Desafío

Rafael Loret de Mola

17/10/16

*Es Vicio no Entender
*Recuerdo de Represión
*No Escondan el Rostro

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Algunos confundidos y otros panegiristas de la administración peñista –todavía los hay porque es mucho el botín a repartir-, insisten en que perseguir, reprimir, disparar contra varias decenas de jóvenes por haber secuestrado un par de autobuses y amagar con llevarse una “pipa” en apariencia llena de combustible, en la zona del genocidio de Iguala, está justificado y es proporcional: esto es, un autobús tomado en rebeldía vale más que la demanda de justicia y las vidas de los muchachos cansados del mal gobierno. Una paradoja, sin duda.
Por supuesto, el “nuevo” plan de seguridad ordenado para varias entidades del país es una reiteración del concepto fascista para reprimir y matar ya instalado desde el deplorable sexenio de calderón cuya esposa, Margarita Zavala, quiere ocupar la silla presidencial sin poder deslindarse de las concesiones a favor de la guardería ABC de Hermosillo. Lo subrayo porque, a estas alturas, lo que no se vale es suponerse ignorante para sólo apreciar el rostro amable sin adentrarse en las culpas graves del pasado. Si bajo este criterio funcionara la justicia, ¿cuál sería la balanza para determinar quiénes deben estar encerrados si los autores intelectuales de asesinatos, desde magnicidios hasta genocidios, están jugando a ser legisladores para negociar con la administración federal?
La confusión sembrada por el gobierno en torno a los estudiantes perseguidos y baleados, hace once meses apenas, para señalarlos como meros delincuentes, es una estrategia bastante simple para JUSTIFICAR la matanza del jueves 26 de septiembre de 2014 y tratar de desviar la atención mundial confundiendo las cosas: también los “43” –debiera hablarse mejor de los “42” porque uno de los desaparecidos era un soldado en activo y su presencia en la zona de la represión no tiene justificación alguna, ni la ha dado el mando supremo-, secuestraron camiones antes de ser brutalmente silenciados. Y ahora, apenas dos semanas atrás, dos normalistas más de Ayotzinapa fueron acribillados en la carretera de Chilpancingo a Tixtla, para reiterar y hacer crecer el genocidio con el cínico pretexto de dejar ver quiénes mandan.
Tal es el meollo del asunto en la cúspide de la manipulación colectiva. Aprovechar situaciones similares dándoles una interpretación sesgada y animando a muchos para que modifiquen sus criterios, dejándose llevar por las publicaciones inducidas por la oficialidad, respecto a uno de los mayores actos de represión desde la matanza de Tlatelolco en 1968. Pero de ello ni se acuerdan cuantos obedecen órdenes “superiores” y soslayan los precedentes.
Imaginemos que volvieran a reunirse miles de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco y volvieran a repetirse los sucesos brutales de hace cuarenta y ocho años aduciéndose que, durante la marcha y la entrada al embudo sin salidas, los manifestantes rompieron ventanas y pintaron leyendas con grafitis. ¿Por ello aplaudiríamos la puesta en orden a punta de balaceras generadas por los grupos de seguridad pública? ¿Diríamos que es necesario someter a los jóvenes rijosos –el mismo criterio utilizado por díaz ordaz y sus corifeos, por cierto ampliamente condenados por la historia-, aun a costa de sus vidas? No es éste el país que quiero yo, en donde la bendita sangre de nuestros muchachos vale menos que un autobús usado, cientos de veces, para transportar drogas, cocaína sobre todo, sin que por ello se someta a uno solo de cuantos conforman la cadena perversa de los cárteles infiltrados en los niveles más altos de la clase política.
Piénsenlo dos veces porque la amnesia da cauce a cuantos prefirieron el silencio ignominioso a la hora de exaltar con una medalla devaluada a uno de los tres empresarios inversionistas en minas –Aberto Baillères González-, cuando no sólo tratan a sus obreros con prepotencia inaudita, obligándolos a trabajar en condiciones infrahumanas hasta sus muertes, sino además se alían con los cárteles de mayores coberturas para esclavizar a cientos de rehenes, sean centroamericanos o estudiantes incómodos, destinándolos a la explotación minera en la región de Iguala y Cocula. Y si alguien no lo sabía, ¿cómo entonces puede juzgar a la ligera las reacciones de los normalistas de Ayotzinapa?
Voy a más. El secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer, uno de los más allegados al presidente peña y acaso uno de los tres miembros del triunvirato que maneja al mandatario como si fuera un títere cada día más cadavérico, busca desaparecer, a toda costa, las normales rurales, como la llamada “Raúl Isidro Burgos”, por ser fuentes de “subversivos”. Con ello, por supuesto, se están poniendo sellos al actuar represivo de las autoridades de Guerrero, con todo y su farsante nuevo gobernador, Héctor Astudillo Flores, obviamente de rodillas ante la administración central dada su filiación partidista –priísta, claro-, y su propósito de seguir los pasos de sus predecesores pero sin salirse de las líneas generales del peñismo.
Mintió, con descaro, al asegurar que no toleraría más actos como los de septiembre de 2014; y, claro, con ello también justifica su falta de diligencia para someter a juicio al réprobo ángel aguirre rivero, el “perredista” con bendición peñista –una alianza soterrada que nos llevó al abismo-, ex priísta como tantos otros prófugos partidistas por conveniencia, y brindarle protección mientras se confunde a la opinión pública cuyos vaivenes exhiben cómo la ignorancia da cauce a la volatilidad de las ideas y las posiciones. ¡Y luego nos hablan de democracia!
La paulatina corrosión de los órganos de justicia posibilitan tropezar ya no con la misma piedra sino con las mismas balas; y así el “no entender” se orienta hacia el vicio de la falsa negligencia pública; no es que se ignoren los orígenes de los conflictos sino, más bien, los utilizan para medrar con la ausencia de información de buena parte de los mexicanos. Recuérdese la manera como echeverría dio continuidad al genocidio de 1968 con su deleznable Jueves de Corpus de 1971, tres años más tarde, bajo el mismo supuesto: no se pueden tolerar desórdenes callejeros, se dijo entonces, al tiempo de que se pretendía ocultar el horror de los asesinatos en los centros de salud, sobre todo en la Cruz Roja, rematando a los heridos. Y todavía estaba abierta la herida, lo está todavía, por los sucesos infames de Tlatelolco.
“No entender” la realidad no puede ser un boleta para la impunidad. No lo es ni cuando se aplican discrecionalmente las multas de tránsitos cuando se alega ignorancia sobre nuevas reglas impuestas a hurtadillas; menos aun cuando se dispara a mansalva a decenas de jóvenes, con treinta víctimas heridas, y se encarcela con saña a quienes se observa ya como enemigos de la “estabilidad” por haber denunciado las atrocidades de aquel amargo jueves de septiembre de 2014; apenas hace poco más de trece meses. Y no hubo castigo en los niveles cupulares, salvo la aprehensión de los Abarca, el alcalde y su gobernanta, sobre quienes cayó todo el peso de los actos represivos incluyendo la baja actuación de los efectivos militares del 27 Batallón de Infantería sito en Iguala.

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