Rafael Loret de Mola
18/01/18
*Brújula Descompuesta
*Arrecifes de Cobardes
– – – – – – – – – – – – – – –
Las brújulas de la geopolítica parecen enloquecidas; giran en distintas direcciones y no parece haber remedio para ellas en tanto los poseedores de las mismas no manifiesten su propósito de enmendarlas y corregirlas. No hay, para decirlo de otra manera, un idioma común ni mucho menos. Al contrario: la disparidad de posiciones entre la clase política y la sociedad es tan variada como los abanicos hechos en China o en la España de los Borbones –con sangre mexicana, no se les olvide-, coloreados con infinidad de escenas y matices que favorecen la manipulación visual; las copias son tan buenas como las auténticas.
El temor no cabe en este punto; tampoco la obcecación por creer que el ejército arrasaría cualquier manifestación popular, atizado por los genocidios cometidos, porque, en este caso –tras la repulsa por los descalabros presidenciales-, tendría que arrojarse al noventa por cierto de los mexicanos a la fosa común para imponer el término del peñismo obcecado, contradiciendo, en este punto, uno de los postulados más trascendentes de la Carta Magna: el pueblo tiene, en cualquier momento, el derecho de modificar la forma de su gobierno; dicho esto incluso más allá de las urnas.
Los pronunciamientos son claros. Si los órganos y voceros oficiales insisten en tener la razón y se creen los apoyos virtuales de sus esbirros, citados una y otra vez para hacer marco a la discursiva torpe y pretendidamente justificante –esto es para insistir en causas triviales para intentar amainar una tormenta que no cede-, entonces qué demuestren sus apoyos, convocando a los mexicanos; no lo hacen, claro, porque ni los burócratas ni no pocos priistas de cepa acudirían en defensa de este régimen putrefacto. ¿No es ésta razón suficiente para medir el alcance de la mayoría que legitima?
La Anécdota
En la perspectiva, pues, tenemos a un mandatario mexicano sin autoridad moral ni apoyo –salvo, hasta este momento, el de la fuerza militar-, y a un sujeto barbaján en la Casa Blanca, ilegítimo también si se valora el hackeo electoral con la signatura rusa, en un duelo permanente que coloca a la soberanía nacional como una suerte de trofeo para los vencedores. Nadie, dentro de nuestro gobierno, ha dado respuesta y salida a este panorama turbio. Es una vergüenza que nunca será borrada y que parece destinada a la catástrofe comicial en el próximo julio.
Por ello es necesario, lo repetimos una vez más, que cada uno reflexiones sobre cuál es el papel de unos y otros en esta hora crítica: permanecer en el ocio conformista o participar abierta, contundentemente –no sólo acudiendo a las manifestaciones minadas sino aplicando la desobediencia civil como claman infinidad de voces-, antes de que se adelanten los violentos quienes lanzan amenazas a tutiplén acaso para inhibir la fuerza de una ciudadanía unida.
De eso se trata, no de correr hacia el despoblado dejando los espacios en manos de grupúsculos gubernamentales y de sus respectivos cómplices, incluyendo los jefes de los cárteles conocidos.
Sí, estamos en un punto de no retorno y ante esta situación, el presidente y su gabinete no reculan sino atizan más las hogueras de la inconformidad. Los discursos altaneros –“¿y ustedes qué harían?”-, la negligencia de las propias actuaciones del mandatario y sus colaboradores, sobre todo las mentiras una y otra vez expuestas, legitiman no al gobierno sino a quienes enarbolan los pendones de la protesta y exigen un fin de una administración rebasada por sus propias decisiones. No hay sitio alguno, siquiera, para arrepentimientos baladíes sino que es necesario un inmediato cambio del timonel, con la fuerza de la soberanía popular.
La brújula oficial conduce a los arrecifes en donde encallan los cobardes; la de la sociedad dirige hacia la necesidad de rectificar el camino con un cambio estructural, no sólo de partidos con alternancias de por medio sino de sistema con todo y la fusión insana del presidencialismo con la partidocracia. Los gobiernos estatales, sin recursos, igualmente se han refugiado en una burocratización extrema para frenar las obras públicas –otros insisten en realizar inversiones supérfluas que nadie aprueba para evadir las demandas sobre la ausencia de justicia social-, en una extraña rebatiña que coloca al gobierno federal en un lado y a los mandatarios estatales en otro para tratar de sobrevivir a la peor crisis estructural en cien años, mayor incluso a la que siguió a la burda matanza de Tlatelolco hace ya cuarenta y ocho años. Medio siglo casi de traiciones, vaivenes y mentiras “institucionales”. Ningún pueblo soporta tanto.