Desafío

Rafael Loret de Mola

6/07/15

*Grandes Hipocresías
*La Quiebra de Grecia
*Los “Ratones” Verdes

En la perspectiva inmediata tenemos a un presidente enfermo –sometido a tres cirugías en los últimos cuatro años, además de constantes ingresos al Hospital Militar por horas, precisamente desde la extirpación de los nódulos tiroideos el 31 de julio de 2013, y a dos precandidatos a la Presidencia, precisamente los de izquierda, Andrés Manuel López Obrador y Miguel Ángel Mancera Espinosa, con sendos infartos como una carga que los limita y coloca en serio riesgo. En cualquiera de las democracia en el mundo, tales males serían suficientes para marginarlos de la carrera presidencial porque es obvio que para ejercer el cargo es indispensable una salud de hierro, estar al cien por ciento –cuando menos al inicio de la gestión porque es inevitable el deterioro posterior-, y con la mente muy clara para tomar decisiones.
Al salir, el domingo 28 de junio, del Hospital Central Militar, tras ser sometido a una cirugía por el método de lamparocospía, esto es abriendo un pequeño conducto para extraer la vesícula biliar de acuerdo a la versión oficial, el presidente peña nieto dejo sentirse con mucho ánimo y aseguró, además, no padecer ningún otro mal aunque se observara un franco deterioro en el rostro del mandatario imposible de disimular. Luego se haría más evidente la demacración en los actos oficiales con los Borbones de visita en un país que repudia la historia de los mismos; no se confunda: España no es la monarquía en la que ni siquiera creía Letizia Ortiz Rocasolano, la reportera del extinto Siglo XXI de Guadalajara quien nunca fue comedida al pronunciarse como republicana más de una vez. La actual reina prefiere olvidar como si pudiera darse una patada al pasado soslayando hasta las ideas.
Pues bien, al presidente peña le hace falta demostrar lo que dice por cuanto a que su salud no entra en el terreno de la intimidad dada la función que desarrolla como jefe de Estado y de gobierno de un país en estado de alerta económica y castrense, por cuanto al desarrollo de los cárteles y la consiguiente violencia y el parecido de los mismos con los alacranes de Durango: si los matas de un pisotón cientos de pequeños rastreros se expanden por doquier listos para introducir su veneno en las pieles de los seres humanos.
El señor peña no demuestra, ni parece interesarle gran cosa, los diagnósticos recibidos durante los últimos años, pero tres operaciones en cuatro años no son precisamente para sentirse en “buenas condiciones”, máxime que además las “consultas” se recrudecen y multiplican cuando, en su calidad de presidente y como comandante supremo de las fuerzas armadas, podría contar con el privilegio de ser visitado en su domicilio, en la impenetrable heredad de Los Pinos, con mucha mayor discreción y sin correr el peligro de ser visto y fotografiado en uno de sus tantos periplos por los nosocomios. Si lo hace, claro, es porque requiere algo más que una simple receta o una auscultación superficial.
Sí, el asunto es grave porque, además, es evidente la falta de irrigación cerebral que le hace caer en constantes y penosas lagunas mentales. Me niego a considerar seria la teoría de una ignorancia supina sobre temas como la geografía nacional, esto es nombres de capitales y entidades, cuando se ha recorrido toda ella, en la campaña presidencial por lo menos, además de los cursos elementales en la Primaria. Da pena ajena observar cómo se descompone, a cada paso, y comienza dar vueltas sobre las tarimas haciendo un esfuerzo para que le vengan a la mano las palabras claves: Guanajuato, Jalisco, etcétera. Sufre de verdad según el testimonio de cercanos personajes que le han visto en estos trances en los que incluso llega a extraviar la mirada tratando de concentrarse y evitar el inevitable ridículo. No ha sido una sola vez, lo que sería un traspié, sino en reiteradas ocasiones de la mayor envergadura. Menos mal que no olvidó dónde se sitúa Madrid, bien asesorado, en ocasión de la visita de los reyecitos hispanos –con coronas tambaleantes-, a este suelo tan hollado por sus ancestros. No la nación, insisto, porque esta comenzó en el momento en que los sucios invasores de allende el océano retornaron, cargados de oro y plata, a sus heredades europeas. Hablamos, claro, de 1821.
Los asesores del mandatario le han recomendado no sólo el mayor reposo –por lo cual su agenda apenas cubre lo realmente indispensable-, sino evitar las improvisaciones repentinas durante sus arengas populares debiendo cernirse a los textos previamente elaborados; pero, en ocasiones frecuentes, se sale del guión y es entonces cuando balbucea y se equivoca, una y otra vez. No está bien y él lo sabe pero pretende que sus escuchas no lo perciban aparentando, con bromas repetitivas, una serenidad que no tiene al error constantemente dándole al juego una salida jocosa e inverosímil que causa un mayor escozor. Repito: no ha sido sólo un tropezón sino decenas de ellos en pleno deterioro de su propia imagen.
Considerar que tal es por motivo de una incultura monumental o de ausencia de inteligencia parece ofensivo igualmente para los millones de mexicanos, más de diecinueve, que votaron por él sin percatarse durante las giras proselitistas de sus yerros, entusiasmados por las despensas y los monederos o atraídos por su supuesta galanura. Finalmente, la gran comunidad nacional se sintió seriamente afrentada por su incapacidad notoria, sus vaivenes, sus reformas con tendencia a beneficiar a los aristócratas nacionales y a los consorcios extranjeros a costa de los mexicanos atados de pies y manos.
Pero no es sólo la enfermedad de peña lo que obliga a recapacitar sobre la necesidad de su retiro sino, a la par de sus males, la evidente ilegitimidad política de su mandato; el ochenta y cinco por ciento de los ciudadanos de este país han expresado su repudio al personaje: entre ocho y nueve de cada diez lo que, en ninguna democracia, puede sostenerse. Y es esto lo que convierte en alarmante la situación porque ha dado paso, sin duda, a una rebatiña entre diversos círculos políticos que rodean al presidente.
Por ejemplo, el casi desempleado Manlio Fabio Beltrones –se quedará sin trabajo al concluir la actual Legislatura el 31 de agosto próximo por cuanto tiene menos de dos meses para pensar en su futuro-, no está cierto de ser incluido en los planes de un mandatario guiado por la trinca demoníaca: el mencionado Nuño Mayer, luis videgaray caso, secretario de Hacienda, y el general Salvador Cienfuegos Zepeda, de la Defensa nacional, con funciones que rebasan el ámbito de la institucionalidad. Esto es, desde luego, el mayor de los riesgos para el futuro de la nación que ya vive en una especie de dictadura civil-castrense simulada que puede canalizarse hacia un mando militar concentrado como ocurrió hasta 1946 con la elección del primer presidente “civilista”, el abogado Miguel Alemán Valdés. Ya casi hace setenta años –los mismos que mantuvo el PRI su hegemonía hasta su caída en 2000-.
No se trata de ser pesimista hacia el futuro sino de sopesar todas las posibilidades. La ciudadanía debe estar, como nunca, bien preparada para afrontar su grave responsabilidad política: evitar, a cualquier costa, que los cambios sean para mal y no se ofrezca más salida a los mexicanos que someternos a las botas militares o a un continuismo del presidencialismo fusionado con la partidocracia, dos males en uno, que asfixian el porvenir.

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