Rafael Loret de Mola
27/11/17
*Diálogo en el Infierno
*Matanzas calderonistas
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Cuando dialogué con el general Jesús Gutiérrez Rebollo en marzo de 2002 –el 22 para ser precisos, el mismo día que hablé cara a cara con Mario Aburto Martínez, señalado como asesino material de Luis Donaldo Colosio-, el defenestrado militar puso énfasis en dos asuntos medulares:
1.- Que existía un grupo de elite, en México, adiestrado en el Pentágono de Washington, y pagado por la Comisión de Combate a las Drogas que él encabezó por unos meses aunque jamás conociera sus identidades. Eran, como los califiqué entonces, “los rambos” mexicanos preparados para acciones extremas y preparados, además, para actuar en la más completa oscuridad, cuál si se tratarse de llevar a la realidad las más taquilleras políticas de ficción.
Poco se ha sabido de ellos aun cuando no se niega su formación y existencia; mucho menos los operativos en los que, de verdad, intervienen, acaso codo con codo con los marines estadunidenses infiltrados en la Armada de México, si bien no han podido detener el flujo de narcóticos hacia el norte, si tal fuese su papel, a la vista de la permanente animación de los mercados, principalmente el mayor del mundo al norte de nuestro país, regulados por elementos de la CIA, la NSA, la DEA y el FBI. Nadie se ha atrevido a desmentir esta versión por temor a que el escándalo los rebase.
2.- Igualmente, el general Gutiérrez Rebollo –quien murió en el Hospital Militar el 19 de diciembre de 2013, en el mismo piso en donde, al otro extremo, se operaba al presidente peña de las secuelas cancerígenas-, señaló al general Enrique Cervantes Aguirre como quien proveía los encuentros entre los líderes de los cárteles más poderosos, en aquellos días -1996-97-, el de Juárez, encabezado por Amado Carrillo Fuentes, y el de Tijuana, bajo las órdenes de los hermanos Arellano Félix, a cambio de 50 millones de dólares transportados en patrullas de la Federal de Caminos adscritas –aunque tal no fuesen sus funciones-, a la residencia oficial de Los Pinos cuando el huésped principal era ernesto zedillo de león.
Con ello confirmaba, desde la prisión de alta seguridad de Almoloya, la extrema colusión de los mandos castrenses con los “capos” de mayor relevancia territorial sobre nuestro suelo. Y, en ningún momento, tal circunstancia ha cambiado a pesar de las transmisiones del poder Ejecutivo federal, en zigzagueante modelo con dos alternancias de partidos ya considerando la vuelta del PRI al poder.
Detengo el relato en este punto para insistir en lo inexplicable que resulta el mantenimiento de la plutocracia partidista, con el PRI como director de orquesta, en un medio plagado de traiciones, conexiones soterradas y ententes cordiales. Diría, sí, que en estos momentos, tras la devastación del país, sufragar por el PRI es, sin duda, el mayor acto de traición que puede cometer un mexicano. Ya el tiempo dirá como serán señalados los sumisos y beneficiarios de los regímenes priístas; pero, en esta hora, son sencillamente despreciables.
Volvamos a las casacas militares. Recuerdo que la primera foto de calderón con atuendo militar, sobrado de mangas y anchuras, dibujó a aquel mandatario como una suerte de “gasparín”, el alargado fantasmilla, es decir una mala caricatura de sí mismo. No parecía ser capaz de dirigir a la nación un hombre de derecha apocado, descuidado en su propia vestimenta y ajeno a la emergencia que sobre el país se cernía aun cuando señalaban a la economía controlada… no por los fox sino por el Fondo Monetario Internacional. La carta de orgullo de los panistas se desvanece a la primera repasada de los hechos.
Lo que ocurrió, a partir de entonces, le he narrado con extensión en mis obras “Nuestro Inframundo”, “Despeñadero” e “Hijos de Perra”: una debacle moral sin precedente por la inclinación a la bebida del mandatario quien extendió sus “tardeadas” en Los Pinos –los jueves en principio hasta volverse cotidianas-, a unos cuantos y selectos amigos, entre ellos el nefasto director de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y el secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, un sujeto con presencia de troglodita y conducción de aspirante a aristócrata, quien blindó a Los Pinos con la presencia de mil efectivos del ejército mientras en los verdaderos campos de batalla se reducían los pertrechos para combatir, decían, a los narcos en boga.
La Anécdota
Ahora, a casi cinco años de distancia del finiquito del genocida calderón –quien ordenó ocultar la masacre en Allende, la Coahuila de los Moreira, en donde se han encontrado fosas con restos de más de cinco mil personas-, se conoce que el secretario Galván, a través de su secretario, Juan Manuel Barragán Espinosa, general brigadier, financiaba los encuentros entre emisarios de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, con el propio titular de la Defensa… siguiendo instrucciones precisas del señor calderón.
Y como nada es gratis entre mafiosos, el emisario de Guzmán Loera se presentó con un soborno de 140 millones de dólares para que le fuera entregado a Galván. Hoy, el general brigadier Barragán Espinosa, está sentenciado a quince años de prisión. Se agrega que Barragán pidió, además, dos relojes de oro y 10 millones de dólares adicionales a cambio de asegurar reuniones de los mafiosos con García Luna, cuya vida apacible en Florida es una bofetada diaria a los mexicanos.
No hay más que hilar el tejido para resolver el supuesto misterio. Por una parte se corrobora el bajo nivel de moral pública del régimen de calderón, quien presume de ser un buen ex presidente comparado con peña, y por la otra es evidente que los peñistas-priístas encontraron una senda oscura para involucrar al predecesor por sus contactos con las mafias –mismos que determinaron el asesinato de Juan Camilo Mouriño en noviembre de 2008, simulándose un accidente de aviación cuando el Jet Lear en el que viajaba fue derribado sea por un misil o por desprogramación de la computadora de vuelo, versiones que son como una úlcera para el encubiertos, Luis Téllez Kuenzler, entonces secretario de Comunicaciones y Transportes-.