Desafío

Rafael Loret de Mola

21/09/16

*Pensemos en el 2018
*Yacimientos Baratos
*Música en Los Pinos

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Sencillo: si para 2018 el árbitro electoral decide proceder con las anquilosadas viejas jugarretas, alquimistas incluidos, será imposible evitar el desarrollo y consumación de un nuevo fraude electoral, mucho peor a de 1988 y más cercano al modelo de 2006. Da igual, en todo caso, si el objetivo de vulnerar la voluntad ciudadana se cumple.
Hace seis años, felipe calderón –quien encabezó el sexenio de la violencia y la parálisis, alcoholizado casi siempre-, tuvo un momento de inspiración al proponer una reforma electoral de diez puntos entre los que destacaba el imperativo de construir escenarios para una segunda vuelta electoral para el caso de que ninguno de los candidatos a puestos ejecutivos –la presidencia y los gobiernos estatales-, no fuera capaz la mitad más uno de los sufragios emitidos. Y así ocurre en buena parte de las naciones del sur del continente sin presagios de marabuntas inciertas.
En una democracia, sencillamente no puede gobernarse con una apretada minoría. Fíjense, más allá de los fraudes recurrentes, desde 1994 el postulante “vencedor” acumula más votos a su favor que en contra en cuanto a los comicios presidenciales. El señor zedillo, el gran simulador, apenas alcanzó a rozar la media –con 48.77 por ciento- pero ni con toda la parafernalia del priísmo avasallante pudo sacar el cuello como sí lo hizo, apenitas, el usurpador carlos salinas al adjudicarse el 50.71 por ciento de acuerdo a la infectada versión oficial.
Lo más curioso de todo es que vicente fox, después de encabezar la más exitosa campaña por el cambio, encabezando un fenómeno de masas sin precedentes, sólo llegó al registro del 42.52 por ciento de los sufragios emitidos aun cuando, en aquella ocasión, fue evidente la participación ciudadana y el llamado voto útil –no pocos de la izquierda votaron por la derecha con tal de que cayera “el muro” priísta-, lo que le colocó en el predicamento de enfrentar a un Congreso mayoritariamente en contra y, obviamente, paralizante y faccioso en grado mayor. En lugar de extender el diálogo y hacerlo público, fox fue inhibiéndose, poco a poco, hasta desaparecer en cuanto a la toma de decisiones dando lugar a un cogobierno no elegido por nadie y al consiguiente, y odioso, matriarcado.
Y todavía fue bastante peor en 2006 cuando el usurpador calderón, con toda la estructura presidencial apoyándole como aceptó el señor fox, sólo pudo llegar al nivel del 35.89 por cierto por el 35.33 por ciento reconocido al icono de la izquierda, Andrés Manuel, en su segunda experiencia como candidato. Cuando éste protestó, lo recuerdo bien, surgieron los defensores que le hacían ver que el sesenta y cinco por cierto de los sufragios habían sido contrarios a su causa y favorables a otras opciones partidistas; y también la memoria no me falla y asimila cuando respondí a la diatriba con una simple ecuación:
–Si asumimos como verdad absoluta eso tendremos que aceptar que calderón gobernará, cuando menos, con el sesenta y cinco por ciento de los mexicanos en contra. Son porcentajes similares diferenciados por la maquinación de poco más de 200 mil votos en los laboratorios políticos de Guanajuato, Jalisco y, muy posiblemente, Veracruz. No había siquiera necesidad de fraguar un fraude generalizado.
Por desgracia, la soberbia de López Obrador, con quien hablé durante el plantón en el Zócalo convencido de la maniobra oficial contra él, no permitió desahogar la verdad porque con ella se vendría abajo la tesis de que la campaña, por él dirigida en todos los sentidos, había bajado de nivel en las últimas semanas al cometerse todos los errores concebibles, entre ellos el guerrear con fox, quien no era el candidato, mientras despreciaba a sus adversarios no asistiendo a foros y debates con diversos grupos de opinión salvo uno, el final, cuando las encuestas inducidas daban un empate técnico o, de plano, anunciaban un rebase insólito de calderón, faltando seis semanas para la jornada comicial, sobre quien fue puntero, en las mismas, durante casi dos años. Ningún politicólogo serio, externo o interno, ha podido, hasta hoy, explicarse tal fenómeno en términos democráticos y no en el de usureros de los escrutinios. Fue clara, evidente, la consigna en pro del fraude.
Finalmente, ¿cuál es la dimensión de la culpa de los mexicanos en el desastre del periodo actual de gobierno? Pues si nos atenemos a las cifras oficiales, sin cita de los monederos electrónicos de Monex o las despensas de Soriana –financiera y almacén que debieron ser boicoteados por los electores amancebados y no lo fueron-, enrique peña nieto rebasó los 19 millones de votos por más de doscientos mil, erigiéndose así como el mexicano más votado de la historia, superando, precisamente a zedillo quien atesoró diecisiete millones 300 mil sufragios.
Lo extraño de la cuestión es que zedillo, con todo y ese caudal récord de papeletas a su favor, fue el “primero” –siempre de acuerdo a los resultados oficiales-, en quedarse por abajo del cincuenta por ciento de los sufragios emitidos y fox, con todo el fenómeno despertado, sólo pudo alcanzar el tímido porcentaje del 42 por ciento de quienes votaron. Si consideramos que, en el mejor de los casos, sólo seis o siete mexicanos empadronados acudieron a las casillas, la aprobación a tapes personajes disminuye al límite del quince por ciento de la aprobación global, menos de dos por cada diez ciudadanos. ¿Esta es o puede ser considerada una democracia activa?
Por cierto, si peña llegó a diecinueve millones doscientos mil votos, cuestionables por lo apuntado, ello significa que sólo reunió al 38.21 por ciento de los sufragantes y llegó a la Presidencia sin mayoría, esto es con casi el 62 por ciento de los emisores en contra; además si consideramos que el Padrón estuvo integrado entonces por 79 millones cuatrocientos mil mexicanos, de los cuales sólo votó el 63.14 por ciento, ello ratifica que por peña se inclinaron, aproximadamente, dos de cada diez mexicanos en edad de votar; y ocho optaron por la contra o se abstuvieron. En democracia esto es, francamente, inadmisible.
La falsedad mayor es que la esgrimen los postulantes que “ganan” por estrecho margen, sea en el nivel federal o en las distintas entidades, respecto a que vale sólo un voto de diferencia para consumar una victoria. Por principio de cuentas, no deberían ser legales los comicios en los que votara sólo el 50 por ciento de los registrados en el Padrón o menos; y debiera ser obligado que quienes quedan en punta disputen, en una segunda vuelta, su liderazgo mayoritario. De otra manera la burla seguirá escarneciéndonos.
Desde luego, el peligro mayor es para la izquierda. Si, como suponemos, Andrés Manuel cuenta, en este momento, con un nivel superior al treinta por cierto de los presuntos votantes –calculándose una participación del sesenta y cinco por cierto de los empadronados-, lo que significa poco más de quince millones de sufragios, aun así quedaría muy atrás de una consolidada mayoría y eso le restaría, como a los mandatarios precedentes, buena parte de la legitimidad que busca.

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