Desafío

Rafael Loret de Mola

24/02/17

*Intolerancia Fascista
*Libros para el Polvo
*Golpe Bajo a los Toros

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En el día de la bandera, jamás la habíamos observado tan mancillada y vilmente despedazada en las manos de los apátridos, cuya conciencia equivale a la de una cucaracha –como aquellos cubanos a quienes llamó Fidel “gusanos” por aprovechar la ganga estadounidense y enfrentarse, desde lejos, al revolucionario que lego se convertiría en dictador-, que tanta náusea causa cuando se pisotea sin que ningún animalista interceda por ella, ni a favor de los roedores, los bípedos también, que convierten en arcilla los sillones y lo mismo la endeble estructura gubernamental en la era de la mayor corrupción conocida.
Nuestro hermoso lábaro no impide la intromisión grotesca del “pato” Donald Trump –al fin Walt Disney, el genio indiscutible, logró que uno de sus personajes llegara a la Casa Blanca; ni se lo imaginó siquiera en aquella “Patolandia” de mis recuerdos que tanto se parece a la ciudad de Washington actual-. Si fuera por el vencido peña nieto, acorralado, temeroso y con las manos vacías –de dinero, razones y objetivos-, ya Trump se hubiese sentado, sólo por capricho como lo hizo mi general Francisco Villa –él sí tenía derecho a la fotografía no a la permanencia en ella-, en la célebre silla del águila, que se talla cada seis años por cierto al gusto del mandatario en turno, cuyo emblema parece haber cambiado: la serpiente rastrera se ha devorado las alas de la majestuosa ave que se posó en el nopal.
La obsesión ciega de Trump no ve más allá de los lindes de la ahora dorada Oficina Oval, restaurada con cortinas y mobiliarios de este color, como marco a los fuertes tirones de manos que suele dar a sus visitantes –a peña lo tira, seguro-, para mostrarles el peso de su pretendida superioridad. Sólo un digno mandatario, Justin Trudeau –hijo de Pierre, de gratos recuerdos-, primer ministro canadiense, impidió la afrenta rutinaria deteniendo el brazo del magnate neoyorquino colocando su mano en su hombro para frenarlo; es obvio que el vulnerable enrique no alcanzará siquiera la altura.
El hombre de los cabellos pintados de naranja, afición que le pinta de cuerpo entero, no acepta ninguno de los hechos, verificados y ciertos –el hackeo de los rusos y las grietas en su gabinete, además de las confrontaciones nada diplomáticas con jefes de Estado, específicamente el de México y el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, amén de sus absurdas políticas de migración que ya tuvieron efecto con el primer paro de trabajadores latinos el pasado jueves 16-, y culpa de todo ello a los medios de información a quienes acusa de un “alto nivel de deshonestidad” y, señalando a quienes integran la fuente de la Casa Banca, quienes por lo general mantienen una interrelación con el jefe de la misma bastante cordial, les llamó deshonestos porque, seguramente, señalarían al día siguiente –cuál si fuese un dios capaz de otear hacia el futuro-, que “despotricaba y deliraba” contra la prensa.
Si ya treinta y cinco profesionales de la psiquiatría se han tomado en serio el análisis de la personalidad del mandatario impresentable –ni me imaginó cómo lo recibirán cuando se atreva a salir de su cuadrado blindado de la avenida Pensilvania-, es obvio que ya dio un primer paso: aceptar que sus respuestas y discursos serán objetos de descalificaciones tremendas, en la misma medida de su alto ego y su mayor prepotencia que pretende ser energía emanada de un “todopoderoso” como en la novela de Irvin Wallace, un texto imperdible y necesario de leer o releer hoy en día.
El caso es que la intolerancia, en todos los momentos de la historia, ha marcado el derrotero del fascismo, sobre todo cuando es elemento insustituible en quien desea mandar para dar solidez a su narcicismo descocado; si a ello se aúna la tarea de los cómplices, deseosos de aprovechar este elemento en provecho propio –esto es exaltando el delirio a cambio de recibir palmadas en la espalda con cestas de oro-, entenderemos el terrible drama en el que estamos metidos pese a la rispidez con la cual las relaciones bilaterales entre los gobiernos de México y los Estados Unidos son parte del escenario oscurecido como si se hubiera apagado el teatro por una conjura insólita.
En entorno así, el icono de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, quien tampoco se caracteriza por resistirse a las críticas y las embiste con bravura propia de un cinqueño en el redondel, decidió hacer un periplo por los Estados Unidos, acogido con cierta prudencia por diversos grupos defensores de inmigrantes y escasos auditorios si los medimos a los que él acostumbra en México. Lo hizo, además, para fijar su postura agria ante las políticas absurdas de Trump –con bastante razón en ocasiones-, y sin la menor voluntad de tender alguna vía, un puente, para convencer al enloquecido titán del norte que ya habló de mandarnos tropas.
No sé si Trump esté pensando en una operación similar a la realizada contra Manuel “el cara de piña” Noriega Moreno, hombre fuerte de su país entre 1983 y 1989, hasta que el 19 de diciembre del último año de su poder, los elementos de fuerza de Estados Unidos –desde la DEA hasta los marines, ya infiltrados entre la soldadesca regional-, abdujeron, no hay otra palabra, al señor Noriega quien se había refugiado, nada menos, que en la Nunciatura Apostólica en donde el Nuncio dobló las rodillas ante el presidente George Bush padre. El poder de Dios se vio acorralado por el del demonio terrenal. El hombre fue llevado después a Francia, donde permaneció algunos años y extraditado a su país en 2011, donde permanece en prisión domiciliaria; el 15 de febrero pasado fue sometido a una operación cerebro-vascular que le impedirá, seguramente, hacer frente a diversos cargos por homicidio.
Con esta historia, no puedo negarlo, me preguntó si no sería conveniente algo similar a ello en nuestro país; una relampagueante “operación mariachi” que substrajera a peña nieto por la secuela de bárbaros delitos que le anteceden y sus presuntos nexos inconfesables –a la par con los imputados a Noriega-, también. Bueno, yo no soportaría observar a los pájaros de acero, como el que liquidó al H2 en Tepic, apenas hace unas semanas, causando horror por su poder de fuego. Me daría una rabia incontenible que así fuera, aun tratándose del repudiado, porque la soberanía de nuestra patria, lo que nos han dejado de ella, es y será siempre primero.
Lo grave, más aun de las pesadillas que me quitan el sueño –y a muchos de quienes están conscientes de la realidad también-, es la perspectiva de futuro. Si conocemos la capacidad de los hackers para modificar las tendencias electorales hasta en el sistema estadounidense que tiene tantos candados, ¿qué podemos esperar de las próximas elecciones cuando ninguno de los actores –o actrices- han dado cauce a una iniciativa para cambiar las reglas del juego, ni siquiera quien ha sido aplastado por ellas dos veces?
México ni lo merece; y no son pocos los mexicanos listos a acelerar sus pasos para cambiar a un sistema que se derrumba sin remedio.

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