Desafío

Rafael Loret de Mola

9/01/17

*Duelo en el Mayab
*Imposible Gobernar
*Un Viejo Político

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Hace unas semanas cuando llegué a Mérida a sentir bajo mis pies la tierra de mis ancestros –sin olvidar mis afanes gastronómicos, un pecado del cual me es imposible redimirme-, no pocos me dijeron que en Yucatán los efectos de la marabunta del rencor, desde septiembre pasado más intensa, “no había llegado” entre otras cosas por las lagunas informativas de los diarios que se disputan una suerte de cacicazgo de la comunicación por muchos años dominado por el conocido clan Menéndez que parece, sin remedio, destinado a volatizarle en unos años más. Hasta el mayor resplandor no dura indefinidamente.
En un principio me desconcertó esa actitud, pareciéndome apática y hasta desconsiderada ante mis opiniones sobre la descomposición aguda del país –y en este punto no admito la leyenda negra del separatismo que no es sino un mal referente fundamentado en la defensa del federalismo de los yucatecos del siglo XIX-. Sólo en un punto encontré unanimidad sin ni una sola disidencia, no sólo en li círculo cercano –lo que es bastante comprensible por razones muy conocidas-, sino entre cuantos tuve la oportunidad de saludar pues tengo la costumbre de entablar conversación lo mismo con una marchanta del mercado que con la cajera del banco o el gerente de alguna cafetería. Es parte del ser periodístico. Y nadie, ni una sola voz reaccionó aprobando la gestión presidencial de enrique peña nieto; por el contrario, el repudio fue total y el deseo de su salida, pese a los consabidos temores sobre el qué pasará, no dejó de pronunciarse a medida que pasaban los días que destiné a un obligado descanso paralelo a un traspiés de salud. Para dolor de mis enemigos, los de dentro del poder, no encontraron en mí ningún tumor maligno ni nada que me impida redoblar el paso con la venia del Creador.
En fin, durante varias jornadas, fui comprendiendo que Yucatán, y sobre todo Mérida, tenían sus propias razones para estar de rabioso luto, aquel que no puede aceptarse por ser consecuencia de unan injusticia –lo he sufrido en carne propia y sé de lo que hablo-, por causa de un priísmo soberbio, reducto del viejo caciquismo del asesino y narcotraficante víctor cervera quien jamás fue objeto de indagatoria judicial alguna a pesar de existir evidencias tan claras como la protección que brindó, alojándolo en uno de sus ranchos, al entonces prófugo mario villanueva madrid, ahora encarcelado y con la esperanza puesta en la extradición desde los Estados Unidos. El nexo entre padrino y ahijado siempre fue evidente… pero, cuando menos, el sujeto de referencia sufrió en su orgullo la peor afrenta para su soberbia desbordada: luego de gobernar diez años –contra el espíritu del Constituyente- perdió las elecciones municipales de Mérida en su pretensión de ser alcalde para seguir ejerciendo el poder tras el trono. Pocas semanas después se golpeaba el pecho para intentar ahuyentar el infarto fulminante que le recordó su carácter de mortal; ya el inframundo maya, Xibalbá, estará ocupándose de él.
Es el caso que el dolor de la comunidad peninsular tiene otro referente para alzar los puños contra un priísmo degradado y convertido en botín de mentecatos. El 4 de julio de 2011 una multitud de meridanos salió a las calles para protestar por una obra inútil, innecesaria y evidentemente destinada a nutrir de “buenas comisiones” a la entonces alcaldesa de Mérida, Angélica Araujo Lara, y a su “novia” –a decir de todas las malas lenguas y las buenas también-, Ivonne Ortega Pacheco cuya bipolaridad la lleva por los extremos con tal de igualar su ambición con su promiscuidad. Por esos días, la actual secretaria general del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, fungía como gobernadora y no disimulaba su propósito de heredarle la silla a su querida presidenta municipal.
Decían los viejos políticos que la sociedad, y entre ésta los dueños de los rotativos peninsulares, solía valorar más cuando se tapaba un “bache” en el hermoso Paseo Montejo –ahora rematado con el monumento en honor de los invasores hispanos que arrasaron con miles de bravos mayas; genocidas sin corazón, exaltados por voluntad de los reaccionarios panistas precedentes-, que una carretera entre dos municipios del interior de la entidad. Y, por desgracia, tenían razón. Hasta que hace poco más de tres años los bártulos cambiaron ante la prepotencia inaudita: la señora Araujo –casada como su gobernadora-, decidió abrir un paso a desnivel sobre la prolongación del emblemático Paseo; y la ciudadanía se opuso con razones de mucho peso:
1.- La Escuela de Arquitectura argumentó que en vez de dar fluidez al tráfico, como se decía, el pretendido túnel detendría la afluencia, cada vez más copiosa, desde el norte de la ciudad; y que no ofrecía garantías suficientes porque el lugar se encuentra sobre un cenote –esto es de agua subterránea para quienes no conocen la península-, y podría ser de alto riesgo.
2.- Los vecinos se quejaron porque, además de alterar la perspectiva de la zona, se llevarían por delante a una bellísima fuente, una auténtica obra de arte con motivos y detalles de la antigua cultura del mestizaje, que finalmente se decidió levantar “con mucho cuidado”… partiéndose en dos ante la indignación general.
3.- Los costos millonarios de la obra –en total sesenta millones de pesos, para un relumbrón político- fueron tan inflados como ofensivos tomando en cuenta las imperiosas necesidades de las colonias depauperadas a causa de la desproporción abismal entre las riquezas de unas cuantas familias –muchas de éstas relacionadas con el narcotráfico que desplazaron a la muy enraizada “casta divina” cuyos haberes mermaron pero no tanto para no contar con residencias suntuosas-, y la miseria general de quienes aún viven en la mayor marginación imaginable.
Pero lo peor no fue lo anterior por increíble que parezca. Durante las manifestaciones de protesta –llegaron a ser dos mil los activistas si bien el repudio era mucho mayor-, los acechos de la represión no inhibieron a las voces valientes que utilizaron las redes sociales para intercomunicarse. Y así llegó aquel 4 de julio –una fecha que quedó en la memoria del colectivo-, cuando las grandes excavadoras y perforadoras comenzaron a hollar el asfalto. Cientos de familias salieron a defender el ámbito y algunos incluso, como sucedió en Beijing durante la masacre de Tianammen, llegaron a subirse a las máquinas para detener a los conductores que, en el fondo, tampoco querían proceder. En este punto comenzó la felonía.
Mandados por la gobernadora, Ortega Pacheco –un apellido infamado por las derivaciones del cacique execrable-, un grupo de sujetos vestidos como civiles –digamos al estilo de los “halcones” del echeverriato-, arremetieron contra los manifestantes, entre quienes se encontraban señoras y señoritas de familias muy conocidas –no tanto millonarias porque éstas, como sabemos, no suelen mezclarse con la “prole”-, y las golpearon y sometieron obligándolas a abordar camionetas destinadas ex professo. Mientras, la cínica mandataria estatal alegaba que no había ordenado a la policía entrometerse para no causar más daño… mientras los genízaros rodeaban la escena con sus macanas y escudos mofándose de la trifulca cual si presenciaran un espectáculo. Hubo, claro, decenas de heridos aunque, por fortuna, milagrosamente diríamos, ni un solo muerto lo que posibilitó la baja intensidad de la noticia.

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