Rafael Loret de Mola
24/11/17
*El Pasado nos Alcanza
*Fallaron Alternativas
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¿Nos alcanza el pasado o, más bien, nunca se fue y estanos atorados en la oscuridad del tiempo, que no corre como el reloj sino se detiene cuando la muerte acecha. Sucede igual que en las historias de tantas familias, en los velatorios de los jefes de los hogares –no hablemos de casas porque éstas, en media docena de entidades, se las llevan los huracanes o los terremotos-, donde no faltan las leyendas acerca de las manecillas detenidas en el momento final a la partida del difunto. Me aseguran que en casa de mis abuelos, en Mérida, sucedió lo mismo con aquel reloj de pie, inmenso y bellísimo, acaso elaborado por los expertos de Zacatlán de las Manzanas.
Ahora, han vuelto a sonar las campanadas como amenazas de la historia en la residencia oficial. El deambular de once mujeres, brutalmente afrentadas en San Salvador Atenco, contando las mil aberraciones de policías y militares en aquel operativo represivo en el cual se pretendió reducir la bravura de los machetes con armas de fuego y persecución de mujeres y niños sin defensa posible hasta dar cauce a prisiones injustas, violaciones múltiples, acoso permanente, en un infierno que, en la tierra, superó al inframundo situado más allá de las entrañas del planeta en donde se castiga las bajezas –dicen- para que la fe siga deteniendo el impulso de venganza. En lo personal, nunca he creído en la doctrina de la resignación, una falacia para proteger a los poderosos.
Los fantasmas, señor peña, lo seguirán por todas partes, antes y después de su salida de Los Pinos, irreversible y sin posibilidades ni de refrendo ni de estadía prolongada gracias a la sabiduría del Constituyente lejano pero todavía vigente. Cuando menos, la no reelección, bandera de una revolución traicionada, llegó y se ha ido quedando, aun cuando algunos han intentado mancillarla –en Yucatán, por ejemplo-, con el mazo que destruye los principios básicos de la República.
Soñará, alguna vez, con la persecución a os normalistas de Ayotzinapa, más ahora cuando fueron descubiertos catorce cadáveres calcinados cerca de donde desaparecieron los “43”; y con las masacres de Tlatlaya, Tanhuato, Apatzingán y Allende, en Coahuila, en donde, al parecer, toda inmoralidad tiene cabida por obra y gracia del nuevo cacicazgo capaz de imponerse a la estructura federal misma, dejada en ridículo.
¡Y todavía hay quienes culpan a “los medios” por el deterioro de la imagen del país! Los informadores, siguiendo la escala que comienza en la crítica seria e incontestable y termina, en los más bajo, en los maridajes con el poder, no somos responsables de las muertes, la rapiña, las violaciones y la guerra interminable entre distintas facciones del crimen organizado. No es así y lo saben pero se hacen tontos, en la cúpula del poder, para intentar justificar sus atrocidades, las peores imaginables, en pleno desierto de ideas con abundancia de complicidades venales.
México no puede seguir siendo rehenes de los peores.
La Anécdota
Cuando no se quieren cambiar las reglas del juego, como lo hacen los árbitros de los procesos electorales y ahora de cara a los comicios de 2018, ocurre que las pobres alternativas revientan como globos inflados por las torpes negociaciones soterradas, por ejemplo, con los tantos y tantos –casi ochenta- aspirantes a las candidaturas independientes en pos de la Presidencia. Marchan, seguro, hacia el abismo más atroz.
No funcionan las concesiones estériles y falsas cuando se busca aislar a la ciudadanía o fraccionarla; tampoco sirve invitar a cualquiera a lanzarse al abismo del círculo blanco a cambio de 866 mil firmas, casi inalcanzables excepto para quienes derrochan dineros –las más de las veces ajenos-, signando compromisos inconfesables. Y lo peor es que sólo podrían asomarse al balcón los personajes más turbios, como el neoleonés “el manso” y la Margarita deshojada que quiso ser discreta… por quince minutos durante la bárbara gestión de su consorte a quien dejaron con las manos libres sólo para destruir.
Y todavía me preguntan ¿por quién votar?