Rafael Loret de Mola
11/10/16
*Locos en el Camino
*Reparación del Daño
*El Muchachito Listo
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Para la señora Hillary Clinton, a quien los mexicanos consideran como ganadora de los debates entre los aspirantes a la Casa Blanca –ha sido mejor el sostenido por los buscadores de la vicepresidencia, bastante más cuerdos y serenos-, su rival está irremediablemente “desquiciado”; y el “pato” miserable Donald Trump asegura que la ex primera dama podría “estar loca, de verdad muy loca”. ¿Estamos ante un duelo de descocados ambiciosos y no de personajes con capacidad para dirigir a la nación con mayor poderío en el planeta en todos los tiempos? Posiblemente, sí.
Hillary, como ya expusimos, ha declarado su pretensión de ser no sólo “líder de los Estados Unidos sino de todo el mundo –por aquello de la óptica sobre el mundo libre que únicamente registra a los socios, aliados y satélites de la Unión Americana-, y el perro rabioso de Nueva York extrema su convencimiento, con tintes de nacional-socialismo, acerca de la preminencia de los Estados Unidos y su rechazo a los emigrantes sea construyendo muros de ignominia o arrasando a quienes guerrean contra ellos por voluntad… de ellos mismos. Ya se ha visto que, por ejemplo, las fábricas de armamento tienen socios tan distinguidos como la Santa Sede a través de sus habituales prestanombres. Po ello, claro, siendo el Estado más pequeño territorialmente, El Vaticano es uno de los más ricos del mundo y con bienes y obras artísticas invaluables, más que en ninguna otra parte.
Pero, más allá de todo esto, es lastimoso observar cómo los mexicanos, sobre todo el gobierno negligente y entreguista de peña nieto, están esperanzados con la presunta victoria de la señora Clinton, vilipendiada por un Trump si medida, porque ella promete mejores “garantías” para nuestros compatriotas listos a ofrecer su mano de obra barata en el sur de la Unión Americana, sobre todo, aun cuando, en realidad, sólo intenta dejar las cosas como están: en la clandestinidad de los obreros y agricultores de origen hispano destinado a recibir salarios inferiores a los de los trabajadores nativos.
Ya se sabe que los Estados Unidos es una nación forjada al calor de los emigrantes; la actual familia presidencial es prueba fehaciente de ella por sus orígenes kenyanos y el color de sus pieles hasta el punto de lograr el milagro de que sucumbiera el racismo, hace ocho años, ante la sorpresa del mundo; pero, casi enseguida, volvieron a las andanadas y no han cesado los enfrentamientos entre bandos separados por el negro y el blanco de la tez como si nada hubiese sucedido desde el histórico pronunciamiento de Lincoln contra la esclavitud que dio origen a la brutal Guerra de Secesión; en México, por aquellos días, Juárez luchaba contra los invasores franceses. El incendio comenzaba desde el sur de nuestro país y llegaba a las montañas gélidas de Canadá.
En el andar de doscientos seis años desde el estallido de la guerra insurgente –la victoria se produjo hasta 1921 con la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México y la vergüenza de un imperio espurio encabezado por el enajenado Agustín de Iturbide –traidor por antonomasia-, nuestra patria –el término jamás será caduco-, perdió la mitad de su territorio –que ahora es el más próspero de los Estados Unidos, con la petrolera Texas, Arizona, Nuevo México y la glamurosa California-, y fue invadida dos veces por sus deplorables vecinos del norte, en 1847 como consecuencia de las derrotas de Santa Anna quien descuidó al norte concentrado en el centro, y en 1914 so pretexto de un desembarco baladí de marines armados en Tampico. Los poderosos escriben sus reglas como quieren.
Al respecto, hace unos días, en Córdoba, Veracruz, un panista de cepa pretendió defender el “triunfo” de Miguel Ángel Yunes Linares, próximo a asumir la gubernatura de esta entidad mientras el predador Javier Duarte de Ochoa fragua su escapatoria al estilo del ex mandatario de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, a quien tardaron dos años en capturar aunque los policías federales bien sabían de su escondite en uno de los ranchos del entonces cacique yucateco, víctor cervera, al sur de la tierra de los mayas jamás vencidos pero muchas veces manipulados.
Me dijo aquel interlocutor que proponer a Yunes era la única manera de asegurar la limpieza de la casa poniendo contra la pared a Duarte; reconoció que el personaje no era panista y le dije, entonces, que el PAN se había negado a sí mismo en Veracruz y, de hecho, aceptaba no existir como partido sino como plataforma para lanzar a los mesiánicos de cualquier ideología. Y, en fin, hice un sumario del dolor cuando expresé:
–Argüir tal cosa –lanzar a un mafioso para sacar a otro-, equivaldría a razonar que, con tal de expulsar al “chacal” Victoriano Huerta Márquez de la presidencia por él usurpada, era válido colaborar y sumarse a los marineros estadounidenses que pisoteaban nuestro suelo y la soberanía nacional para hacer sentir su poder pretendiendo sobajar y marginar al lábaro tricolor; por cierto, fueron los civiles quienes defendieron el puerto y no los soldados de Huerta. Para colmo, cuenta la leyenda que uno de los colaboracionistas de los invasores fue, quinceañero él entonces, Adolfo Ruíz Cortines quien llegaría a la Primera Magistratura en diciembre de 1952. ¿Sólo una coincidencia?
El hecho es que, sin duda, desde entonces y mucho más atrás también, las decisiones políticas sobre México pasan por la Casa Blanca –la de Washington se entiende-, y nos son impuestas sin el menor recato ante la soberanía nacional. No digamos en el frente económico, por el cual tanto presumen los panistas paralizadores –los fox y los calderón, van en parejas-, donde las medidas claves en pro del neoliberalismo fueron guiadas por el faro del Fondo Monetario Internacional con el sello de Wall Street. Presumir de tal cosa es no tener respeto por ellos mismos. De hecho, no lo tienen.
El episodio más triste protagonizado por fox, el de las botas y hebillas, derivó de uno de los dos actos de dignidad que nuestro gobierno ha mostrado ante la potencia norteña en cuanto va de este tercer milenio: el rechazo a secundar a Bush junior en su devastadora campaña en Irak bajo el supuesto de destruir silos nucleares o laboratorios de armas químicas que jamás fueron hallados. Se consumó una invasión en forma, aunque la caída de la dictadura de Saddam Hussein fue publicitada como una victoria universal contra el terrorismo de Estado, para asegurar las reservas petroleras de Kuwait y de los Emiratos Árabes.
Con ello, la Unión Americana aseguró el abasto propio hasta por una centuria más mientras reguarda sus propias reservas, de las mayores del mundo, para conquistar con ellas el mundo del futuro. ¡Estamos fatalmente hipotecados y condenados! Y de todo este plan siniestro deriva la estúpida reforma energética, hecha bajo augurios de abundancia y devaluada a la par con los precios de la mezcla mexicana de crudo, contraria a la historia, al interés nacional y a la perspectiva de un mañana mejor. Sencillamente, nos hundieron.