Opinión


Desafío


*Sombras y Tinieblas
*El Pasado Persigue

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20/06/2018 – Nuestros oídos se liberarán pronto del ruidoso caer de las cataratas políticas en las que hasta el sonido suele ser mentiroso. Considerando, como muestra, el último debate –deberemos esperar seis años para otro, ¿o menos?-, la secuela de acusaciones sin fundamento cayó en los niveles más bajos de cuanto se tenga memoria, sin pudor alguno por parte de los presidenciables y a pesar de que los daños infringidos no pudieron reducir la inalcanzable ventaja de Andrés, el presidente pre-electo en una nación atenaceada por la violencia y la corrupción –el mayor de los problemas según el icono de Morena que suele referirse poco a la inacabable guerra entre los criminales y las infiltradas fuerzas militares-.
El hábil Ricardo Anaya buscó y buscó hasta encontrar huellas hondas del paso de Andrés por la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal -2000-2005-. Y, al fin, sus empeños tuvieron el premio de encontrar un contrato por 170 millones de pesos a favor del empresario José María Rioboó, concluyendo con ello que también Andrés contaba con sus favoritos, más allá de licitaciones y subastas, y con inclinación a concederle al mismo todos los privilegios –de esto, Anaya no mostró pruebas, limitándose al documento archivado, uno solo, en el transcurrir de cinco años de mandato-.
Luego vendría Meade para referirse, un tanto grotescamente, a que si se habla del caso Odebrecht –uno de los mayores síntomas de la corrupción del régimen de peña nieto-, debería culparse Andrés por su cercanía con la familia Jiménez Espriú, a uno de cuyos miembros, Javier, le ofreció ya la secretaría de Comunicaciones y Transportes. La falacia no puede ser mayor porque bien se sabe que el centro neurálgico de la prevaricación fabricada por Marcelo Odebrecht, extendida a doce naciones de América Latina, fue Emilio Ricardo Lozoya Austin, ex director general de PEMEX y compañero de gabinete del falso “Torquemada” Meade. La putrefacción está dentro, no fuera del contexto peñista.
El momento más estridente, además de la innecesaria rispidez por el contrato a favor de Rioboó, fue la severa acusación de Anaya sobre la guerra sucia en su contra y la explicación –poco señalada en los medios periodísticos-, de que los ataques provienen desde Los Pinos porque llamó a peña corrupto, en la Universidad Iberoamericana, y aseguró que lo metería a la cárcel después del debido proceso. Fue en este punto cuando se dio la secuela de agresiones, verbales y físicas –apedrearon su automóvil- contra el abanderado del Frente por México y así lo ha hecho saber. Gracias a ello, los ataques menguaron contra López Obrador y dieron lugar al rumor, sobre los pies, de una posible alianza entre éste y el futuro ex presidente peña.
Con tales antecedentes, ¡qué bien haría peña en marcharse antes del término de su mandato inexorablemente señalado para cinco meses después de los comicios! ¡Cinco meses para culminar el saqueo! ¿Por qué estos términos absurdos?
Ya es tiempo de acelerar la dinámica del país, cuando la haya, sin apostar a la pasividad que se da con este casi semestre de inacción sumado a los tres de campaña, a los dos de precampaña, al mes de acomodamiento -marzo-, y a las semanas de proselitismo anterior.
La Anécdota
El pasado persigue siempre. Andrés no puede sacudirse de los errores de s administración aunque el consenso general le sea favorable; ni al brutal incidente de su juventud cuando arrebató la vida, accidentalmente, de su hermano José Ramón. Anaya no tiene manera de simular su condición de rico heredero ni Meade puede separarse de sus permanentes indecisiones: ni siquiera es miembro del partido al que abandera sin dar explicaciones sobre ello. ¿El Bronco? A éste dejémoslo en paz con su guillotina para manos.
El caso es que los momios, como anunciamos, poco variaron. Andrés atesora el 94 por ciento de posibilidades para llegar a la Presidencia según estimaciones del extranjero. Un porcentaje así no es posible anularlo con un fraude, por mayúsculo que esto fuera, a menos de que se pretenda convertir a México en una isla, como Venezuela, en las manos de quienes postulan la continuidad a cualquier costo. Todavía hay imbéciles que piensan así.

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