Rafael Loret de Mola
28/07/16
*Trauma Antropológico
*El Síndrome Ibarrola
*Del Fantasma Burlón
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Lo del saneamiento de las corporaciones policíacas es un propósito tan viejo como el de la capacitación deportiva basada en la “excelencia” y destinada a ganar medallas olímpicas, sobre todo desde 1968 cuando la ciudad de México fue sede de los juegos XIX de la era moderna y se requería, cuando menos, no hacer el ridículo ante las demás delegaciones obviamente mucho menos numerosas. Se obtuvieron entonces nueve preseas que se festinaron como si se hubiera encabezado el ranking. Pero, eso sí, la publicidad oficial nos hizo sentir bien por haber sido “campeones de la amistad”. En Londres, “ganamos” siete, con todo y la de oro futbolera, y con ello se justificaron las sanguijuelas del deporte, concretamente de la CONADE.
Lo mismo sucedió con motivo de sendos campeonatos mundiales de fútbol con el marco principal del Estadio Azteca –único con este honor en la geografía del balompié que es, en sí, todo el universo-, en 1970 y 1986: nuestras precarias selecciones sucumbieron, apenas pasaron la primera ronda salvándose así del ridículo, al tiempo que se ponderaba la calidez de nuestro pueblo y su generosidad como anfitrión de “todos los pueblos de la tierra”. A falta de logros, sentirse centro de la atención global resulta, desde luego, confortante. Y México, sin duda, es experto en el renglón.
¿Por qué obtenemos siempre frutos exiguos en el medallero olímpico en los torneos deportivos sobresalientes? Recuerdo que hace diez años, en Grecia, la medalla de plata obtenida por Ana Gabriela Guevara, impulsada como ninguna otra en el mundo por gobierno e iniciativa privada –Televisa no escatimó coberturas y la entonces pareja presidencial la convirtió en uno de los iconos de la revaloración femenina hasta aterrizar después ¡en el PRD!-, se celebró como si hubiese tratado de una victoria con rasgos de epopeya y no un segundo lugar, muy justo y valioso sin duda pero segundo, que en otros territorios hubiera sido decepcionante.
De igual manera, cada cierto tiempo –no ahora cuando los bonos están muy a la baja-, nuestra siempre inflada selección futbolera –“ratones verdes” les calificó Manuel Saide quien tampoco pudo generar en sus huestes el espíritu vencedor, para mí ya son los “piojitos” aunque Herrera esté convertido en basurero-, es colocada entre las primeras por decisión discrecional de la FIFA –una de las mafias legalizadas más exitosas del orbe-, aun cuando jamás haya alcanzado alguno de los títulos sobresalientes –la Copa del Mundo, la de América-, y su currículo se centre en el dominio de Centroamérica en donde, cada año, se crecen nuestros adversarios pese a que, en lo general, carezcan de los recursos, los mimos, la capacitación e incluso las canonjías económicas y publicitarias de los futbolistas mexicanos. Para colmo, el dormido gigante estadounidense despertó ya de su letargo y ha desplazado a los nuestros bajo el peso de los malditos atavismos. A la cola.
Cuarenta y cuatro años exactos después de nuestra Olimpíada, los supervivientes –como este columnista que tuvo la suerte de asistir a las ceremonias de inauguración y de clausura así como algunos otros eventos de atletismo-, observamos que poco ha cambiado, en la mentalidad y en los resultados mucho menos en los encuadres oficiosos, por no decir oficiales. Seguimos en el mismo punto de las alegrías mediáticas que sólo se subsanan cuando, de repente, surge alguien capaz de romper la fatalidad gracias a una tenacidad sobresaliente de la que muy pocos estaban enterados. Los honores, como la demagogia, se dilapidan entonces si bien algunos de los “campeones” viven después de su fugaz hazaña arropados en el lábaro tricolor y la entonación del Himno Nacional, laureles para el alma nacionalista adormecida. Luego, en 2012, fue el fútbol olímpico: ¡benditos sean muchachos heroicos!
Por estos pocos momentos excepcionales los vividores se paran el cuello. Como si ellos hubieran sido los de los sacrificios y no quienes son usados como carnadas para catar recursos a favor de la burocracia deportiva cuyo garañones mayores, los hermanos Olegario y el ya extinto Mario Vázquez Raña, son vistos como si de “redentores” se tratara y no de desplumaderos, quienes llegaron de Galicia a la tierra prometida rebosante de “columnas de oro y plata” como las que rodean a la María Blanca de los juegos infantiles, a costa de cimentar complicidades transexenales. Debajo de él, sus adoradores de siempre; y por encima sólo el jefe del clan, luis echeverría con todo y sus más de noventa años.
La tolerancia y el conformismo van de la mano. Se nos vende la idea de que en nuestro país se respiran libertades aun cuando estamos atados a las manipulaciones mediáticas de un gobierno integralmente inmoral en donde las vertientes de las mafias organizadas son las que permanecen mientras pasan y se transforman los idealistas que, de vez en vez, se asoman a los balcones del poder. El decrépito vicente fox no era, cuando arribó a la Primera Magistratura, el hombre sin carácter que optó por los amafiamientos gregarios para asegurarse su propio porvenir abandonándose a las circunstancias; ni felipe calderón, forjado en una luchadora familia de clase media cuya dignidad jamás les llevó a bajar la cabeza ante las impudicias políticas en su Michoacán natal, fue en el ejercicio presidencial el mismo postulante rebosante de optimismo y entonadas loas al cambio democrático; el de la gestión presidencial, usurpador, resultó un infeliz acosado y cohibido ante el acecho y la guerra por él inventada.
Por la tolerancia y el conformismo colectivos, igualmente, se propone, cada cierto tiempo, renovar los cuadros policíacos, los políticos y hasta los deportivos sin más preseas de por medio que las anecdóticas. Quizá por ello, una vez más, registremos sólo los contados premios de consolación. Y la sociedad atestigua y hasta aplaude.
Debate
Las distorsiones son permanentes, dolorosas. Y se repiten como muestra de la resistencia operativa de caciques y mandamases. No hay voluntad política de cambio sino afanes protagónicos encaminados a la conquista del poder o la conservación del mismo a costa de una sociedad inducida y, por ende, manipulable.
Uno de los ejemplos mayores de la permanencia de los vicios la tenemos en la trayectoria política y diplomática de algunos personajes protegidos por el establishment. Uno de ellos, Eduardo Ibarrola Nicolín, designado en 2007 embajador en Guatemala tras haber ocupado cargos relevantes en la Secretaría de Relaciones Anteriores y la jefatura de la Cancillería en Washington por designación del régimen foxista, acuñó el “síndrome Ibarrola” gracias al cual se empantanaban las extradiciones de personajes de renombre –incluso mafiosos y fugitivos-,hasta que se encontraba una salida ideal: retornarlos acusados por delitos menores y sin posibilidad, de acuerdo a los tratados internacionales, de ser sometidos a otros juicios por sus faltas graves.