Rafael Loret de Mola
17/11/16
*Ya no es mi Mundo
*Efecto Devastador
*Promoción y Engaño
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Ni los más avezados, sean o no periodistas, digieren aún el tremendo golpe derivado de la victoria, para muchos inesperada –no para este columnista-, del “pato” Donald Trump, el peor candidato, de la peor mancuerna, de la peor oferta política de los tiempos modernos. Y este es el signo, para empezar, cuando nadie entiende, o no quiere hacerlo, cómo más de cincuenta millones de estadounidenses le eligieron apostando por la xenofobia, el racismo, la misoginia y el odio acendrado contra cuanto se desecha de quienes piensan distinto. Tal es el fascismo que podría denominarse ya trumpismo.
Comenzó como una broma y acabó siendo tragedia. Pese a ello, las cartas estaban sobre la mesa desde finales de junio –cuando visité los Estados Unidos-, cuando ya las tendencias favorecían a Trump en el país vecino si bien tal no se reflejaba en los cotidianos ni en los medios masivos de México. Esta fue la primera incongruencia cuyos efectos elevan los efectos negativos del fenómeno porque, en realidad, nunca se retrató cabalmente la realidad de la contienda a pesar de infinitas señales sobre el desprecio general hacia el establishment –y el gobierno de Obama que nunca fue tan popular como se apuntó-, y el constante belicismo de un gobierno encerrad en la Casa Blanca y manejado, de manera soterrada, por los intereses y las fuerzas militares y las agencias “de inteligencia” en duelo permanente.
Es peculiar que en la nación de mayor poderío militar de todos los tiempos quienes poseen poder de fuego guerrean, abiertamente, en la oficina oval con el mandatario perentorio como mero testigo y, en ocasiones, árbitro de las pujas por el verdadero poder. Por ello, claro, Obama y, en su momento, la señora Clinton, fueron arrojados a los cauces de la guerra, armando a los islamistas, primero, y vomitando bombas contra ellos después. Por delante, la industria armamentistas; por detrás, el terrorismo. Con tal ecuación no es factible –no para las mentes lógicas-, la supervivencia.
Nadie dijo, a través de una campaña tan mediocre como incendiaria, que la señora Clinton debió ser relevada por el propio Obama a la mitad de su recorrido presidencial. La secretaria de Estado no salió en enero de 2013 por su propia decisión sino porque le era incómoda al presidente Obama y optó por un antiguo rival, John Kerry, cuya esposa Teresa, multimillonaria por cierto, se dio el lujo de calificar las posturas del gobierno de Washington como un juego ambicioso en busca de petróleo.
La señora Hillary no encajó para el segundo periodo presidencial de Barack, el mandatario cuyos apellidos coincidía, casi exactamente, con los de los peores demonios estadounidenses: Saddam Hussein y Osama bin Laden. Pero ni aquel presagio fue suficiente para detener su ascenso, pasando por encima de la señora Clinton en las primarias demócratas en 2008, y alcanzar un triunfo resonante el mismo día en el cual México se situaba al pie de su propio inframundo con el “accidente” mortal, más bien el crimen contra Juan Camilo Mouriño Terrazo, el “delfín” del gobierno calderonista.
¿Acaso fue este suceso uno más de los acuerdos soterrados entre las mafias del poder? Imposible determinarlo todavía si bien el genocidio en Allende, Coahuila, culminó la escalada de la muerte por aquel mandatario promovida a quien algunos consideran “el mejor” por cuanto haber mantenido equilibradas las finanzas arrodillándose a los lineamientos de Wall Street. Ni una sola decisión financiera fue tomada por él o su gabinete, impregnado de zedillistas y salinistas de viejo cuño, porque sencillamente desconocía los pormenores de los mercados y las perspectivas que surgían cada día. Tuvo “suerte”, de alguna manera, mientras sembraba las rutas de México de cadáveres, cien mil se calcula nada menos, la mitad de las víctimas causadas por la deplorable guerra cristera. No fue poca cosa.
Y, claro, la vulnerabilidad moral de felipe fue bien aprovechada por Obama quien “sugirió” infiltrar a la Armada de México y al ejército, marines estadounidenses con el objetivo de perseguir a los grandes “capos” de los cárteles con dominio territorial sobre nuestro suelo. Una hipocresía mayúscula si consideramos que el tráfico de drogas hacia la Unión Americana es solapado y controlado, desde las garitas aduanales, por la CIA, la NSA, el FBI y la DEA. No descubrimos el hilo negro.
Algunos neófitos, deseosos de justificar posturas políticas en México, han explicado que el temor de los mexicanos ante la xenofobia de Trump no se debe a la posibilidad de una deportación masiva de compatriotas, cuyas consecuencias serían devastadoras para nuestra economía y estabilidad sociopolítica, sino a los intereses macro de cuantos creen, como oligarcas que son, en la hipótesis de un cierre de fronteras para sus productos cuando éstos, lo sabemos bien, ya tienen en su mayoría el sello estadounidense y se expanden por territorio norteamericano sin la menor traba.
Entonces, ¿para qué modificar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o cancelarlo? Pareciera inútil tal posición considerando las asimetrías latentes entre las dos potencias del norte y nuestra depauperada nación; pero, en sí, Trump busca que los productos de allá nos lleguen sin intermediarios mexicanos, ni simuladores quienes ya vendieron marcas y empresas siguiendo las torpes políticas de nuestro gobierno, especialista en desmantelar compañías enteras, estatales o no, para “modernizar” una economía cada vez más dependiente del dólar y sus emisores. Por ello, claro, las tremendas fluctuaciones del peso desde que Trump se fue para arriba en la misma jornada electoral del 8 de noviembre.
Pareciera ya que ninguna decisión pasa por el escritorio del presidente de México. Y es posible que así sea al grado de que, tras las elecciones en los Estados Unidos, se pensó en la vindicación de Luis Videgaray Caso, el amigo entrañable dejado en las reservas tras la visita del miserable neoyorquino a Los Pinos –no a México en donde se le repudia por todo bien nacido-, y hasta en la posibilidad de lanzar la candidatura priísta de Claudita Ruiz Massieu para honrar con ello las relaciones bilaterales con todos los ingredientes del entreguismo, además, claro, de barrer los rastrojos internos aun visibles por el crimen de Lomas Taurinas en 1994.
Por supuesto que nadie puede decirse orgulloso, como el imbécil presidente nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, con sangre y estirpe iraní –no puede desmentir, claro, cuanto de él señalé en “Hijos de Perra”-, de aquella visita de Trump, el 31 de agosto pasado, cuando reiteró su animadversión a los mexicanos ante el azoro de un mandatario rebasado por los hechos. Fue infamante entonces y hoy se vislumbra, no como el resultado de una apuesta visionaria, sino como el inicio de una correlación humillante, ofensiva, castrante para los mexicanos. ¡No quieran vernos como estúpidos, priístas de mal engendro!
Sí, perdimos. Para tener una relación “digna” con el avorazado señor Trump sólo se requiere de una condición fatal: bajar la cabeza y arrastrarse por los suelos como la serpiente que el águila NO devoró del todo al momento de convertirse en el escudo nacional. No nos andemos por las ramas tratando de disimular el golpe porque llegaremos al final sin defensa alguna, convertidos en un protectorado más con la pérdida de una soberanía hace tiempo lastimada, volatizada diríamos, con el visto bueno de una clase política mexicana al servicio del establishment norteamericano. ¡No sean sus integrantes, siquiera, tan cínicos!