Desafío

Rafael Loret de Mola

8/08/16

*La Realidad Virtual
*Lo que no dice AMLO
*Vacaciones en Crisis

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Dicen que en México se podrá descargar este mes y, sin embargo, miles de niños, jóvenes y gasta adultos mexicanos corren por doquier en busca de los pokémonos, el juego virtual de Nintendo que resulta bastante más eficaz que los rastreadores, drones y espías. De sólo pensar que bajo mi escritorio puede haber uno, duendecillo malévolo, mis manos se detienen sobre el teclado, paralizadas. No lo entiendo, la verdad… pero es bastante más que una moda. Ayer domingo pude percatarme de la euforia de centenares de niños por Chapultepec, el Parque Lincoln y alrededores, por encontrar alguno de los más valiosos personajes y así subir de nivel hasta hacerse invencible. De eso se trata o, cuando menos, así me lo han dicho.
Po supuesto, los dueños de las empresas de telefonía, dominadas por poderosos multimillonarios como Carlos Slim Helú y sus eternos competidores Ricardo Salinas Pliego y Emilio Azcárraga Jean, no son tan ajenos al fenómeno y dan la impresión de que el nuevo invento, que lanza a millones a la calle en busca de personajes sólo visibles a través de sus aparatos de comunicación –no son simples teléfonos porque éstos ya están rebasados desde hace largo tiempo-. Y, hasta el momento, nadie se ha preocupado por los efectos primarios del fenómeno. Me explico.
Cuando se exige, a través de voces con bajos decibeles, una regulación de las redes sociales que encienden antorchas de libertad pero igualmente pueden convertirse en armas silentes para los radicales, aparece una nueva aplicación que, en apenas tres o cuatro semanas, ha rebasado la capacidad de respuesta por parte de las autoridades aturdidas quienes, al parecer, jamás logran adaptarse a la realidad; digamos que lo mismo le sucede a los jerarcas de las iglesias, de todas ellas, cuya marcha va muy retrasada ante el avance científico y la necesaria modernización de las ideas más allá de los tabúes y los prejuicios.
En los Estados Unidos y Japón, la nación donde surgió el ingenioso “juego”, se han tomado medidas para reprimir a quienes busquen a los singulares muñequitos cibernéticos en los alrededores de áreas “estratégicas”, como el Pentágono en Washington, por considerar que una multitud rodeando a los enclaves militarse sería de alto riesgo para la seguridad de sus respectivos estados. Ni siquiera con la aparición de los drones, que se asoman en los estadios y las plazas de toros cada vez con mayor frecuencia y sin fines difusores de los eventos, se había suscitado tal psicosis; por supuesto la razón es muy simple: su valor de mercado inalcanzable para el público común a diferencia de una descarga gratuita en los I-phones que dominan los chiquillos con más habilidad que la mayor parte de los adultos, rebasados por los mismos ante la presión de sus vástagos.
El fenómeno tiende, con mayor virulencia, a la desintegración del núcleo familiar mientras se frotan las manos los fabricantes relacionados con la moda cibernética; ya me imagino que saldrán al público diversos pokémonos para, además, decorar las recámaras de los muchachos (as) y evitar distracciones sobre su mundo virtual en donde, para colmo, la violencia no deja de estar presente. Dentro de muy poco habrá de generarse una guerra entre pokémonos para ilustrar el poderío de una banda contra otra, al igual que como se conduce en este momento cuando todavía se niega lo evidente: estamos ya en una tercera conflagración mundial que extiende los flagelos del fundamentalismo de un lado al otro del mundo. Y, por desgracia, el terrorismo se ha convertido en parte de nuestras existencias.
En México todavía, pese a la brutalidad que observamos por todos los rincones de la República, no estamos exentos del terror. De hecho, algunos de los acontecimientos recientes –como los linchamientos de alcaldes y de funcionarios desacreditados, entre ellos alguna consejera del Instituto Nacional Electoral una de las instituciones más desprestigiadas del país-, tienen un signo radical que nos acerca, aunque parezca una exageración, a los horrores yihadistas y a los efectos devastadores de los bombardeos sobre Siria. La parálisis gubernamental, desde luego, es consecuencia de ello por la ausencia de liderazgo y, sobre todo, de capacidad de diálogo.
No vaya a ser que a los impulsores del famoso pokemon se les ocurra colocar sus signos cibernéticos alrededor de Los Pinos –no quiero dar ideas pero tampoco dejar de difundir esta posibilidad-, para atraer a una multitud y, ya en curso, exigir entrar a “la casa de todos los mexicanos” para atrapar al mayor de los personajes con banda tricolor y fauces delirantes. Quien atrape a éste sería considerado dentro del más alto nivel de captores en plena revolución pacífica y gracias a las técnicas virtuales. Ya en los hechos habría un ejército interponiéndose aunque también pude ser atraído para jugar y ganarse puntos más allá de la “seguridad del Estado”.
En diversas ocasiones me han preguntado sobre si las fuerzas armadas están hipnotizadas por sus mandos para no seguir los mandatos de su propia conciencia y entender que las protestas ciudadanas también resultan a favor de cada soldado. Ya se han dado algunas reacciones sorprendentes en las que los uniformados voltearon sus rifles y se sumaron al pueblo demandante. Tal es, sin duda, la mayor preocupación de los mandos castrenses que acaso han compensado estas inquietudes con prebendas debajo de la mesa… provenientes de los grandes cárteles.
Tal infiltración, sin duda, pudiera ser la inspiración de mayor peso de los genios de la cibernética quienes han enloquecido al mundo siguiendo las pantallas dactilares en vez de que miren a su alrededor rebosante, por desgracia, de barbarie y corrupción. En México, estos elementos han llegado a la cúspide y no podemos imaginarnos cómo sería si siguen creciendo más allá de cuanto podamos prever. Los pokémonos son, sin duda, un experimento para medir la manera de manipular a las sociedades alejándolas de lo verdaderamente trascendente, digamos aunque parezca redundante una “realidad-real”, perdida por ahora ante el peso de lo virtual y vista ya como si se tratara de un anacronismo.
Tal es el desafío cuando nos proponemos orientar a tantos jóvenes a quienes, sobre todo en vacaciones, no podemos alejar de los juegos cibernéticos y menos ahora con la incesante búsqueda de muñequitos invisibles a la vista humana pero presentes en los celulares; las estridencias de la moda dictan que un niño sin celular es casi un inadaptado. De este tamaño es la dependencia de los infantes y quienes no lo son tanto ante la recrudecida asonada de Nintendo –“ni-entiendo”, cabría decir mejor-.
Por desgracia, la escalada no cesa. En Estados Unidos, en México estamos lejos de ello, ya se toman medidas de emergencia para cubrirse las espaldas aunque éstas hayan sido rebasadas. Pero, ¿qué hacer? ¿Confiscar los celulares de los menores porque busquen pokémonos en el Palacio Nacional? Esto sí que sería alentador para quienes sueñan con revoluciones no tan pacíficas para modificar el curso de las cosas. Los niños y jóvenes están tan adiestrados, dentro del mundo virtual, que ni siquiera comen si ello significa apartarse por una hora de los aparatos absorbentes. Y éste es un motivo de riña permanente, de alejamiento incluso, en el núcleo familiar. Además, si se llega a la prohibición el vicio aumentará con consecuencias inimaginables. Atrapados.

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