Rafael Loret de Mola
10/02/17
*Constitución Caduca
*La ONU nos “Observa”
*De Perros y Bureles
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Más de seiscientos “parches” tiene ya la Constitución General de la República sobre la que no se admite poder alguno, ley suprema como es de acuerdo a su propio texto, y frecuentemente alterada por las interpretaciones políticas que, incluso, han trastocado valores supremos como la reelección –admitiéndola, después de un periodo, o prorrogando el mandato de algún cacique como ya sucedió en Tabasco, con Tomás Garrido Canabal, y en Yucatán, bajo la batuta del extinto víctor cervera cuya sobrina Ivonne, ladrona, se encuentra situada en el punto medio entre modelo de baja monta y presunta aspirante presidencial-, de acuerdo al capricho de lo mandantes.
Al leer el texto de la Constitución para la Ciudad de México, apenas rematada con las consiguientes prisas y descuidos a los que da lugar el sosiego y la ridícula parsimonia de los actores, nos percatamos que introduce normativas que la Carta Magna federal ni siquiera toma en cuenta como, por ejemplo, los casos de revocación de mandato –no prevista para el caso del presidente de la República quien sólo tiene facultad para solicitar “licencia”, incluso definitiva pero sólo por “causas graves” que debe calificar el Congreso-, o el maltrato animal, una figura que depende, en gran medida, del criterio de quienes quizá no observan más allá del árbol sin mirar al bosque.
Cuando en México se camina en una dirección, el mundo retorna sobre sus pasos; así, por ejemplo, en el renglón que nos ocupa, sucede en Cataluña con relación a la tauromaquia cuya “crueldad” es discutible y polémica entre quienes están en pro de las corridas de toros y cuantos se oponen a ellas a pesar de ignorar argumentos éticos y financieros indiscutibles. Por algo, insisto, las grandes inteligencias en los países en donde la cultura taurina ha arraigado se manifiestan, siempre, a favor de la misma por cuanto a sus orígenes y como parapeto a las deleznables influencias anglosajonas, más provocativas ahora con el del pelo naranja en la Casa Blanca. La defensa no es sólo por preservar una especie, la del burel de lidia, sino igualmente para defender a los pueblos de la corta visión histórica de las potencias contemporáneas y sus líderes ahítos.
Es obvio que a los poderosos de la actualidad les estorba la crónica sobre la corta estancia de la humanidad sobre el globo terráqueo, en comparación con otras especies –ya desaparecidas algunas- que evolucionaron o se extinguieron. Algunos genes perversos, lo contemplamos hoy en el gobierno de Washington, perseveraron como si sólo hubiesen sido resguardados en una esfera de cristal; los de Hitler, por ejemplo, vindicados por la cristalina vidriera de la residencia oficial de los presidentes estadounidenses.
En la Constitución citadina, que eleva el estatus del otrora llamado Distrito Federal por cuanto a ser sede de los poderes federales –debiera pensarse en reunirlos en otra urbe o, al estilo de Brasilia, construir un complejo ad hoc a los mismos-, hay artículos que pueden contraponerse o chocan con los designios de la superioridad federal. Recuérdese el viejo debate sobre si las entidades deben o no ser consideradas soberanas o simplemente autónomas al reconocer la preeminencia de un poder superior, el de la Federación, aun en los casos de suprema hipocresía centralista.
En lo particular, siempre nos hemos inclinado por el concepto de autonomía porque México no se conforma con treinta y dos republiquitas sino por estados fusionados por el mismo hilo conductor republicano, más allá de las leyendas negras y las falsas interpretaciones. Yucatán, por ejemplo, mostró un mayor nivel de patriotismo al desprenderse del seno de un país atenaceado por la dictadura del histriónico y perdedor Santa Anna, refugiado tantas veces en Manga de Clavo, su hacienda favorita cercana a Xalapa, ya había antes ideado la formación de un triángulo dorado entre Veracruz, La Habana y Progreso, Yucatán, cuando gobernó perentoriamente a esta entidad, para erigirse muy temprano en el supremo hacedor de la región. No fructificó en estos planes pero en sí en otros mayores como la displicencia para asumir y dejar la Presidencia, frivolidad inaudita que habría de terminar con los Tratados de Guadalupe Hidalgo en los cuales perdimos la mitad de nuestro territorio, miserablemente.
El ultraje estadounidense mantiene firme el rencor entre los mexicanos bien nacidos; los otros, quienes privilegian el comercio sobre la dignidad, no tienen patria sino intereses y abominan a cuanto llamado nacionalista se hace para tratar de salvaguardar el poco decoro de un Estado mancillado por un gobierno prolongado y reptil. No se trata sólo de peña sino de un montón de malos mexicanos quienes han mantenido la idea de que ser sumisos a la gran potencia es punto de no inflexión para no morirnos de hambre; como si estuviéramos mancos.
El hecho es que la globalización le ha salido mal a los operarios de la Avenida Pensilvania, en la capital de la Unión Americana, quienes calculaban que las bravatas de Trump harían converger hacia él los intereses de las naciones más afines con México. Y en este entorno, culminó la elaboración de la Constitución citadina si bien con mandatos mal redactados y peor rematados que dejan al aire muchos conceptos y a la interpretación de quién sabe quiénes jueces la aplicación de los mismos. Tal es extremadamente riesgoso en un mosaico tan plural como el nuestro que suele cambiar de color, como los camaleones, pero sin desconfigurar sus aparatos reproductores.
Hay confusión porque los temas centrales no pudieron resolverse a satisfacción de unos y otros constituyentes, buena parte de ellos escogidos al azar o por influencia de determinados grupos de poder, dentro de un Congreso que, como sabemos, presume tener en su seno a mujeres boxeadoras en activo, como la diputada federal, Jackie “Princesa Azteca” Nava, quien regresó a los rines sin alterar su agenda legislativa. Algo similar debería hacer Ana Gabriela Guevara, senadora golpeada –aunque la contraparte masculina arguye que fue agredida por ella-, quien podría sumarse a la legión de tumbadoras; una del PAN y otra plurinominal “aliancista”. Los del PRI se conforman con Ivonne Ortega Pacheco y su muy querida ex alcaldesa meridana, Angélica Araujo Lara. Puras vergüenzas.
Tal es el entorno en donde nace la Constitución tan decantada. Mientras unos claman por una nueva Carta Magna federal, para taponear en definitiva los “parches”, otros alegan que es mejor dejar las cosas así porque el solo planteo pone en predicamento la prolongación del mandato presidencial, el de peña digo. ¿Pues no de esto se trata? Pues entonces vamos todos a exigir la conformación inmediata de un Constituyente federal que cercene al presidencialismo como poder fundamental de facto.
Es hora de cambiar… y no sólo el número de curules y escaños.
Debate
El 24 de octubre de 1945, luego de la toma de Berlín por el ejército ruso y del “humanista” bombardeo, con atómicas, a Hiroshima y Nagasaky –acaso el mayor genocidio de nuestra era, incluso mayor al Holocausto ordenado por Hitler, icono oculto del señor Trump-, se fundó la Organización de las Naciones Unidas para tratar que fuera útil como mediadora tras el precedente ingrato de la Liga de las Naciones. Pues bien, hasta hoy, sólo ha servido como perrito faldero a los intereses de los Estados Unidos, desde Nueva York, y de la antigua Unión Soviética.