Rafael Loret de Mola
20/09/16
*Preocupación y Momios
*Temor por Septiembre
*Viene “Hijos de Perra”
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1981 fue el año de los intentos de magnicidios; no concluyeron como tales por efecto de la cercanía de los objetivos respecto a quienes dispararon contra dos personajes de enorme trascendencia: en marzo, a las afueras del Hotel Hilton en Washington, el presidente estadounidense, Ronald Reagan, fue víctima de los disparos de John Hincley Jr quien fue rápidamente contenido pero sin que pudieran evitarse seis detonaciones algunas de ellas sobre el mandatario; y en mayo, en el aniversario de la Virgen de Fátima, el Papa Juan Pablo II fue alcanzado, en pleno recorrido por la Plaza de San Pedro, por los tiros del extremista Mehmet Alí Agca, de nacionalidad turca y adiestrado por órdenes de la mafia rusa.
Los dos salieron bien librados de los atentados aun cuando las secuelas de las mismas posiblemente bajaron sus rendimientos y redujeron sus vidas aunque fueran prolongadas en sendos casos. De hecho, Reagan fue uno de los mandatarios de mayor edad al ocupar la presidencia del vecino país con setenta años cumplidos al tomar posesión del cargo. (Por cierto, ésta es la misma edad del perro rabioso Donald Trump, quien parece haberse crecido en los últimos días con cargo a la torpeza inconcebible de enrique peña nieto; hay quienes hablan de otra cosa, un conjura, pero preferimos alejarnos de comentarios muy escasamente corroborados aun cuando el ex secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso, debiera responder a una indagatoria seria al respecto).
Volviendo a Washington, recientemente, el señor Trump, el personaje más aborrecido en México y quien fue invitado a escupir sobre Los Pinos en una decisión infortunada o perversa del gabinete peñista, acaba de inaugurar un hotel de súper lujo a cien metros de la Casa Blanca, como para mostrar su seguridad de que su nueva propiedad podrá servir de abrigo para sus invitados cuando él despache –en una perspectiva demoníaca-, al otro lado de la calle.
Dos son las razones por las cuales los momios de Trump no han variado y se mantienen ligeramente por arriba de los del partido adversario, en sentido contrario a lo que reflejaban las encuestas nominales y tendenciosas a finales de agosto: la súbita neumonía de Hillary Rodham Clinton, quien a sus sesenta y ocho años debería cuidar mejor su salud; y, desde luego, la osadía de pisar territorio mexicano para abofetear nuestra dignidad. Trump, dos años mayor que Hillary, lleva con él a un hospital andante aun cuando, si lo comparamos con Reagan, tiene más ventajas y remedios en relación a cuantos tenía el viejo actor Ronald en 1981. Por cierto, cabe anotar que la agresión contra éste se dio apenas menos de dos meses después de haber ascendido al cargo ejecutivo más relevante en su país. Y murió a los 93 años, en 2004, en Bel-Air, Los Ángeles, víctima del Alzheimer.
A diferencia de su víctima, el enajenado Hinckley, quien disparó para llamar la atención de Jodie Foster, al sentirse despreciado por ella luego de escribirle cientos de cartas, sobrevive hasta hoy y acaba de recuperar su vida luego de treinta y cinco años tras las rejas. Salió de la prisión el sábado 10 de septiembre, con escaso ruido, bajo el supuesto de estar rehabilitado. Los cuidadores de la señora Foster, ya veterana, debieran tomarlo en cuenta.
Es oportuno mirar a los antecedentes cuando se sabe que no fue la señora Clinton la única en contraer la enfermedad preocupante sino también sucedió lo mismo con su séquito principal que cayó sin remedio en cama como si se hubiera cortado el aire con un cuchillo para aislar y detener la campaña de la dama. El hecho concreto es que seis de sus empleados de alto nivel fueron contagiados de inmediato, incluyendo a su jefe de campaña lo que eleva sospechas sobre un atentado bacterial en poder de sus enemigos; o de los republicanos exaltados –desde Trump a través de sus raíces-, dispuestos a todo con tal de asegurar vivienda –como si la necesitara con el gigantesco consorcio turístico puesto en marcha-, en la emblemática Casa Blanca. La verdad le resultaría más barato alquilar la alcoba de Lincoln, a disposición de quienes quieran pagar diez mil dólares por noche, que pretender meter al mundo en cintura alrededor de la suya, bastante gruesa como consecuencia de la abundancia culinaria mientras millones mueren de hambre en el mundo por su causa. Ya es inaguantable y aún no llega noviembre… ni enero.
Si los males físicos son inducidos con tanta facilidad, entonces tendríamos que abrir los expedientes sobre las secuelas cancerosas del venezolano Hugo Chávez Frías cuya muerte elevó los decibeles del rencor y alejó a su país de la democracia con un sucesor, Nicolás Maduro Moro, quien parece enemigo de su pueblo pero no deja de proveer petróleo a los Estados Unidos, cuyo gobierno se empeña en agotar las reservas de los demás para dominar al mundo, en cien años, con las propias. Un deplorable y largo imperio construido sobre la peor de las mentiras: un falso liderazgo del “mundo libre”, entendido éste como su área de influencia; los demás, todos, pueden irse al infierno… de Trump.
Las condiciones nos son adversas desde cualquier punto de vista. Por ejemplo, insisto, es muy preocupante que dos de los principales líderes de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador y Miguel Ángel Mancera Espinosa –si es que decide encabezar a algún partido y definirse como socialista-, han sido frenados, de golpe, por eventos cardíacos muy severos. Mancera, a corazón abierto, murió en la plancha de operaciones por unos instantes y debió ser recuperado in extremis, a punto de decretarse su fallecimiento en el Hospital Médica Sur, el mismo en donde López Obrador ha padecido lo suyo.
El gran icono, Andrés Manuel, como hemos insistido, ha sido tratado de un severo infarto al miocardio en noviembre de 2013, otro más leve en febrero de 2015 y “un evento cardíaco” sin precisar a principios de este 2016. No es cosa de juego ni mucho menos tratándose del personaje que, en este momento, lidera las encuestas en la ruta hacia Los Pinos si bien tal condición puede alterarse, muy seriamente, luego de las elecciones en los Estados Unidos, más definitorias sobre México que las esperadas de 2018… y sin la posibilidad de acarrear votos de los mexicanos.
Hace unos días, en la Feria Universitaria del Libro, en Pachuca, varias jóvenes parejas se estremecieron cuando les pedí cerrar los ojos para imaginarse una reunión, en la oficina oval, entre Andrés Manuel y el perro rabioso Trump. ¿Podrían, considerando el carácter de ambos y su intolerancia mutua, acercarse siquiera a un cauce para alcanzar algún acuerdo, sea cual fuese? Por desgracia, quisiera que nuestro país no dependiera tanto de su agresivo y soez vecino del norte –dos veces nos ha invadido malamente-, pero no me gusta cantarle a la utopía.