Rafael Loret de Mola
31/01/17
*Ahora, el día DDT
*Alcaldes Meridanos
*Ciudad en Anarquía
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Cuando asumió el “pato” Donald la presidencia de los Estados Unidos, haciendo buenos los augurios de Walt Disney –y, al parecer, también de los pitonisos Simpson-, hablamos de que volvían a darse las condiciones para un nuevo día “D” recordando el desembarco en Normandía como efecto del bombardeo, sin aviso, a Pearl Harbor desde donde los Estaos Unidos habían puesto en jaque a Japón; no fue aquel un acto de traición sino de defensa ante la disparidad de fuerzas y la amenaza que significaba la flota norteamericana en el Pacífico.
La comparación siniestra surgió porque la protesta de Trump parecía el símil de aquella ocupación de Europa con el argumento de combatir a un sistema inhumano, avasallante: el fascismo o igualmente el nazismo surgido del modelo Nacional Socialista para el cual sólo importaba el desarrollo de Alemania y la supresión de los candados a ésta impuesta luego del desastre de la Primera Guerra Mundial. Fue la vendetta la que llevó a la terrible conflagración, la más cruel de la historia incluso por encima de la Segunda Guerra universal, y las muertes de dieciocho millones de combatientes y civiles. Y el Tercer Reich logró, al inicio de la nueva oleada de terror bélico, vindicarse por las “humillaciones” que culminaron con el armisticio germano en un vagón de ferrocarril colocado en los jardines a las afueras de París.
Ahora, como se previó desde el principio, la asunción de Trump fue una parodia de rencores, de visceralidades acumuladas y de fobias acrecentadas por la soberbia. Todos los ingredientes que hicieron de Adolfo Hitler el más grande villano –para muchos criminal- de la historia. La misma filosofía está en boga ahora en la Casa Blanca –la de Washington-, merodeando por la oficina oval, conocida como el set más recurrente de la industria de celuloide –el otro es el de la escenografía de la brutalidad extrema de la guerra-, en donde Trump descarga sus odios personales y su augusta xenofobia basada en el imperio del capital extraído a costa de la sangre de los demás.
En el retorno a la década de los cuarenta del siglo pasado, Trump enfiló hacia México sus traumas y antipatías. Rompió tratados comerciales, como había adelantado, y acribilló con adjetivos hirientes a nuestros compatriotas que se ganan la vida en territorio norteamericano, también a cada uno de nosotros, generalizando sobre cuestiones como el tráfico de drogas… ¡propiciado y administrado por las propias autoridades y servicios de inteligencia estadounidense! Sólo los hijos de esta nación vecina son capaces de tan brutal parodia; ni siquiera la clase política de nuestro país.
Trump impone y peña habla de que la actitud de su gobierno no será sumisa. De carcajada. Precisamente, la orden para la reunión de hoy en la capital de la Unión Americana surgió de los testaferros del “pato” y, pese a las advertencias de antemano –comercio, deportaciones y muro de la ignominia-, el señor peña nieto aceptó de inmediato el encuentro que le quitó el sueño desde hace diez días. No lleva en las manos algunas alternativas para paliar las exigencias del pretendido todopoderoso que se acerca más a los infiernos en un mundo dominado por las perversidades que nos asfixian y nos arrebatan a innumerables seres queridos.
¡Qué rápido nos alejamos del escenario brutal de Monterrey en donde un niño de quince años, Federico N., arremetió a tiros contra sus compañeros del Colegio Americano del Noreste! ¡Qué terrible enterarnos que en Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua, cuando menos, se graguó el crimen tremendo contra decenas de niños al aplicarles agua destilada para simular quimioterapias mortales! ¡Qué dolorosa la cerrazón oficial ante las protestas públicas contra el alza a las gasolinas, motor de la economía, en plena debacle de valores morales! Y, sobre todo, ¡qué indigna la permanencia del mandatario responsable de la gran tragedia nacional!
Sobre todo ello, duele que sólo reaccionara la sociedad cuando el bolsillo le dolió por la carestía, en alza, y apenas se movilizara tras los genocidios de Iguala, Tanhuato y Tlatlaya, además de los de Apatzingán, Puerto Vallarta, Guadalajara y otros más. ¡Qué terrible la displicencia ante los abusos reiterados de los mílites y la guerra que cubre de sangre a la nación mientras el gobierno civil, bajo presión, cede ante las exigencias de los mandos superiores! ¿Quién tiene, en México, poder real sobre el presidente? ¿Los dueños de minas como Germán Larrea y Alberto Baillères, protegidos de los grandes consorcios norteamericanos? ¿De dónde vienen todos los males?
Quienes representan a México –la esdrújula sagrada y deshonrada por quienes se apropian del concepto nación y se visten con éste-, olvidan que la diplomacia debe ser, en todo tiempo y lugar, ante cualquier otro país, recíproca. ¿Por qué los estadounidenses no necesitan ni pagan visas para ingresar a nuestro territorio y a los mexicanos, incluso con visados, se les somete a interrogatorios vejatorios? ¿Cuántos personajes han sido sometidos a ellos con la consabida indignación que muere en ellos mismos desde el momento mismo de “librarla”? Si no hay dignidad propia, no puede existir respeto ajeno.
Ya sabemos de antemano que Trump, el huésped de la casona de la avenida Pensilvania más antimexicano en más de un siglo, incluyendo a quienes ordenaron la invasión de 1847 y la ocupación de Veracruz en 1914, acaso en el torpe papel de David Crockett –quien fue aniquilado durante la batalla por “El Álamo”, en lo que es hoy San Antonio-, cazador de osos y vengador fantasmal, pretende pasar, de nuevo, sobre los intereses de México. Para ello le dio cauce, desde 1986, el primero de los grandes vende-patrias, miguel de la madrid, quien se negó a formar un “club de deudores” con los pueblos hermanos de Latinoamérica y optó por caer de rodillas ante el Fondo Monetario Internacional.
Fue aquel momento vergonzoso el que, sin duda, marcó las líneas por las cuales ahora Trump nos considera inferiores y simples vasallos de los intereses de Norteamérica. Ya nuestros productos –como el aguacate- son motivos de boicot; y también los limones de Argentina y otras mercancías perecederas provenientes de Centro y Sudamérica. La insolencia del presidente 45 de los Estados Unidos no tiene límites y México ni siquiera puede esgrimir la marginada Doctrina Estrada, otrora más fuerte que una barda cimentada con la razón y el derecho, porque el gobierno nuestro, a golpes lacayunos, la desfondó y extinguió; sólo queda la letra y el dolor por la nostalgia de la honra perdida.
Con tales cartas, peña enfrenta a Trump. Y, demacrado, sólo le resta esperar el inexorable juicio de la historia… que ya perdió.
Debate
Alegan algunos que la vieja ciudad blanca, Mérida, es una de las urbes más “seguras” del país. La tesis se asienta en el hecho de que los índices de criminalidad son bajos en comparación al resto de la República. Por desgracia, la explicación del fenómeno no es feliz: se ha convertido a la maravillosa urbe, otrora repleta de palmeras y veletas, en refugio de las familias de los cárteles más conocidos desde la triste época del cacicazgo del extinto víctor cervera, uno de los peores mexicanos que he conocido.