Rafael Loret de Mola
5/08/16
*Gobernabilidad, Reto
*La Carrera en los EU
*Las Viejas Cofradías
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La democracia, para que funcione, debe asegurar la gobernabilidad. Ya hemos dicho que en los regímenes parlamentarios, por ejemplo en España ahora paralizada por la aparición de una tercera fuerza política que impide alcanzar la necesaria mayoría, son indispensables para asegurar el transcurso de una administración realizar los pactos para sumar, sobre todo en la Asamblea de los Diputados, los apoyos necesarios hasta reunir, cuando menos, a la mitad más uno de los legisladores. Las cosas se atoran cuando la pluralidad determina el concurso de tres o más corrientes políticas porque los condicionamientos pueden llegar a ser extremos.
En nuestro país, por desgracia, los acuerdos interpartidistas están viciados de origen y son motivo de chantajes extremos y no del análisis ponderado de la perspectiva nacional. Si se alían el PAN y el PRD, desde posiciones extremas, tal confluye hacia la turbiedad de avanzar sólo en cuanto a materia electoral porque, además, los postulantes suelen ser priístas desplazados y hartos de ser excluidos de las candidaturas. Desde luego, hay excepciones pero, lo cierto, es que los aliancistas han sido el peor aporte de la democracia simulada que vivimos; ninguno de ellos ha salido de su gestión desplegando banderas sino “huyendo” hacia retiros de lujo.
Por supuesto, uno de los condimentos de la ingobernabilidad no es sólo la recurrencia de la violencia sino, también, la preeminencia de la impunidad. Ahora mismo, en doce entidades del país llamadas a elegir a sus gobernadores en junio pasado, las rebatiñas y las acusaciones forman parte del entorno y no parecen apagarse las voces de protesta en la mayor parte de ellas. Existe la convicción de que la corrupción ha ido tan lejos por las complicidades con los funcionarios federales y los vínculos soterrados con el crimen organizado. Ningún mandatario en finiquito mantiene los estándares de medianía económica que el Benemérito Juárez impuso a sus colaboradores y a él mismo; todos rebasaron sus funciones hasta llegar más allá de los lindes del escándalo.
Una muestra. En Veracruz –donde el remedio puede resultar peor a la enfermedad como explica el refranero-, el troglodita Javier Duarte de Ochoa, asegurando su lugar entre los peores mandatarios estatales de la historia –para muchos el mayor predador-, exhibió su declaración patrimonial en apariencia cernida a los ordenamientos pero omitiendo, como señala la ley, los bienes de su esposa y familiares en primer grado que suelen acumular los recursos más substanciosos cuando se trata de ocultar las desviaciones del erario. Con ello demostró su tendencia a pretender ocultar lo que no es y exaltó su condición de deshonesto, inmoral, corrupto en fin. Basta con ello para proceder contra él con suficientes elementos de prueba; no debe salir de la jaula volando, como si nada hubiese ocurrido, con el pretexto de no querer entregarle las llaves de la caja y de la casa al igualmente inmoral Miguel Ángel Yunes Linares, uno de los sujetos más despreciables del establishment.
El caso veracruzano es, sin duda, uno de los más reveladores sobre el éxito de las mafias bajo la perspectiva peñista. Quien asegure lo contrario deberá demostrar que Duarte de Ochoa será objeto de reclusión inmediata no sólo por sus desfalcos ni mucho menos por cuenta de la venganza de Yunes Linares, sino por las persecuciones y asesinatos de quienes le incomodaron, el abandono de los equilibrios sociales y su evidente ambición sin límites. Reúne, él solo, todos los vicios que hacen de la política una zahúrda.
¿Cómo intentar siquiera la gobernabilidad en estados de la República saqueados, hollados y bajo la asfixia de las deudas inmorales? Lo más doloroso es observar cómo pasan, se van y sólo uno que otro queda en donde debieran estar la mayoría de los “ex”, en los reclusorios de alta seguridad. Por el momento sólo dos, Mario Villanueva Madrid, de Quintana Roo, y Andrés Granier Melo, de Tabasco, están tras las rejas porque fue literalmente imposible blindarlos aunque se intentó hacerlo.
Villanueva fue escondido por su colega de Yucatán, entonces el cacique víctor cervera, mientras éste se fotografiaba al lado de los presidentes zedillo y Clinton quienes visitaban el sureste del país para acreditar su “buena voluntad” para perseguir juntos al flagelo del narcotráfico sin el menor rubor por la mala compañía señalada, desde mucho antes, como uno de los mayores enclaves de las mafias y gran constructor de pistas clandestinas de aviación para favorecer a su aliado, Amado Carrillo Fuentes, el “señor de los cielos”.
Desde la península se extendió el tráfico de cocaína y heroína, refinadas en Colombia y Guatemala, hasta llegar al grado de mantener un “agujero negro”, libre de radares, para facilitar el recorrido de los aviones cargados de estupefacientes. Y con todo eso, jamás se le formalizó causa judicial alguna al cacique yucateco al igual que ocurrió con quien fue, durante años, el número uno entre los grandes padrinos de la droga, Carlos Hank González. Lo sabían todos pero nadie se atrevió a perseguirlo.
Con estos referentes se explican las razones por las cuales los gobernados han perdido toda fe en sus autoridades, desde las menores hasta las de mayor alcurnia. No hay figura más desprestigiada que la de los legisladores, el presidente y, por derivación, los alcaldes y regidores en la base de la pirámide. ¿Acaso los linchamientos en masa en San Juan Chamula, Chiapas, y Pungarabato –Ciudad Altamirano-, Guerrero, fueron a causa de una generación espontánea? No, desde luego.
Sin justificar las acciones violentas, de ninguna manera, pueden explicarse por el hartazgo de las poblaciones afrentadas, ofendidas, ultrajadas cien, mil veces. Como en la novelada Fuenteovejuna de Lope de Vega. Todos a una para ocultar el crimen de un cobrador tributario voraz; tremenda lección la de los pueblos envueltos por las llamas del rencor.
Y podemos decir lo mismo de los linchamientos de quienes, sin el menor rubor, sobajan a las familias y las convierten en rehenes permanentes de la delincuencia. En Cuajimalpa, hace una semana, una multitud logró capturar a un patibulario sujeto que se había robado a un bebé. La reacción fue tremenda, como si hubiésemos regresado a la Edad Media, contra el individuo sin defensa posible. No hubo intervención policíaca hasta que terminó la dantesca escena. Y, por supuesto, formular cargos penales resulta bastante oficioso dadas las condiciones y los orígenes de la furia masiva. Este gobierno, el de peña nieto, está sacando de las casillas a una nación entera. ¿No lo entiende?
Sí, la única manera de proponer y alcanzar la pacificación del territorio nacional es la salida de peña nieto del poder. Ahora mismo y no mañana, de inmediato. De esta manera las aguas dejarían de agitarse aún más y sería posible la llegada de la calma para determinar nuestro destino. Sobre el particular algunos timoratos o prejuiciosos alegan que la medida no remediaría nada porque llegaría a la Presidencia algún otro priísta “igual o peor”. No es así; cuando las sociedades triunfan sobre los malos gobiernos, éstos no pueden prolongarse. Así lo demuestra la historia a través de cientos de crónicas. No temamos las consecuencias si logramos extirpar el tumor…