Rafael Loret de Mola
13/02/18
*“HAZME UN HIJO”
*Familia Moreira
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¿La mayor parte de los mexicanos no se han percatado de su enorme contribución al fracaso del modelo político y, por ende, la permanencia de un gobierno putrefacto, ilegítimo –en tanto que es reprobado por nueve de cada diez ciudadanos-, y presidencialista con la fusión además de la partidocracia intolerante? Creo que no si evitamos caer en la cursilería de ablandar los hechos para no comprometer al pueblo, liso y llano, que siempre se siente víctima, jamás victimario, y señala hacia la cúpula del poder para zafarse de cualquier responsabilidad ante la historia y su país.
El conformismo, acaso una de las peores ramificaciones de la demagogia que nutre de elementos para asegurar la pasividad de las masas y su sometimiento “voluntario”, cada vez se deja sentir con mayor fuerza entre nosotros a la vez que escuchamos las quejas y reproches reiterativos contra el mal gobierno y los efectos devastadores de una economía vapuleada por la escasa visión de los “sabios” economistas al servicio del Estado, la violencia reiterada cada día y el horror de temer hasta a nuestra sombra al grado de optar por vivir con la cabeza viendo hacia los pies. Terrible disyuntiva ésta en medio de un mundo globalizado e insensible ante las diferencias sociales agudas.
Fíjense ustedes en dos de los acontecimientos judiciales de mayor impacto y las reacciones consecuentes por parte de una sociedad ahíta, descontrolada, inconforme y absolutamente confundida:
1.- Recapturan a “El Chapo”, luego lo extraditan –tras breve temporada en Ciudad Juárez-, y los escépticos presuponen, enseguida, que se trata de un montaje por efecto de tantas mentiras gubernamentales y de la manera como suele manipularse a la opinión pública. No hay credibilidad porque nos la han arrebatado y ni siquiera existe la certeza de que Mario Aburto –acusado por al magnicidio de Colosio y ahora reo en una prisión de “seguridad media”-, sea quien dice ser considerando las fotografías tomadas en Lomas Taurinas y las de él en prisión, sin el bigote exhibido a la hora del crimen. Lo mismo pasa con Joaquín Guzmán Loera cuyas diferencias en el rostro y estatura han sido obsesivamente mencionadas por un amplio sector si bien las explicaciones “científicas” son avales de las versiones oficiales.
Pero lo anterior no es lo grave. Lo verdaderamente lamentable, más allá de los usos políticos de la captura, fue la efervescencia de no pocos sinaloenses quienes manifestaron abiertamente sus simpatías por el criminal, sea o no quien está en el Reclusorio de Almoloya, desestimando sus horrores y exaltando sus orígenes y hasta la pinta de “valiente” cuando se trata de un cobarde que asesina por la espalda, azuza a sus huestes y siembra el caos. Ninguna justificación existe para los cientos de homicidios perpetrados por el «cártel de Sinaloa” con tal de preservar la guerra entre mafias que no sirve para impedir el tránsito de las drogas hacia los Estados Unidos.
Y a pocos sorprendió la reiteración de algunas chicas con blusas entalladas y la leyenda: “Chapo, Hazme un Hijo”, sobre los pechos voluminosos. Como si se vendiera carne; peor: cual si se tratase de un concurso, de esos que organizaba el “pato” Donald Trump –quien para colmo de males sigue enseñoreando el ámbito político de la superpotencia-, para ofrecerse a cuantos tienen capital de sobra, tanto que hasta les pica a los bolsillos, e imponen la economía del narcotráfico para volcarla a los palacios de los palacios de esos que enorgullecen al premiado anciano Alberto Bailléres y en donde, como en los casinos, sólo comer es medianamente barato… si nos conformamos con las sobras.
Y los niños, claro, ya no quieren llegar a Los Pinos sino a las casas blancas de Las Lomas, en la recién nacida ciudad de México tras la larga agonía del Distrito Federal. No son pocos quienes, además, imitan a “El Chapo” y no desean sino jugar a los matones para honrarlo imaginando ser el gran “capo de todos los capos” o devorando los juegos cibernéticos en los que se obtienen puntos y bonos por la recreación de las muertes, cientos de muertes en una jornada habitual de los genocidas virtuales, adolescentes y adultos –no pocos niños también, así sea a escondidas-, y se encadena a los consumidores a una larga secuela interminable de academias de violencia. ¿Me estaré haciendo demasiado viejo para no entender que los valores han cambiado, la moral igualmente y la dignidad de por medio? Creo que no es cuestión de edad sino de formación; y ya nadie se ocupa por enderezar los retoños antes de que crezcan los troncos torcidos.
2.- La burda detención de Humberto Moreira Valdés, pillo de siete suelas quien como Al Capone no ha sido acusado por lo medular –amén de los 33 mil millones de pesos con los que endeudó a Coahuila enviando la tercera parte de los mismos a la campaña presidencial de otro ladrón, peña nieto, para asegurar la complicidad por vida-, dio lugar a una serie de monstruosas expresiones sociales. Debajo de la superficie se agitaron las aguas de la impudicia como si de un huracán se tratase; así, hubo quienes asistieron ¡a misas! para pedir a la Divinidad –no sé si se referían a Ángel Isidoro Rodríguez, uno de los extraditados bajo la fórmula “Ibarrola” destinada a crear lagunas jurídicas para beneficiar a los socios del mal-, por la libertad del ex gobernador que los saqueó.
La Anécdota
Y allí fueron, como borregos indignos, dispuestos para el sacrificio, miles de saltillenses, sobre todo, rogando a diestra y siniestra por el hermano del entonces gobernador Rubén, un pobre sujeto ávido de fortuna y sin el menor sentido ético, con quien había tenido Humberto fuertes rencillas, sobre todo después del asesinato del hijo de éste, Eduardo, del cual acusó a su fraterno mayor, Rubén, considerando los nexos de ambos con distintos segmentos de Los Zetas. ¿Pero quiénes se atreven a acusarlo en este México en donde la justicia pende del hilo negro que enlaza a jueces, magistrados y ministros con la residencia oficial de Chapultepec? En ese punto aflora el conformismo, representado físicamente con el alzamiento de hombres para denotar poco interés y ninguna preocupación, como rúbrica al maldito conformismo. ¿Y a mí –dicen cientos, miles-, qué me importa?
Pues sí importa y mucho. Se están viniendo abajo los pilares que han sostenido a la República, porque la moral ha pasado a un término secundario como las balaceras cotidianas por distintas partes del país. Y no se trata de asumir fariseísmos extremos sino de hacer notar que hemos perdido toda perspectiva de futuro para dejar hacer y dejar pasar a quienes vienen detrás y no somos capaces de formar en esencia y con solidez de principios.