Rafael Loret de Mola
18/05/17
*Sillas de Acusados
*Bailarines Amorosos
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Son miles los acusados y unos cuantos los inocentes. En Sudamérica, por ejemplo, se enjuicia a los presidentes, incluso en ejercicio, por nimiedades parlamentarias, como en Brasil, o por acusaciones probada de prevaricación en el caso, entre otras naciones, de Argentina. En México sólo luis echeverría, uno de los mayores genocidas de la historia –Tlatelolco, el Jueves de Corpus-, pisó aterrado un tribunal, más bien la Fiscalía Especializada para Delitos del Pasado, y fue arraigado en su cómoda mansión de San Jerónimo en donde no falta nada salvo la dignidad y el prestigio, perdido el juicio sobre su régimen y toda perspectiva de redención.
El mundo, revuelto, ha atestiguado en los días recientes algunos acontecimientos que antes se daban en varias décadas y de manera aislada:
1.- El despido de James Comey, director del FBI, tiene connotaciones que ponen en riesgo la vida institucional de los Estados Unidos; el hombre investigaba los nexos entre la campaña presidencial de Trump y el gobierno ruso, un suceso que otrora podría provocar, por sí, una guerra nuclear. Nada menos. Como consecuencia, a Trump se le aborrece más y la fuerza de Putin se eleva.
2.- Las agrias manifestaciones en Argentina –solicitando que no se suelte a los genocidas del pasado suavizando sus sentencias-, Brasil –donde se siguen procesos irregulares, sin pruebas, contra los ex mandatarios Lula da Silva y Dilma Rousseff, acribillados por una dictadura parlamentaria comprable-, y, sobre todo, Venezuela –donde Maduro y sus opositores no sólo se enfrentan en las calles sino en los registros de cada conciencia universal sin ceder un ápice frente a los muertos, todos ellos opositores, que sólo protestaban antes de caer-, son síntomas del abandono cruel del mundo y de la hegemonía de los Estados Unidos que maneja versiones falsas para registrarlas en la crónica universal.
En México, las cosas no pueden estar peores. Se multiplican las marchas… y las fosas clandestinas que guardan las peores atrocidades de dos regímenes, el actual y el predecesor, el de peña y calderón, mientras los gobernadores de Tamaulipas, el descastado Egidio y Francisco García Cabeza de…, Guerrero, Ángel Aguirre Rivero y Héctor Astudillo Flores, Coahuila la de los Moreira –quienes se inventan hipótesis sobre narcominas para degradar a sus adversarios mientras ellos dirigen a las verdaderas mafias- y Morelos, Graco Ramírez Garrido Abreu, perredista y él cree que presidenciable, simplemente cuentan los días y los haberes atesorados en la espiral de corrupción y amoralidad política más dañina que pueda recordarse.
El mundo revienta en indignación mientras en México el ejército, al igual que el del chileno Pinochet de la década de los setenta, se toma la vida de civiles desarmados y humillados –comenzaron en Tlatlaya y su hazaña más reciente se dio hace unos días en Palmarito, en la Puebla de Moreno Valle-, sin que nadie proceda contra los uniformados. Estamos en el preámbulo de una dictadura militar que podría ser, si lo permitimos, legado del peñismo infecundo.
La Anécdota
Mal síntoma es, sin duda, la propensión de los políticos mexicanos al baile. Humberto Moreira se hizo célebre por sus habilidades en este sentido y, sobre todo, por su proclividad a lo superfluo para detonar la ignorancia del colectivo. Y lo mismo hizo el célebre alcalde de San Blas, Hilario Ramírez, Layín, experto en levantar faldas de jovencitas menores de edad para luego darles una sobadita a sus calzones; con ello ganó popularidad y ahora es candidato –esperemos perdedor-, al gobierno de Nayarit.
Y, finalmente, el populista y poco eficaz jefe de gobierno de la Ciudad de México, otro aspirante a la silla grande indefinido, Miguel Ángel Mancera Espinosa, le dio fuerte al taconazo en el día de las madres… y las mamacitas. Subió al tinglado, desesperado por popularidad, y se acurrucó bajo los pechos de una atrevida intérprete. Así se hace política en este país nuestro.