Desafío

Rafael Loret de Mola

7/11/16

*Juego de la Canalla
*No Admito Calumnias
*Democracia Destruida

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Repiten en el célebre Hipódromo de las Américas, que merece ser visitado alguna vez por cada mexicano amante de la gastronomía, los caballos y, sobre todo, la vida en familia, una sentencia sustentada en los hechos: “caballo que alcanza, gana”. De aplicarse a las contiendas electorales, Donald Trump debe estar feliz del buen funcionamiento de sus complots, incluyendo la intervención inoportuna y rapaz del FBI para exhibir, apenas hace una semana, los mensajes de la señora Clinton en su poder desde hace varios meses, y así modificar los momios a última hora. Pese a ello, la moneda está en el aire pero la xenofobia se respira en tierra.
Sea cual fuese el resultado, el daño ya está hecho. El nacionalismo ramplón de los estadounidenses se ha vuelto, mayoritariamente, fobia contra los inmigrantes –pese a la propia historia de su nación fundada en buena medida por éstos, y un frenesí de rencores sin sentido, esto es como si los mexicanos hubiéramos sido los agresores y los vecinos norteños, las víctimas; es al revés, claro, si nos atenemos a las invasiones bárbaras de 1847 y 1914 –ésta última en la cúspide de la sinrazón-, además de la singular y rabiosa “expedición punitiva” en busca del Centauro del Norte luego de que éste entró a Colombus en busca de las armas ya pagadas que intentaban escamotearle. Con su cargamento a cuestas, Pancho Villa, el inmenso guerrillero, salió del territorio estadounidense –invadido sólo en aquella ocasión que debería ser efeméride patria-, y no pudieron dar con él, escondido como una fiera en la sierra de Chihuahua. ¡Un pequeño desagravio por tantas ruines ofensas!
El presente es bastante más aterrador que en aquellas jornadas revolucionarias. Imaginemos que el pronóstico amenazador del “pato” Donald Trump se cumpliera y fueran repatriados los quince o dieciséis millones de mexicanos, aún los residentes ya asimilados dentro de la maquinaria productiva de la Unión Americana, sin existir condiciones para brindarles las fuentes de empleos necesarias en su país –en donde apenas se reconoce la apertura de no más de 300 mil plazas por año cuando se requieren dos millones sin contar a la mano de obra en fuga-, ni un modus vivendi digno.
Tal enfrentamiento, en el terreno social, nos asfixiaría, sin remedio, dando cauce a todo tipo de expresiones subversivas, desde las criminales promovidas por los “capos” y sus padrinos intocables –dentro de México y, sobre todo, en los Estados Unidos-, hasta las revolucionarias de verdad que ya han esperado bastante optando, como ocurrió en Colombia en la terrible década de los ochenta y parte de la de los noventa del siglo anterior, por sumarse a las bandas criminales para poder mantenerse en guardia. No se trata de unos cuantos sino de, cuando menos, cien grupos de gavilleros extendidos por veintidós entidades del país.
Acaso, los pobladores de los estados afectados se han ido acostumbrando a vivir entre dos fuegos; como en Tamaulipas de donde salió, tan campante y sin persecución criminal, uno de los peores gobernadores en la historia de México: el descastado Egidio Torre Cantú, quien reemplazó a su hermano tras el asesinato alevoso del mismo, perpetrado por los mismos que le llevaron al poder, para luego pasar desapercibid, en la cúspide del cinismo, mientras las pesquisas se han concentrado en el sonorense Guillermo Padrés Elías y el grotesco veracruzano Javier Duarte de Ochoa.
En la frontera norte se han visto los escenarios de mayor corrupción –los Moreira en Coahuila, César Duarte en Chihuahua, Padrés y Beltrones en Sonora y los enjuagues de panismo con el hankismo en Baja California-, incluyendo los del otro lado del Bravo en donde sus gobernadores han llegado a extremos como los de “minuteman”, tolerados por el gobernador Rick Perry hasta el extremo más inconcebible — esto es repudiados como bestias mientras a los perros se les privilegia dotándoles de cobijo, alimentos y protección–, al tiempo de que las vendettas artificiales se volvieron, de pronto, negocios rentables con grandes cortinas de humo, digamos tan altas como los feminicidios estigmatizadores de Ciudad Juárez. No es por casualidad.
Mañana habrán de disiparse las dudas sobre quien encabezará el futuro gobierno de los Estados Unidos, no así acerca de las perspectivas de dominio de la gran potencia universal. De hecho, en este sentido el cauce final resulta de poca monta al medir, desde ahora, la exaltación del racismo y la xenofobia. ¿Cómo es posible que en entorno así haya podido gobernar, ocho años, Barack Obama, el afro de mayor relieve en la historia de los Estados Unidos? ¿Fue sólo un espejismo mientras detrás de su figura el verdadero poder se renovaba con tintes todavía peores a los que debió enfrentar Jack Kennedy en 1961?
Fíjense: al episodio de los Kennedy siguió la mayor recreación del belicismo norteamericano, con Vietnam convertido en un inmenso laboratorio –de armas y seres humanos-, que fue creciendo al paso de los años y no para bien de las naciones. La pregunta, ¿por qué el mundo odia a los Estados Unidos?, suele responderse con gráficas brutales cuya divulgación hiere profundamente la sensibilidad de quienes siguen resistiéndose a vivir bajo la cultura anglosajona repelente de la igualdad entre mujeres y hombres, las distintas razas y religiones, y la diversidad de cultura e idiosincrasia.
Ni Clinton, ni mucho menos Trump, son capaces siquiera de la menor autocrítica al respecto que se cierne al desprecio sobre el reguero de cadáveres que las infiltraciones guerreras de los Estados Unidos han dejado por todos los sitios; a cambio de ello, también cuenta su calculada inmovilidad cuando proveen de armas lo mismo a los satánicos de Rwuanda o a los terroristas del Estado Islámico (ISIS), sin que les importe el destino de las balas y las muertes de miles, millones tal vez, de inocentes. ¿Quiénes son, entonces, los brutalmente salvajes?
Pues a la conservación de este status apuestan, de distinto modo pero igualmente firmes, la señora Clinton y el señor Trump. Entre ellos no hay ganador posible si bien es aterrador considerar que cualquiera de ellos se sitúe en la Casa Blanca como será desde el 20 de enero de 2017. Lo es porque tal es, al fin, un triunfo de la mafia militar enfrentada entre distintas agencias de inteligencia, la CIA, la DEA, la NSA y, por supuesto, el FBI. Unos están con ella; otros con él, pero en cualquier caso todos confabulan contra el mundo suponiendo que así garantizan los intereses de su país y preservan su modo de vida. Una tontería que ha costado millones de muertos por el mundo. Negarlo es también una insensatez porque este argumento es el único, escúchese bien, capaz de frenar a sinrazón de los líderes del norte quienes creen de firma que América es de ellos y así osan divulgarlo sin el menor rubor.
Y como lo aseveran así, insisten en su injerencia, cada año mayor, y en el derecho a expandirse liquidando a las empresas al sur de sus fronteras, esto es desde México a la Patagonia, o creando conflictos irresolubles para posibilitar e arribo de sus tropas. Este es uno de los grandes peligros que se nos avecinan: demostrar que México es un estado fallido por su ingente corrupción y la creciente violencia, para ser ellos quienes impongan el “orden”, a su manera, recorriendo los veneros del petróleo y hasta la extinción de nuestros abaratados yacimientos. Este es el fondo de la reforma energética promovida por el traidor de Los Pinos, el señor peña nieto, quien dice no amanecer con deseos de “joder” a México aunque lo haya hecho por la noche.

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