Desafío

Rafael Loret de Mola

04/08/17

*Falta de Autoridad
*Ejército y Delitos

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Una nación sin historia ni estructura ideológica cae, siempre, en el abismo y es objetivo de invasiones, explotaciones y ambiciones de extranjeros ávidos de conquista. México, contra la creencia de los intérpretes superficiales no ha sido y espero no será conquistado jamás. Los invasores españoles, aprovechando las discordias entre los pueblos de Mesoamérica, lograron superarlos cuando ya había perdido ominosamente Tenochtitlán –en la noche triste para ellos y feliz para quienes ocupaban esta tierra-, con todo y sus cabalgaduras y su equipamiento de acero. Cuitláhuac es el símbolo de esa gesta gloriosa.
En 1825 cayó el último bastión hispano, el castillo de San Juan de Ullúa y un vano intento de reconquista fue repelido exitosamente mandando a la Corona española a freír espárragos, como ellos dicen. Desde entonces, y por fortuna, somos una nación soberana y libre, en apariencia, de los yugos multinacionales; y subrayo que así parece por cuanto a que las dependencias siguen, la esclavitud también y los intentos de gobernarnos desde el exterior, a través de corporativos sin límites, persisten lastimosamente en contra de los intereses de los mexicanos. Quizá estamos peor que quienes, llamados indígenas por la ignorancia cartográfica de los navegantes podridos por fuera –la higiene nunca fue su fuerte y todavía hoy pueden observarse casos extremos-, soportaron el yugo de la colonia a través de tres centurias ominosas.
Viene a colación lo anterior porque, a partir de entonces, nuestra diplomacia entró en una oleada de vaivenes hasta que Juárez, el inmenso Indio de Guelatao, un zapoteco mucho mejor a cualquier otro mexicano, restauró la República, nos dotó de una Constitución vanguardista y, de paso, acabó con los bienes de manos muertas, en poder del clero, un acto de justicia emancipadora que no le perdonan todavía los retrógradas religiosos –no los modernos-, que aún perviven por aquí y por allá, en calidad de abogados del diablo, esto es investigando a los demás sin ver la viga en el ojo propio.
Sirva lo anterior para explicar la evolución del raciocinio que llevó al parlamentario Gerardo Estrada –no Borrego porque a este lo trasquiló la corrupción-, en tiempos de Pascual Ortiz Rubio, un personaje difamado por el callismo, a ponderar su doctrina basada en la No Intervención y la Autodeterminación de los Pueblos, verdadera barrera de la razón contra los intentos intervencionistas de las potencias, sobre todo las del norte.
Perdida la brújula, ahora el gobierno mexicano pretende erigirse en juez para señalar el mal rumbo de Venezuela sin detenerse en los agravios cometidos contra todos los mexicanos, desde genocidios –que suman en diez años doscientas mil víctimas o más-, hasta latrocinios sin fin bajo la prepotencia del poderoso que deja a sus colaboradores hacer y deshacer cuanto les viene en gana. El criminal Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaciones y Transportes, es el ejemplo más reciente.
Sólo puede aspirarse al ridículo cuando el “canciller” Luis Videgaray Caso alza la voz para condenar a Nicolás Maduro Moro, autócrata por supuesto, cuando México consolida y no interrumpe la dictadura perfecta.
La Anécdota
Me costó trabajo parar de reír cuando el señor peña conminó al ejército a no acatar órdenes cuando éstas impliquen un delito. ¿Quién va a juzgarlos? ¿Los mismos que emiten esas instrucciones represoras contra civiles desarmados y pueblos enteros convertidos en botines alevoso? Es grotesco.
Cuando los militares, la soldadesca en su conjunto, entienda cuando son sus lealtades primigenias, con el pueblo y su soberanía, no habrá lugar para los gobiernos corruptores ni para los abusadores convertidos en líderes por efecto de compadrazgos y complicidades. Lo saben bien, pero no se atreven a actuar como tampoco pararán cuando les ordenen reprimir y caer así en el peor de los escenarios jurídicos: los genocidios. Tlatlaya, Iguala, Tanhuato, Apatzingán, Allende, son sólo unos pocos casos que ejemplifican el brutal deterioro nacional.
¡Cuántos farsantes! ¡Qué pocos los mexicanos patriotas!

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