Desafío

Rafael Loret de Mola

02/03/18

*¿Malos Publicistas?
*Guerra por el Agua

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En alguna ocasión, hace poco más de cinco años, un periodista hispano, dedicado a las crónicas taurinas aunque otrora fue un apasionado del histrionismo, me dijo con el aire de suficiencia de algunos colegas que creen saberlo todo porque descubrieron, por ejemplo, que el Real Madrid no aspira ya al título de la “liga española” ya que el independentismo catalán es como una suerte de afrodisíaco para los jugadores del “Barsa” incluyendo a argentinos, uruguayos y brasileños integrados a su plantilla.
En fin, el tal colega resumió:
–Los peores publicistas de México son ustedes los mexicanos. Cada que dialogo con uno me cuentan atrocidades de su país.
Por un momento me sentí desarmado; no, México está bien porque lo sostenemos quienes lo amamos. Los señalamientos son para el gobierno putrefacto que prohíja la violencia, negocia con los mafiosos y mantiene a la población en un penoso estado de indefensión. Pero es difícil, cuando se habla de estas cosas, que los interlocutores confundan al país con las lacras que buscamos extirpar, y aún no podemos, la mayor parte de nuestros connacionales. Es como cuando se confunden los símbolos con la estructura del Estado. Peor acaso.
Le respondí que no era así; el planteo trataba de llamar la atención sobre el dolor de un país acribillado por la violencia artificial –la “guerra” no tiene destino porque cada año las cuotas de drogas hacia los Estados Unidos aumentan considerablemente mientras los precios son regulados por los agentes de la DEA, la CIA, sobre todo, y la NSA-, y una administración que tiende a favorecer la injerencia de las potencias universales, no sólo la norteamericana, y su respectiva expansión sobre el territorio mexicano.
Le hablé de la obcecación hispana por la neo-conquista –el término me da náuseas porque no admito que a una invasión cruenta se le tome por conquista, además no de México sino de los pueblos mesoamericanos anteriores a la fundación de nuestro país-, recordándole que quienes proclamaron la Independencia corrieron a patadas a los que fueron infamados con el mote de “gachupines” para contrarrestar el de “indios” con el cual señalaron, de manera equivocada, a los nativos de América. Y todavía hoy no faltan impertinentes que se sienten superiores al recordarlo, alzando la mandíbula con el seseo de quien ni siquiera sabe pronunciar las palabras básicas y frasear en su idioma.
También le dije que los consorcios hispanos eran uno de los factores de inestabilidad más serios considerando que el saqueo de divisas comienza con ellos. Cada día, durante más de un año, esto es desde fines de 2015 y el primer sem3stres de 2016, el Banco de México colocó 400 millones de dólares para evitar un quebranto mayor del peso respecto a la divisa estadounidense y, por consiguiente, ante el euro también. Y, en cada jornada, fueron los banqueros y especuladores de allende el mar, por encima de los vecinos del norte, quienes acapararon la derrama cotidiana y nos pusieron en manos de los especuladores.
El señor peña de aquel alegó, sin el menor pudor, las bienaventuranzas de nuestra economía asegurando que es firme y próspera; no sabemos, realmente, si se refirió a la propia y a la de sus amigos del batallón de los influyentes, como los salinas digamos, para quienes el sexenio peñista ha sido como la llegada a La Meca de las ambiciones desbordadas. Todos los renglones productivos han pasado por las manos de los cómplices incluyendo las paraestatales desmanteladas para servir a intereses multinacionales de alto rango: en esta tesitura están la desvencijada PEMEX y la ofertada CFE. Petróleo y energía; sólo nos falta vender el agua de mar y para ello falta muy poco.
La Anécdota
Alfredo Jalife, colega y amigo, no se cansa de mencionar que, ante la fluctuación hacia debajo de los precios del crudo, las próximas guerras no serán por la posesión del otrora llamado “oro negro” sino por el agua, considerando a ésta no sólo como un factor económico de alto rango sino, además, como un elemento vital para la existencia del hombre. Agotados los mantos acuíferos, la humanidad se destruiría sin remedio. Y tiene sobrada razón cuando observamos cómo, cada año, la desertificación del país –esto es hacia páramos desérticos-, aumenta de manera alarmante y coloca ya a varias entidades, digamos Tamaulipas y Nuevo León, entre otras, al borde una crisis cuya extensión es incalculable.
Por supuesto, tal realidad no figura en los informes presidenciales ni en el apartado de compromisos “firmados” que suelen detenerse en minucias y en reformas ineficaces y destinadas, como hemos visto, al peor de los fracasos.

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