Desafío

Rafael Loret de Mola

12/10/16

*La Raza está Harta
*¡Miente Cienfuegos!
*Sin Ejército, Mejor

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Bajo el fuego, mueren cinco militares en misiones que nadie conoce en los alrededores de Culiacán y, de inmediato, con la fuerza del autoritarismo discrecional, son elevados a la categoría de héroes; pocos días después, cual si se tratase de una burda recreación de la brutalidad, dos normalistas de Ayotzinapa, con otro elemento más, son “hallados” muertos a pie de carretera divulgándose la versión oficial, en la que nadie cree, acerca de un mero asalto como los tantos que se dan por todo el territorio nacional. Ese día, peña nieto se entretenía inaugurando un teleférico en Ecatepec ¡para transportación masiva! “El hombre juega a ser niño… pero eso ya no puede ser”, diría el poeta Manuel Benítez Carrasco.
Durante los últimos meses se ha recrudecido la presencia militar y el revoloteo de helicópteros en las ciudades más pobladas y cercadas del país, incluyendo la capital que, por azares de la vida y si medidas extremas de seguridad, pasó de ser una de las más violentas a un ficticio remanso disfrazado de politiquerías. El solo hecho demuestra la dimensión de las complicidades en la cúspide del poder y la infiltración de la misma por parte de las mafias con dominio territorial.
Mientras en la mayor parte de las naciones del primer mundo y del tercero también, salvo aquellas sometidas a una dictadura castrense como en el caso de Corea del Norte, las llamadas fuerzas del orden mantienen prestigio y son refugio para la ciudadanía, en México no existen instituciones, salvo la presidencial, más desprestigiadas que cuantas tienen poder de fuego, desde los agentes municipales maiceados hasta los encumbrados mandos del ejército y la marina nacionales. Tal no es sólo un síntoma sino la palpable evidencia acerca del dolor infringido a la sociedad por las ejecuciones sumarias, digamos como las de Tlatlaya y Tanhuato entre muchas otras, y las descaradas agresiones a los civiles a quienes se roba y maltrata como parte de los falsos botines de guerra.
Sólo en pocos casos, como si se tratara de compensaciones ridículas, se ha procedido contra los uniformados abusivos; por ejemplo, en Castaños, Coahuila, donde una decena de soldados violó a varias mujeres consideradas falenas, el entonces general secretario dispuso la entrega de unos mílites de baja graduación para calmar la furia de los pobladores encubriendo, claro, a los verdaderos responsables.
Ya sabemos que los reclutas son llevados a los cuarteles desde las regiones y colonias más marginadas de la República, esto es después de que los sicarios de los cárteles hacen lo propio ofreciéndoles existencias espléndidas, y no por cuanto a vocaciones inexistentes ni por sanciones impuestas a la vagancia. Quienes se alistan lo hacen como el último recurso para sobrevivir y consideran que sólo obedeciendo las “órdenes superiores” podrán seguir manteniendo a los suyos y a ellos mismos; pero, ¿qué piensan en el fondo? ¿De verdad estarían dispuestos a ofrecer sus vidas por salvaguardar las de sujetos tan deplorables como cuantos forman una clase política putrefacta incrustada en todos los partidos? Cito ejemplos, en el PRI, Emilio Gamboa o Migue Ángel Osorio Chong; en el PAN, Guillermo Padrés o Rafael Moreno Valle; en el PRD, René Bejarano o Miguel Ángel Mancera, tan poca cosa que aún no decide sumarse del todo; y en MORENA, basta mencionar un nombre, el del más abyecto y perverso político del sistema: Manuel Bartlett.
De todo ello se aprovechan los mandos militares para elevar sus chantajes permanentes, mismos que mantienen, sexenio a sexenio, desde el régimen de Adolfo López Mateos, quien estuvo a punto de perder los controles cuando los generales de alto nivel le exigieron ir a la guerra con Guatemala porque esta pequeña nación centroamericana, mejor pertrechada que la nuestra, había violentado la soberanía nacional con incursiones permanentes de sus tropas al suelo patrio. Se llegó al grado de concentrar a las tropas en el aeropuerto de Mérida, Yucatán, listos para atacar objetivos concretos del otro lado del Suchiate.
Por fortuna, el agua no llegó al río y la diplomacia pudo evitar, con la Doctrina Estrada en ristre –en pro de la autodeterminación de los pueblos-, una catástrofe para México sin el “respaldo” condicionado del gobierno de Washington en donde López Mateos contaba con una inmejorable reputación por haber permitido el espionaje norteamericano en México que inició la fragua de dos acontecimientos relevantes: la carrera por el espacio –en la que Rusia llevaba delantera-, y el asesinato, en noviembre de 1963, de John F. Kennedy, un año más tarde de su glamurosa visita a la Ciudad de México.
Es un hito, igualmente, que el ejército cobró protagonismo y fuerza antes, durante y después del genocidio de Tlatelolco; la versión oficial cuenta que gracias a la lealtad del general jalisciense, Marcelino García Barragán, y con díaz ordaz solo en Los Pinos, pudo evitarse un golpe militar a pesar de que la soldadesca tenía las manos libres, manchadas de sangre joven, y podía haber llevado con facilidad un operativo para derrocar al mandatario cuyas órdenes habían caído, como plomo, entre quienes las ejecutaron en la Plaza de las Tres Culturas.
Es obvio que, desde el aislamiento terrible, el presidente debió negociar con García Barragán para tratar de ocultar la arribazón de las tropas y la jamás justificada presencia del Batallón Olimpia –el del “guante blanco”-, con una anuencia para matar y atropellar derechos humanos y dignidad cívica. Quienes los protegieron –como el nonagenario echeverría, quien fue exculpado del delito de genocidio sobre la base de la intervención presidencial panista-, no sólo llevan el agobio por la barbarie sino ya, igualmente, la condena pública y definitiva irreversible porque, esta vez, la historia no sólo la escribieron los vencedores sino quienes sufrieron el flagelo y pasaron de la condición de víctimas a la de victimarios contra los perversos mil veces malditos.
Cada sexenio, desde entonces, fue presionado por los generales de la “nomenclatura mexicana”, para negociar con sus lealtades. El mencionado echeverría, durante su gestión, siempre temeroso a pesar de su talante histriónico, esto es mostrando una faceta de solidario con el pueblo aunque no fuera sino hipocresía, se cubrió las espaldas, luego de hacer la concesión mayor a los mandos militares, con un cuerpo de elite mejor adiestrado que se integró al Estado Mayor Presidencial; se decía entonces que cada elemento de éste era capaz de contrarrestar a seis miembros del ejército.
Y, claro, la “concesión” no fue otra sino la tolerancia para que los mandos de la milicia pudieran tener acuerdos ominosos con los peores criminales, los traficantes de drogas, y distribuirse así ganancias millonarias. Tal fue el legado del general Hermenegildo Cuenca Díaz, quien al dejar el cargo de secretario de la Defensa debió atender a sus ambiciones políticas; siendo originario de Puruándiro, Michoacán, pretendió llegar a la gubernatura de Baja California, muriendo en el intento de manera súbita y sin explicaciones sobre ello. Le substituyó un pobre sujeto, con cabeza hueca, “Bob” de la Madrid Romandía –sin parentesco con el ex presidente-, quien se había desempeñado como “valet” de josé lópez portillo quien hizo otro tanto con otro ibfeliz, Enrique Velasco Ibarra, el “pequeño gobernador” de Guanajuato.

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