Rafael Loret de Mola
26/03/15
*Desesperación Total
*De Daños Electorales
*¡Cómo nos Aventajan!
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Los líderes políticos suelen hablar de “todos los mexicanos” cuando les da la gana y sin medir que otros muchos más no concuerden con las ideas de los mismos; sobre todo los vencedores estiman que cuentan con un respaldo total por parte de sus conciudadanos aunque la mayor parte de ellos no acudiese a las urnas o votara en contra. En la euforia, como en la vida institucional, los términos y calificativos son de quienes manipulan las conciencias.
Durante los días anteriores hemos analizado, con firmeza, las dolorosas condiciones de un gobierno que ha escatimado sus deberes primigenios para caer bajo un alud de demagogia barata, tardía además, tratando de justificar la inacción y, sobre todo, la inoperatividad del régimen en curso. De allí el imperativo de elevar las voces, a todos los mexicanos –en este caso así es aunque existan opiniones encontradas al respecto-, para ejercer la arrumbada soberanía popular que es imperativo, nuestro deber mayor diríamos, rescatar de manos de la oligarquía.
Por allí surgió el reproche de algunos simpatizantes de enrique peña nieto, dos o tres nada más para ser específicos, en el sentido de que al citar a los mexicanos caíamos en la soberbia de considerar que “todos” estaban de acuerdo con lo postulado y, además, con una suficiencia “intolerable”. Recapacité al respecto y recordé los consejos de mi gran amigo y editor, Rogelio Carvajal, quien siempre consideraba que los términos absolutos estaban fuera de la realidad por cuanto era imposible igualar a los hombres surgidos de distintas culturas y condiciones. Desde entonces, y ya pasaron algunas décadas, procuro abstenerme de generalizar aunque a veces se nos escape el vicio de una formación apegada a las convocatorias permanentes que pretenden aglutinar a la generalidad. Mea culpa.
Otros, uno o dos, alegan que nuestro llamado a dejar en los kioscos de periódicos a diarios como “Milenio”, colocado por su director Carlos Marín, en los pantanos del contubernio con personajes de la talla de genaro garcía luna, felipe calderón, eduardo medina-mora, enrique peña nieto y Aracely Gómez González Blanco, fustigando a cambio a los periodistas independientes que señalan hacia las evidencias de la corrupción o los desvíos personales serios, con bajezas tales como alegrarse por el despido de quien fue líder en el ramo radiofónico hasta que MVS le cortó la cabeza optando por quedar bien con los “de arriba”, con enormes prebendas de por medio. Basta el repaso para observar el tendencioso sesgo de su información atenida a los intereses mercenarios y jamás a los de la opinión pública.
En este punto debemos señalar hacia una infortunada descalificación: no se trata de respetar el derecho a sostener opiniones contrarias sino de advertir sobre los contenidos obviamente indicados por la superioridad política y sin el menor rasgo de objetividad y verosimilitud. No es un debate de ideas sino la ofensa plena al adversario con enjuagues muy redituables de por medio, mientras la contraparte es perseguida, reprimida y colocada fuera del “círculo rojo” inaugurado por los fox quienes ahora hasta se sienten ministerios públicos para pedirles a los padres de los normalistas de Ayotzinapa que se resignen a sus pérdidas y “den vuelta a la hoja”. Esto ya no es 1968, ni se trata de ocultar, atemorizando a la población, un genocidio. Los mexicanos –y aquí incluyo a quienes no piensan igual- ya tenemos plena conciencia de hacia dónde vamos y quien nos guía, para bien o para mal.
Lo grave, en todo caso, es el encumbramiento del maridaje de los empresarios de la información con los operadores de Los Pinos quienes aprovechan la notoria ausencia de liquidez –y la consiguiente baja de propaganda, excepto la política-, para realizar acuerdos soterrados y con ellos salvar lo pecuniario a cambio de entregar la libertad de sus compañías y, peor, las de quienes laboran con ellas. Así, exactamente así, han comenzado siempre las dictaduras, incluso las más feroces como el nazismo.
Tengo varios lustros ejerciendo esta profesión, a veces llena de satisfactores y las más de ingratitudes y decepciones, y pocas veces, acaso ninguna vez, había percibido en la mayor parte de mis contertulios, incluyendo priístas recalcitrantes a través de sus existencias, una mayor desesperación como ahora; dicen que es por la impotencia al observar el alza de la corrupción y la baja de recursos, de ingresos, de expectativas para el desarrollo futuro.
Una enorme cantidad de mexicanos, no todos por supuesto, no soportan más el flagelo de la demagogia que concurre hacia la exaltación alevosa de la nueva aristocracia mexicana a la cual sólo le hacen falta los títulos de nobleza aunque no pocas mujeres de nuestro país han asaltado los palacios hispanos para conquistar maridos cercanos a la Corona, la misma que saqueó a Mesoamérica y saquea ahora, mediante complicidades extremas con los financieros de su nacionalidad, los modernos Cortés llenos, llenitos de ambiciones.
La desesperación total, de una buena parte de los mexicanos para no caer en generalizaciones ramplonas como los dirigentes partidistas, lleva hacia la crispación, primero, y a los estallidos, después. Es una secuela inevitable cuando se produce un franco divorcio entre el gobierno y un importante sector de gobernados con la excepción, claro, de quienes laboran en el sector público, o son familiares de éstos, y no quieren perder canonjías al observar igualmente la corriente inocultable de las protestas públicas.
De esta ansiedad galopante surgió la idea de convocar a un referéndum, nada más democrático y contrario a la violencia que esto ante un gobierno deficitario, para sumar firmas de verdad –no las utilitarias de una transparencia “opaca”-, a la demanda para que cese un gobierno sin resultados, ni capacidad siquiera para ser operativo, truncas sus reformas propuestas y escasa de autoridad moral ante un conglomerado, no todo insisto, que reclama el cumplimiento de las falsas promesas de campaña y el fin de la ingente amoralidad de los servidores públicos quienes, primero, se compran sus residencias y solamente después otean hacia los demás, cernidos a sueldos mínimos infames mientras la aristocracia puede gastarse veinticinco mil pesos por boleta con tal de estar en la zona VIP del Gran Premio de México, otrora un evento popular. Tal es la brutal distancia entre los pudientes y quienes deben someterse a la terrible angustia de vivir al día.
Hace unos días, en la España rebosante de historiadores cínicos, se trató de explicar la destrucción y caída de Teotihuacan, una de las ciudades sagradas de los pueblos de Mesoamérica, como efecto de una tremenda dimisión de clases; esto es los explotados de abajo se irguieron contra los monarcas y sacerdotes que los avasallaban hasta dar cauce a la tragedia. Lo dicen así, por supuesto, para descargar de sus hombres las culpas del pasado que los atormentan y les dibujan, de cuerpo entero, como esclavistas y colonizadores que derrumbaron un imperio ajeno bajo el sambenito de servir a Dios y al Rey; el primero, desde luego, debió repudiarlos en cuanto atacaron a mansalva a los llamados “indígenas”. Las traiciones consecuentes, sobre todo de los pueblos sometidos por los aztecas, acabaron por canalizar la crueldad y descocado racismo de los invasores; consideraban “monos” a quienes habían construido una cultura superior.