Rafael Loret de Mola
3/11/16
*Dos Escenarios
*De Venezolanos
*Vieron al Norte
El personaje que tiene el privilegio de ponerse la banda presidencial sobre el pecho, así no merezca portar los colores nacionales, ha asestado o pretende hacerlo un duro golpe a la democracia: consideró, y su palabra pesa como la de un monarca, que legislar sobre una segunda vuelta electoral para asegurar así el aval de la mayoría de los electores, compitiendo sólo los dos más votados y asegurando que los sufragios fueran el pilar de la gobernabilidad, es tan inútil como innecesario e inoportuno porque sólo faltan veinte meses para la elección federal.
Así pretende cerrar el paso a la reanimación de una democracia ultrajada en nuestro país no sólo por los fraudes recurrentes sino igualmente por los nulos instrumentos para frenar a los gobernantes opresores y corruptos, como estamos atestiguando ahora en los casos de los ex gobernadores de Veracruz y Sonora, junto a otros que se han marchado de puntitas, digamos Egidio Torre Cantú, de Tamaulipas, Roberto Borge Angulo, de Quintana Roo, César Duarte Jáquez, de Chihuahua o Mario Anguiano Moreno, de Colima. Y no me olvido de quienes están cerca del finiquito, entre ellos los aún mandatarios de Aguascalientes, Oaxaca y Sinaloa. Y todos ellos son apenas una muestra de la elevada inmoralidad pública.
Sin recursos legales y políticos para favorecer el ejercicio de la soberanía popular no es posible, ni ahora ni nunca, fortalecer la democracia sino, por el contrario, vulnerarla hasta su desintegración. Quizá ello pretendió decir el ex presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, al resumir sus impresiones sobre el desarrollo actual del país en una sentencia que resultó paradójica en su voz: “el sistema está agotado”. Y, por supuesto, es así gracias a personajes, como el propio Manlio, hastiados hasta de sí mismos. Pero no se van aunque presenten una aguda putrefacción interna similar a la de la peste negra o a la influenza española. Los males no vienen solos.
El señor peña insistió en que no cree capaz a ningún “presidente” –es decir ni a él ni a sus predecesores-, de buscar, en los tibios amaneceres, “joder” –un españolismo que ahora va introduciéndose junto con los privilegios otorgados a la casta neoconquistadora-, a su país. Pero se equivoca si estudiamos antecedentes tan notables como la traición de los conservadores quienes renunciaron a su patria con tal de posarse a los pies del barbado enajenado de Miramar; o de aquellos que, encabezados por “El Chacal”, sirvieron y pretendieron dar viabilidad a una usurpación forjada a través de los crímenes de Madero, coahuilense, y Pino Suárez, ex gobernador de Yucatán.
Sendos preclaros mexicanos sentirían vergüenza al observar en manos de quienes están los destinos de sus respectivas entidades: los Moreira, grotescos saqueadores y caciques ramplones en cuanto al primero de los estados mencionados; y un títere, casi como aquel Titino inolvidable, llamado Rolando Zapata Bello, el reclinatorio de Ivonne Ortega, la mujer sin pudor -le gusta exhibir hasta sus pijamas con tal de llamar la atención y ser considerada “presidenciable” lo que es, en sí, una aberración-, ladrona además y de vida notablemente de doble propósito como las vacas lecheras.
Por supuesto los priístas, ambiciosos por origen y corruptos por antonomasia desde hace ya no pocos lustros –todavía en la década de los setenta del siglo pasado algunos eran rescatables-, también comentan, en voz baja, que la única manera para intentar recuperar el terreno perdido –casi todo-, es la estratégica salida de peña de la Presidencia para dar paso a un período de conciliación nacional que se hiciera efectivo en una nueva ley electoral incluidas las normativas para facilitar las segundas vueltas comiciales y reducir curules y escaños sin concesiones indebidas para ampliar los chantajes ya habituales en el seno del Legislativo. Esto es, sin plurinominales ni legisladores de representación proporcional, volvería la mayoría de los electores a tener influencia decisoria sobre las perspectivas de la nación.
Todo esto nos lleva a considerar dos posibles escenarios para el 2018, con o sin el abandono de peña, en busca de un mandatario constitucional:
1.- Si no existe reforma política alguna, sólo los males físicos –esto es las cardiopatías bastante frecuentes-, podrían detener el avance de Andrés Manuel López Obrador quien es visto como el mayor contrapeso a los excesos del peñismo aun cuando no pocos ponderen sus defectos como la soberbia, la intolerancia hacia la crítica, sus desplantes despóticos y su tendencia a aglutinar funciones. Esto es: una nueva marea de presidencialismo sólo que con el timón virando hacia la izquierda en las barbas del Tío Sam bajo un gobierno ferozmente de ultra derecha cualquiera que sea el ganador de las elecciones dentro de cinco días.
López Obrador, por cierto, no se atreve a hablar sobre las políticas injerentistas de los Estados Unidos ni a explicar cómo serían con él las interrelaciones bilaterales con la gran potencia del norte. Prefiere omitir el tema porque, en el fondo, no está preparado para enfrentar una oleada de maledicencias, todavía mayor a la actual, fomentada por los grandes poderes fácticos, sobre todo el financiero regulado en Wall Street.
Por supuesto, en los corrillos de Washington no se observa bien al icono de la izquierda mexicana, sobre todo por su propensión a segregar a cuantos, incluso sus más cercanos, no coincidan con él; y no se diga si no se trata de militantes. La furia con la que responde a sus críticos, la obcecación por el protagonismo, aunadas a su precaria salud –dos infartos y dos eventos cardíacos en tres años-, no son signos halagüeños que tranquilizan a los “dueños” del orden mundial.
Pero, eso sí, no hay duda de que en unas elecciones con las reglas actuales, la pulverización de los sufragios acabaría favoreciéndole; esto es sus “votos duros” ya superan, con bastante margen, a los del PRI, esto es en la franja del treinta por ciento de los votos.
2.- Si la reforma, pese al peso de peña en las decisiones parlamentarias, se lleva a cabo posibilitándose una segunda vuelta, el más avezado a ganar, aunque nos intoxiquemos al escribirlo, es el poblano Rafael Moreno Valle, panista, quien primero tendría que dejar muy atrás a sus contrincantes, Ricardo Anaya Cortés, el joven maravilla, y a La Calderona –una derivación de La Catrina de Posadas que da, siempre, la bienvenida a Aguascalientes-. Pese a lo que pudiera pensarse, Moreno Valle tiene recursos y relaciones suficientes para alcanzar la difícil nominación con todo el dolor y la rabia del ex presidente beodo.
Es claro que, al no alcanzar nadie la mayoría en las primeras elecciones, López Obrador no lograría captar los sufragios de otras fuerzas políticas –por eso la resistencia de la izquierda a este procedimiento ya aceptado en buena parte de las naciones latinas-, y por ello sería el más beneficiado si no camina la reforma de marras, elaborada desde tiempos de calderón y ahora vuelta a circular por el manejo operativo de Beltrones que no deja de jugar al pulso con peña.
Moreno, en cambio, un priísta con vestimenta azul, no tendría mayores problemas para hacerse de los votos de los priístas colocados en el tercer lugar, como en 2006 de acuerdo a las versiones oficiales, completamente desmantelados.
Una cosa es cierta: si no pasa un cataclismo político, el PRI está muerto desde ahora. Por eso resulta ocioso mencionar quiénes pueden ser sus abanderados. ¿Osorio, protector de Duarte de Ochoa? ¿Nuño, el blanco más vulnerable para los maestros no sumisos? ¿Algún gobernador en trance de salir de la chistera de un mago?