Desafío

Rafael Loret de Mola

13/10/16

*Lecciones de Economía
*La Paz no se “Negocia”
*Qué se Defiendan Solos

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Falló Pedro Aspe Armella, dicto economista al servicio del salinismo trágico, al sentenciar que, en México, la pobreza era sólo un “mito genial”; esto, los millones de depauperados compatriotas podrían ser un espejismo y no la realidad de un régimen que alcanzó dos anualidades de superávits en el presupuesto gubernamental –con números negros, para hacernos entender-, luego de muchos años de perder y reponer contrayendo más y más deudas.
Por supuesto, tal era una magnífica ficción. Los remanentes a favor no eran sino consecuencia de tres hechos notables: los precios históricos de la mezcla del crudo mexicano que llegaron a rebasar la línea de los doscientos dólares por barril; la venta de paraestatales a valores de remate, incluyendo a las que rendían buenas cuentas como Telmex; y las innumerables concesiones al sector privado para la administración de carreteras, puentes y todo tipo de acciones destinadas a la infraestructura nacional.
En pocos años los puntales del supuesto éxito financiero de salinas se revirtieron de manera pavorosa: el valor del petróleo bajó a un ritmo escalofriante hasta el punto de que en 2014 se cotizó a menos de veinte dólares por barril, esto es un precio mayor a las inversiones por extracción; desde luego, la captación de divisas de aquellas paraestatales vendidas fue a parar a manos de los grandes socios del salinismo, el primero Carlos Slim Helú, cuya riqueza, forjada en un país con recursos a la baja, lo catapultó al nivel del mayor multimillonario del planeta aun cuando ahora ha retrocedido algunos puntos; y, finalmente, los concesionarios del sector privado debieron ser “rescatados” por las pérdidas asfixiantes que les generaba mantener las obras, que debieron ser públicas, bajo su responsabilidad. Un desastre, por decir lo menos.
Desde luego, ernesto zedillo, ante el colapso manifiesto que fue consecuencia del “error de diciembre” cuando el erario público se quedó sin liquidez, no hizo sino construir una opción, cada vez más dependiente de las potencias del norte del continente, para evitar la quiebra nacional que habría sido el paso definitorio hacia el estado fallido. Y con estas nuevas reglas, neoliberalistas, las subsiguientes administraciones, de corte panista, pudieron quebrarse las espaldas de cuantos los acusamos de haber paralizado al país de manera burda y lastimosa.
De hecho, el señor calderón llegó al extremo de centrar su interés constructor, muy limitado, en obras plenamente identificadas con los intereses de los poderosos cárteles; esto es, como el famoso puente Albatros que aligera el paso de los tráileres desde el puerto Lázaro Cárdenas, en Michoacán, hasta las rutas hacia la frontera norte de la que se ocupan las agencias de “inteligencia” estadounidense; y lo mismo puede decirse de la autopista que comunica Mazatlán con Durango que bifurca las posibilidades para llegar a los sitios claves para cruzar hacia “el otro lado”. No sobra apuntar que los viajeros mexicanos, digamos los turistas, usan muy poco esas vías por temor a los constantes asaltos y crímenes perpetrados allí. Son rutas directas con dedicatoria propia.
¿Y el señor peña? Por desgracia no sólo no rompió el círculo devastador sino lo acrecentó con creces. Las presiones de Estados Unidos, por ejemplo de ganar Hillary Clinton las elecciones de noviembre próximo, habrán de centrarse en la necesidad de construir mayores gasoductos desde los puntos de extracción hacia el norte, a los Estados Unidos en concreto, para que el vecino pueda disponer de la riqueza de nuestro subsuelo sin el mayor agobio ni la menor limitación. De esta manera, sin necesidad de disparar un solo tiro –como sí debieron hacerlo en Medio Oriente hasta apropiarse del oro negro de Kuwait que Sadam Hussein había ambicionado hasta quemar decenas de pozos antes de la invasión estadounidense-, la gran potencia del norte habrá de disponer hasta de nuestras reservas –rotas ya las limitaciones también para explotar los Hoyos de la Dona; son varios, en el Golfo de México-, obligándonos a exportar lo que es nuestro por origen e historia.
De allí la celeridad con la cual se aprobó la reforma energética presidiendo las sesiones de la Cámara baja el entonces presidente de la mesa directiva, Ricardo Anaya Cortés, quien ganó así la presidencia de su partido, el PAN. Me resulta complejo desenredar la trama por la que el llamado “joven maravilla” pudo escalar tan rápidamente hasta las alturas de su instituto político con las resistencias temibles del calderonismo en fase de revancha y de los tradicionalistas, como Gustavo Madero Muñoz –hoy coordinador del gabinete del gobernador de Chihuahua, Javier Corral Jurado-, quienes no aceptan que la posición de Anaya le sirva como plataforma de lanzamiento hacia la candidatura presidencial. Todos por allí ven la miel sobre las hojuelas, desesperadamente.
Lo cierto es que el secretario de Hacienda, recientemente designado para el cargo que ya ocupó en la negra etapa del calderonismo, José Antonio Meade Kuribreña –no desestimo sus méritos académicos ni su pulcritud como funcionario público en distintos ministerios, entre ellos la Cancillería y la Secretaría de Desarrollo Social, sin haber sido acusado por prevaricación lo que se antoja casi un milagro en estos tiempos de corrupción y desfalcos-, asevera que nuestro país no contempla ni está cerca de una crisis y culpa de la recesión al aumento de la deuda “por las políticas de gasto público” destinadas a enfrentar los malos vientos de Wall Street en 2008, el año en el cual el régimen calderonista colapsó, igualmente, por el asesinato, hay que llamarlo así, del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, el “delfín” de aquel grupo blanquiazul sin rumbo.
Fue el tiempo, también, durante el cual inició la llamada “guerra de caderón” con el país convertido en rehén de enfrentamientos sin sentido ni armisticio ni resultados: no se logró, mediante la violencia entre las mafias, reducir en un solo gramo las “exportaciones” de droga hacia los Estados Unidos. Entonces, ¿cuál fue el objetivo para tantas muertes, las oficialmente reconocidas y las demás, extendidas hasta la fecha, ya sin controles, con el objetivo de mantener el estado de cosas para beneficio del mercado estadounidense y sin que la gran potencia norteña cubra ninguna responsabilidad?
No extraña, por tanto, el llamado a la tranquilidad aunque ésta no esté cerca. Debe asumirse que los mexicanos estamos suficientemente maduros como para manejar la realidad y prepararse a la vista de las consecuencias; de otra manera, sin duda, las reacciones serán de mayor calado ante el hastío de una comunidad que desdeña más las mentiras que las consecuencias de una mala previsión o una peor administración.
Para infortunio de los mexicanos no somos los causantes quienes tomamos las decisiones de la cúpula –cuando menos hay cuestiones que debieran consultarnos en aras de la soberanía popular-, sino un gobierno desorbitado, perdido, que privilegia las acciones militares –como la emboscada en Culiacán para elevar el hito al heroísmo-, sobre las constantes luchas sociales para la vindicación de derechos alevosamente perdidos por reformas insostenibles y la torpeza para sus aplicaciones contrarias a los propósitos generales; sólo los pobres voceros de la oficialidad siguen quemando sus naves para cubrirse del alud de improperios.

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