Rafael Loret de Mola
14/11/16
*No Podemos Olvidar
*Errores Insalvables
*Gastos Electorales
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Si Tlatelolco –aquella tarde-noche de la barbarie de 1968-, no se olvida, aunque algunos alegan que debiera pasarse la hoja para pensar en el futuro –lo escuché de labios de Rodolfo Echeverría Ruiz, sobrino del ex presidente con su primer apellido-, ¿ocurrirá lo mismo, dentro de medio siglo, con los casos de Tlatlaya, Tanhuato y, sobre todo, Iguala y Cocula? Es tal lo que debieran sopesar el mandatario en funciones y su cuadrilla de ineptos, atemorizados ante el peso inescrutable de la historia, sobre todo los responsables de las fuerzas institucionales armadas, desde policías municipales hasta generales infiltrados.
Tenemos semanas en las cuales los asesinatos diarios, por causa de las gavillas criminales, elevan la decena de víctimas a la lista ominosa que exhibe la mayor de las falacias del régimen: su promesa de eliminar la violencia con corporaciones “más efectivas” como la hasta hoy intrascendente “gendarmería nacional”, imaginada por el general Óscar Naranjo Trujillo pensando en su país, Colombia, y no en el nuestro cuyas condiciones son completamente distintas. En nuestro caso, el combate debiera dirigirse a dirimir cuánto intervienen las agencias “de inteligencia” de los Estados Unidos para facilitar el paso por las aduanas de los cargamentos del vicio. Desde la CIA y la NSA hasta el FBI y la DEA.
Lo peor de cuanto acontece es la oscuridad con la que pretenden los mandos gubernamentales mantenernos ciegos, fuera de los entornos en donde se recrudece la barbarie y sin que, por ello, podamos ejercer nuestro derecho a la protesta sobre todo si los horrores se extienden por el país y los medios tradicionales son alejados de ellos. Es una vergüenza, por ejemplo, que la información sobre la masacre de Tlatlaya, en julio de 2014, haya trascendido hasta noviembre del mismo año gracias a la “filtración” de una agencia de noticias y una revista norteamericanas; después vinieron las versiones retorcidas que, al final de cuentas, no pudieron prevalecer sobre la verdad: el ajusticiamiento de civiles inocentes para evitar testigos sobre el hurto de ochenta millones de dólares que permanecían, en efectivo, en una casa de seguridad de San Pedro Limón. Todo lo demás fue siniestro y más que nada la hipocresía del general Salvador Cienfuegos Zepeda y la defensoría oficiosa del presidente en curso.
No creímos, la verdad, que hubiera un caso que pudiera empeorar la muy mala imagen del ejército, sus mandos y del gobierno civil encubridor por el efecto de sostener lealtades tolerando conductas atípicas por parte de los uniformados. Por desgracia, la fórmula se aplica, por desgracia, desde el sexenio echeverriano cuando se decidió “refundar”, en secreto, al Estado Mayor Presidencial introduciendo a éste a elementos formados en el exterior –en el Pentágono e Israel, sobre todo-, con alta capacidad de superar a cinco o seis militares “normales”. Desde entonces, sopesamos la posibilidad de un serio enfrentamiento entre sendos bandos aunque se presume que hay control sobre ellos. No es así del todo; y la prueba de ello son las “filtraciones” de informes de enorme gravedad.
El sexenio peñista, sin duda, será recordado como el de los “genocidios” –me temo que no pocos ocultos todavía-, y el de la complacencia tolerante respecto a los abusos de la administración federal predecesora. La muestra terrible sobre lo ocurrido, en marzo de 2011, en Allende, Coahuila, precisamente en el mismo mes en el cual se dio la incorporación del ladrón Humberto Moreira Valdés a la presidencia nacional del PRI, con un saldo final de cuarenta y dos ejecuciones sumarias bajo el supuesto de enfrentamientos entre “criminales” –esto es de los tolerados por el gobierno local y nacional-, no deja duda sobre el nivel alcanzado por la clase política infiltrada y siempre dispuesta a matizar los peores escándalos de corrupción y las matanzas casi cotidianas en los escenarios usufructuados por los cárteles con el visto bueno de Gobernación, ahora que esta dependencia acapara la fuerza policial e incluso impone su mando al secretario de la Defensa quien, a últimas fechas, se ha apocado ante el chantaje de Miguel Ángel Osorio Chong respecto a los abusos ilimitados de sus tropas.
Moreira, aquel 4 de marzo de 2011, se asustó cuando tuvo noticias, minutos antes de su evento triunfalista para celebrar el cumpleaños del PRI con su propia exaltación personal, de que en Saltillo diversos grupos se enfrentaban a tiros –una situación que no se había dado allí en esta magnitud-, mientras se incendiaban miles de hectáreas de bosques en la Sierra de Arteaga, obviamente como consecuencia de acciones criminales que, hasta la fecha, ni siquiera se han investigado. Fue, digamos, la advertencia de felipe calderón para que Moreira, quien había financiado en parte la campaña presidencial de peña con dinero que no era suyo y formaba parte del paquete de deudas legado a la saqueada entidad que dio vida a Madero y Carranza, no fuera a señalar con dureza al entonces mandatario sobre todo en cuanto a su inmoral intervención en dos elecciones federales, la de 2006 sobre todo que marcó el mayor fraude comicial de la historia.
¿Fue casualidad, dados estos antecedentes, la matanza de Allende? ¿O acaso sólo se trató de una advertencia más para disipar al PRI de cualquier confrontación con el gobierno calderonista? Una estrategia, digo, muy al estilo de la utilizada por el miserable asesino Genaro García Luna, quien permanece en Miami en una agencia paralela a sus conocimientos y nunca ha sido motivo de alguna pesquisa por los tantos delitos cometidos por el ex secretario de Seguridad Pública, dependencia ya desaparecida por el vano interés de borrar el pasado inmediato. Una vergüenza monumental.
El genocidio de Allende, Coahuila, tiene muchos vericuetos pero el peso mayor recae en calderón, García Luna y el secretario de la Defensa, en aquellos momentos Guillermo Galván Galván, supeditado el último a la voluntad del primero y la bendición del señor calderón quien ahora, muy orondo, se siente liberado y se pasea por doquier, sin sanciones sociales siquiera, presumiendo por haber mantenido a flote la economía bajo la rectoría del Fondo Monetario Internacional y el padrinazgo de ernesto zedillo ponce de león. ¿Van comprendiendo la enredada trama, amigos lectores?
Y de esta tremenda confusión, el responsable de más de cien mil muertos durante su ominoso sexenio –incluyendo a quienes cayeron en la emboscada de Allende-, felipe, cree haber sido un gran presidente –así como fox se proclamó “mejor que Juárez”, como parte de las tradiciones egocéntricas de la derecha-, y tener derecho a impulsar las aspiraciones presidenciales de su mujer, Margarita Zavala, siguiendo el síndrome Hillary que debiera ir acompañado con una visión de cuanto sucedió en Argentina con Cristinita Fernández de Kirchner. Una balanza bastante desigual.
Sólo algunos reconocen que la dama en cuestión, quien reventó a Mexicana de Aviación –con la pretensión de adquirirla a precios de ganga, lo que no pudo ser por la intervención de sus trabajadores- y prohijó el crimen de los 49 niños de la guardería ABC de Hermosillo, llevó a los extremos sus ambiciones por cuanto los maltratos recibidos por su marido en Los Pinos. Quizá por ello, el consorte apuntado se porta como un corderito faldero mientras impulsa a Margarita a creerse que es “querida” –esto es apreciada-, por la mayor parte de los mexicanos y no sólo por el sector de masoquistas olvidadizos.