Rafael Loret de Mola
4/04/17
*Desigualdad Social
*Encuestas Réprobas
*Maldición de Canek
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La vuelta al trabajo tras los períodos estivales, para muchos, representa la angustia por haberse gastado más allá de los ahorros destinados para descansar. Es una advertencia a la vista de la Semana Santa. Las deudas suelen apretar tanto que asfixian las gargantas y sobreviene el atroz silencio bajo el cual se refugian los inquisidores de todos los tiempos; y vaya si existen beneficiarios de ello como, por ejemplo, los grandes manipuladores que cobran intereses mayores por créditos y préstamos menores. Tal es la atadura con la que los bancos dominan nuestras perspectivas de futuro.
Por supuesto, todavía no llegamos a los extremos de las instituciones bancarias hispanas… aunque me temo no nos falta mucho para ello considerando que algunos de los principales consorcios en el renglón tienen esta procedencia común. Allí, sólo como una muestra, los desahucios de departamentos y “chalets” –como les llaman a las casas que no están junto a otras-, están a la orden del día y el procedimiento es terrible: por un atraso de tres meses se quedan con la propiedad… pero el “atado” cliente no deja de tener la obligación de seguir cubriendo el importe de la deuda aunque ya no recupere su hogar. Es la cúspide de la aristocracia, o la oligarquía, incapaz de interesarse por el tejido social; luego se preguntarán, azorados, las razones de las protestas multitudinarias por las calles… o la abierta subversión de quienes ya no soportan el yugo ni soportan existir atados por los empréstitos amorales.
En México hay todavía un ingrediente peor. A diferencia de casi todos los países aquí la xenofobia funciona al revés, esto es para despreciar y abaratar la mano de obra de los propios mexicanos. Quizá ello sea herencia de la repetitiva y falsa crónica de la “conquista” que exalta a las turbas de invasores de Mesoamérica y extiende la filosofía de que México cayó bajo las patas de sus caballos; no fue así porque nuestro país, como tal, surgió en 1821, trescientos años después del paso de Cortés y sus misioneros cuya sensibilidad no les permitió respetar la esencia de una cultura en muchos renglones superior a la de importación. Pero, a fuerza de repetirlo, nos quedó el estigma.
Y eso se traduce, por ejemplo, en los bajos salarios que perciben los trabajadores del sector turístico mientras las empresas extranjeras vuelven a llevarse el oro de la industria sin chimeneas. Ocho horas extenuantes, muchas de ellas bajo el sol canicular del Caribe o el litoral del Pacífico, se valúan entre 97 y 110 pesos, dependiendo de la actividad… poco más de quinientos a la semana a los que se descuenta el seguro social y otras prestaciones: así les queda sólo las tres cuartas partes de los honorarios, unos mil quinientos pesos, para satisfacer los requerimientos familiares mientras una noche en uno de estos hoteles “con todo incluido”, no baja de tres o cuatro mil pesos, esto es el doble de los ingresos totales, por mes, de un mesero o una mucama. ¿No les parece una distorsión extrema que, por sí sola, enciende y obliga a detener nuestro paso?
Confieso: hace un año pasé unos días en la playa y no dejé de pensar en que no tenía derecho al disfrute mientras quienes me atendían con esmero, ocultando su tristeza por decreto, vivía angustias que, poco a poco, me fueron contando. A algunos se le salieron las lágrimas al recordarme que sus hijos no podían ni siquiera alcanzar el privilegio de timar leche cada día o un pedazo de carne que no fuese retazo; otras, las mujeres, la tenían peor porque sus maridos las habían abandonado –acaso por no poder soportar las presiones que conlleva el mantener una familia con sueldos de hambre-, y solas enfrentaban un destino cruelísimo con los hijos merodeando por las calles o esperando horas en el colegio para ser recogidos. No hablo del siglo pasado; este es el México real de 2015.
Desde Yucatán, cobra eco otro punzante rama social: se construyó una nueva sede para el Congreso –el actual fue inaugurado por el gobernador Francisco Luna Kan en los ochenta-, invirtiéndose cuatrocientos millones de pesos en dotar a los legisladores locales de una “sede digna” como ellos alegan con la complacencia, naturalmente, de todos los partidos beneficiarios y sin que nadie, absolutamente nadie y mucho menos el gobierno, haya consultado a la ciudadanía sobre la preeminencia de esta erogación millonaria. En Yucatán se imponen las obras –porque así se llega a las jugosas comisiones-, no se hacen para beneficiar al colectivo.
Y mientras ello ocurre, dos hospitales están abandonados porque el egoísmo de la partidocracia atroz así lo determinó. Como se comenzaron a hacer durante el panismo, el priísmo caciquil los despreció y desechó dejándolos deteriorarse, cada día más, a pesar de que tanto se necesitan. Decenas de personas han muerto en Ticul y Tecax, en el oriente de la península, por falta de atención médica y porque, sencillamente, carecen de recursos para transportarse a Mérida y de estructura sanitaria para salvarse.
En los setenta un gobernante visionario, Carlos Loret de Mola Mediz, de quien orgullosamente desciendo, introdujo el Seguro Social y construyó hospitales para atender a la población con un margen de treinta años… ya superados. Eso fue cuanto pudo hacer entonces; ahora se requieren nosocomios mayores para poblaciones que son reconocidas como ciudades y carecen de ellas. Pero, por supuesto, el egoísmo infernal de Ivonne Ortega Pacheco, quien ya dio a luz hace unos meses coordinándose con las tareas de secretaria nacional del PRI –ahora la detenta Claudita Ruiz Massieu, esperemos que evitando los veneros de su padre asesinado cuando desempeñaba el mismo cargo-, y ahora ejerciendo una diputación con candado, esto es plurinominal para ni siquiera molestarse en hacer campaña, optó por olvidarse de los enfermos y dejó que la erosión avanzara sobre las obras negras de los centros hospitalarios. Un asesinato, más bien un genocidio, por negligencia y furor partidista… continuado por su sucesor, Rolando Zapata Bello, perteneciente al nuevo cártel de los narco-gobernadores del Golfo.
¿No se darán cuenta los estúpidos que con estas acciones sólo se alienta la rebelión social generada por las frustraciones y marginaciones consuetudinarias? ¿No perciben el rugido de los jaguares, que llevan dentro los pueblos ancestrales, ante la acumulación de afrentas y odios disimulados contra los mal llamados indígenas que debieran ser sólo mesoamericanos? Lo último trata de corregir un grave error histórico: Colón creyó haber llegado a las Indias y se equivocó; pero no así dejó de señalarse como “indios” a los nativos con mucho de desprecio por una raza vista como inferior pero capaz de alzar monumentos maravillosos y conocimientos de matemáticas y astrología muy superiores a los caballeros centauros que sólo sabían de armaduras, armas y barbarie, importada desde el “viejo mundo” sin darse cuenta, por ejemplo, que Teotihuacan casi tiene la misma edad que las pirámides de Gizé, en Egipto.