Desafío

Rafael Loret de Mola

11/11/16

*Libertad y Vandalismo
*El Crimen del “Miedo”
*Amagos de Insurrectos

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Suelen, en nuestro México querido, confundirse todos los términos. Durante mi último viaje a España nadie pudo explicarme porqué al sismo le llaman seísmo, ícono se transforma en icono –sin acento- y a los cacahuates les conocen como cacahuetes. Ahora mismo caigo en la cuenta que el corrector automático no subraya ninguna de las tres acepciones anteriores, es decir sendas se dan por válidas de acuerdo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. En la misma línea, en territorio otrora azteca, olmeca, maya y de tantas etnias oaxaqueñas y chiapanecas, suele cambiarse hasta el sentido de las denominaciones para convertirlas en lo contrario de lo postulado: como si correr significara permanecer parado.
En política la cosa es todavía más grave. Solemos poner a la par, cuál si fuesen sinónimos, a la patria, el Estado y la Nación cuando son cuestiones muy diferentes y no hojas del mismo árbol. Patria es un concepto nacionalista, Estado el territorio soberano y nación, claro, la identidad física y social entre los oriundos de una misma tierra. Pudieran encontrarse parecidos pero no son similares uno del otro y no pueden utilizarse como si de lo mismo se tratara, a menos, claro, que los jilgueros demagogos pretendan manipular a la colectividad con argumentos falaces y evidentemente mentirosos.
Igualmente suelen aparejarse la presidencia de la República y la banda tricolor a la altura de los símbolos patrios: el himno, la bandera, la campana de Dolores. Y no es así, desde luego, salvo el camuflaje oblicuo que llegó a la mayor de las cursilerías cuando calderón –minúscula- besó el escudo nacional sobre una banda que ya no le pertenecía, abusando de la distensión que él no tuvo por la vergüenza de unos comicios contaminados. No faltaron quienes me insistieron en escribir peña nieto también obviando las mayúsculas. No lo había hecho con fox ni con el actual mandatario por una sencilla razón: al primero, le reconozco por haber llevado adelante una cruzada contra el PRI corruptor y hondamente viciado aunque luego no cumpliera sus promesas medulares sobre el cambio; al segundo, lo aceptaba en principio –pese al dispendio oneroso que no fue exclusivo de sus operadores sino de todos los de los diversos partidos, incluyendo al acusador López Obrador quien, por ejemplo, en el Distrito Federal cooptó, desde hace más de seis años, a los más pobres, los ancianos y cuantos requerían de atenciones sociales mínimas; yo le llamaría justicia-, porque, primero, ganó los comicios con una ventaja, ésta sí, irreversible y, segundo, considerando que bastó un fin de semana para lograr lo en apariencia una proeza que levantó el optimismo y luego se convirtió en pesadilla: el Pacto por México con el consenso de los tres poderes de la Unión y los representantes de los tres partidos con mayor representatividad. Fue extraño, eso sí, segregar a los minoritarios, que también cuentan, y al líder con mayor capacidad de convocatoria callejera, Andrés Manuel López Obrador, quien hubiera su convocatoria si deja la mano presidencial tendida. Luego, el pacto murió por inanición.
Hasta ahora esperamos el cumplimiento cabal de las llamadas “decisiones presidenciales”; la más difícil e inútil referida al déficit cero propuesto para 2013, sin aumentar los impuestos de acuerdo al anuncio del “presidenciable”, el “delfín” Luis Videgaray Caso, secretario de Hacienda en su faceta poco conocida de economista y no de político capaz de cabildear y acordar con los mayores adversarios. Fue otro de sus fracasos, el menos sonado quizá
¿Por qué no se buscó la conciliación con López Obrador? Si éste se resistía, bastaba con ponerlo en el aparador como instigador de la subversión aunque cantara su postura supuestamente pacifista. ¿Recuerdan, los amables lectores, lo que de él dijimos?¿De aquellos largos recorridos por las regiones más conflictivas del país sin dar cuenta de encuentros o desencuentros con los grupos de alzados que merodean por las sierras de Guerrero y Chiapas? La desesperación política es muy mala consejera… más cuando los cantos de sirena vienen de la voz de quien se presenta como el hombre de su mayor confianza: Ricardo Monreal Ávila, perdedor en los procesos judiciales en donde sus argumentos fueron tan volátiles como los fajos de billetes falsos arrojados al paso del presidente peña.
Insisto: el primer error del mandatario en curso consistió en no aprovechar la espléndida ocasión de su discurso de investidura para llamar a López Obrador a la cordura. ¿Qué hubiera sido mejor para sus seguidores: la confrontación estéril y paralizante o un pacto para sellar su compromiso con los mayores ideales de la República, la defensa de la soberanía y la urgencia del desarrollo entre otros? No se trata de empatías o animadversiones sino de construir una perspectiva mejor para la nación y la patria, que no es lo mismo insisto.
Para desgracia de todos, peña nieto cayó en el abismo, Andrés Manuel reacciona tímidamente ante los dolientes de Tlatlaya y Ayotzinapa –acaso porque si se le rasca sobre la piel aparece el tatuaje de José luis abarca-, y los demás dirigentes partidistas intentan pasar el trago amargo de puntitas… delineando la abominable ley que reprende a quienes se manifiesten y protesten; si ya la Suprema Corte prohibió usar determinados términos –no las injurias, curiosamente- sobre los homosexuales, ¿quién se extrañaría de que nos conminen a no hablar ni escribir ni cuestionar por el “bien” de la tranquilidad “republicana”?
Y aquí viene una reflexión sobre la mayor de las confusiones: el mandatario, quien obedece, pretende ser el mandante, aquel que ordena. No es así: manda la sociedad en su conjunto, el pueblo –término que han desgastado los demagogos-, y no quien ocupa, siempre de manera perentoria –y así debe continuar-, la Primera Magistratura. Lanzarse sin consensos, cual si se tratase de una aventura, a la tarea de gobernar es como entrar a una tempestad en alta mar en una barcaza sin remos: las posibilidades de naufragio se multiplican con la vulnerabilidad de la nave que se pretende dominar entre el embravecido oleaje de los océanos.
Lo peor es negociar en lo oscurito, como tanto le gusta a la oposición. Por ejemplo, el día de la asunción presidencial peñista, López Obrador aceptó concentrarse alrededor del Ángel de la Independencia para alejarse de los puntos claves para el ceremonial previsto. Y lo hizo a cambio de obviar obstáculos para la constitución del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) como partido político. La transacción se hizo a través de Manuel Camacho, René Bejarano –maestro de la simulación e inolvidable “señor de las ligas”-, y el pandillero Martí Batres. Bueno, hasta el otrora más radical del grupo, Gerardo Fernández Noroña –a quien respeto por su valor y su eterno lanzamiento hacia delante sin recovecos aunque cometa excesos en su caminar-, ha optado por irse distanciando, poco a poco, negándose al papel de mera comparsa del ícono intocable.

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