buen nombre” de las andanadas periodísticas. Entonces, ¿cómo puede cumplirse el derecho a la información y cómo debe interpretarse la libre expresión? Supuestamente el límite son los derechos de terceros sin considerar que las sociedades, todas, tienen derecho a la comunicación verídica y no a las falacias de jueces y políticos encubiertos por leyes temerariamente injustas.
Lo anterior nos lleva a la necesidad de exigir, sí, exigir, una legislación protectora del periodismo que incluya, entre su articulado, la celebración de juicios equitativos, esto es ante la imposibilidad de enfrentar, por ejemplo a políticos y jueces venales y multimillonarios; la tipificación del ilícito de “persecución” cuando los titulares de dependencias gubernamentales amaguen y amenacen al informador y sus familias; y las indemnizaciones correspondientes cuando las agresiones lesionen, mutiles o maten a los comunicadores. En estos casos, el Estado debe garantizar, sin cortapisas, un acto de elemental justicia: los recursos necesarios para la supervivencia de las familias de las víctimas hasta la consumación de los estudios universitarios de sus hijos y hasta el final de la vida de viudas o viudos. Si ellos matan… de nada sirven las coronas de flores de la hipocresía autoritaria. Digamos, como en Veracruz.
Por supuesto, el caso veracruzano debe examinarse a fondo por la reiteración de los crímenes y el constante amedrentamiento a los periódicos críticos –recientemente “El Presente” de Poza Rica sufrió la quema de sus vehículos repartidores y de sus instalaciones modestas-, con desagradables justificaciones con golpes de pecho del mandatario, Javier Duarte de Ochoa, y sus más íntimos colaboradores. ¿Me prestará un poco más de vida este personaje luego de quince compatriotas y colegas asesinados bajo su férula?