Desafío

Rafael Loret de Mola

16/08/16

*Paraíso de Damnificados
*Y También de Ocultistas
*El Penacho de Moctezuma

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Contaban, como uno de tantos chistes populares, que cuando echeverría visitó Venencia y encontró los canales y a las góndolas transportando turistas con caras de asombro, se paró sobre uno de los puentes y gritó a todo pulmón:
“¡Señores damnificados! Hemos venido a solidarizarnos con cada uno de ustedes…”
Seguramente, peña nieto habría hecho exactamente lo mismo para no romper las tradiciones y mantener la fama de nuestros mandatarios, ávidos para mostrarse serviciales, y hasta serviles, respecto a las potencias el exterior y poco prevenidos para afrontar los desastres naturales dentro del país. Un inolvidable episodio tuvo lugar el 9 de septiembre de 2009 cuando 45 vehículos militares con 165 “efectivos” cruzaron la frontera con Estados Unidos para acudir a las inmediaciones de Houston y sumarse a las brigadas de ayuda hacia quienes habían arrasado con el huracán Katrina que devastó Nueva Orleáns. Algunos mandos aún se emocionan por la epopeya a pesar de las humillaciones sufridas.
Por si alguno lo ignora, los batallones de cocineros se dieron a la tarea, en esa ocasión, de preparar grandes cantidades de arroz en ollas igualmente de dimensiones poco comunes; y las autoridades sanitarias de los Estados Unidos, al inspeccionar las cacerolas gigantes determinaron que mejor no, es decir que no había la suficiente limpieza como para distribuir a los miles de destechados los alimentos que, con tanta diligencia, se habían transportado desde México, como ayuda humanitaria, restando la distribución de los mismos en el país. Una ofensa que, sin embargo, no fue siquiera respondida con dignidad.
En cambio, las organizaciones civiles, como los legendarios “topos” cuya labor tras los sismos de 1985 en México fue encomiable y hasta heroica, son llamados con urgencia a la hora de las catástrofes. Recientemente, en Ecuador que no padeció los estragos que se creyeron en principio, no pocos mexicanos apoyaron al rescate o enviaron alimentos, cobijas, medicinas y todo tipo de enseres para auxiliar a la reconstrucción de los sitios colapsados. Cuando menos, allí sí lo agradecieron como lo han hecho también en Guatemala y otras naciones del sur del continente.
Por supuesto, en Chile, nadie llamó a las compañías mineras de México para acudir a salvar a los obreros de San José víctimas de un derrumbe. Treinta y tres mineros quedaron atrapados durante sesenta y nueve días; y sólo pudieron sobrevivir, a diferencia de los de Pasta de Conchos, gracias a que contaban con alimentos enlatados, debidamente almacenados en el refugio al que pudieron llegar bajo tierra. En nuestro país, las grandes compañías, mismas que posibilitan a sus accionistas a atesorar las mayores fortunas con el ahorro que significa la mano de obra depauperada, ganan siempre a costa de las vidas de sus contratados.
Por supuesto, el gobierno lo sabe y calla bajo el peso de las mayores complicidades imaginables. Ni una sola voz se alza ahora para exigir las pesquisas necesarias contra el Grupo México, del criminal Germán Larrea Mota-Velasco, y al de Peñoles, propiedad de Alberto Baillères González, premiado con la medalla Belisario Domínguez que jamás debió otorgársele. Siquiera una justicia tardía al olvido que buscan quienes aplican la “medicina del tiempo” dejando correr los años para alejarse de las responsabilidades sobre los crímenes negligentes.
La vulnerabilidad de nuestro país se antoja absolutamente irracional. Si pasa un ciclón por Cancún y se lleva parte de la playa, cableados altos y postes, se vuelve a reconstruir la zona con la misma idea: colocando el cableado por los aires y donando láminas para techos a sabiendas de que volarán con los vientos fuertes, no digamos como consecuencia de los huracanes.
Y algo parecido puede decirse de la Ciudad de México cuando parece que hemos olvidado los estragos de aquel 19 de noviembre de 1985. Miles se fueron de la urbe en busca de un refugio para sus traumas, pero volvieron casi de inmediato por la necesidad de empleos mejor remunerados, sobre todo, y por el apego a la vida citadina rebosante de tensiones a las que se acostumbran buena parte de los residentes.
Al otro lado de la mesa, la de quienes ejercitan el poder, las perspectivas son diferentes. Recuerdo, por ejemplo, mi última conversación con Carlos Hank González, el histórico profesor de Santiago Tianquistenco, quien de plano me dijo al saludarme:
–Ya ve usted; los médicos me recomiendan quedarme aquí en el campo porque la contaminación en la Ciudad de México es brutal y podría afectar más a mi salud.
Tenía el personaje, allá mismo, en su rancho, no sólo una pista de aviación y esculturas de Rodin alrededor de los jardines inmensos sino también una clínica con una serie de aparatos que no revisamos por prudencia, situados en un entrepiso sobre su despacho. Le recordé que él había sido “regente” de la capital durante el periodo de josé lópez portillo y, afanoso, respondió:
–Entonces hicimos cuanto pudimos; los ejes viales por ejemplo; si no los hubiera, imagínese, la urbe ya hubiera colapsado.
Pero nada dijo sobre la infección del aire en gran parte consecuencia de la autocombustión y de la irregularidad de seguir vendiendo vehículos sin percatarnos de que ya la saturación sólo sirve para aumentar los índices de ozono y asfixiarnos, en consecuencia. El daño es cada vez mayor y seguramente será prioridad en el momento, no muy lejano, en el que se vuelva crítico y comiencen a morir los transeúntes sobre las calles sin explicaciones aparentes. Como los pájaros indefensos y enjaulados hasta su fin, cuando dejan de cantar y simplemente caen.
Hace una semana, una tormenta, de nombre Earl, azotó con fuerza a los estados de Puebla y Veracruz, la primera “pintada de azul” como las muñequitas de las canciones infantiles más cursis y, la segunda, enfrascada en un duelo abominable de corruptos de altos vuelos, el gobernador Javier Duarte y quien será su sucesor para un periodo de dos años en los que piensa desfalcarlo todo, hasta los nudos de la política, el abyecto Miguel Ángel Yunes Linares. Nada se hizo, nada se previó, y los cadáveres sumaron cuarenta y cinco entre los escombros de las casas levantadas por los vientos casi huracanados.
No hubo la menor previsión ni una evacuación oportuna cuando fueron evidentes las dimensiones de la tormenta –para eso sirven los radares y los climatólogos-, porque los gobernantes tienen otras prioridades. Hasta donde me fue posible investigar, no se derrumbó ninguno de los monumentales que ha colocado el autoritario y, por ende, prepotente poblano, Rafael Moreno Valle, para promocionarse no solo en su mal gobernada entidad –en donde es socio de su sucesor Tony Gali en los antros administrados por éste-, sino en las aledañas Veracruz, Tabasco y hasta Chiapas, por el momento, saltándose los límites legales y las indicaciones del mancillado y corroído INE. Se vinieron abajo casas mal hechas, sin la menor supervisión oficial, y murieron decenas; pero la propaganda sigue en pie en el México de las simulaciones.

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